No se si os pasa pero, a veces, en las sesiones dudo si preguntar aquello que no entiendo. Mis propios pensamientos, mi propia historia -a pesar de haberme trabajado mucho- a veces pueden entorpecer mis propias relaciones, incluso las psicoterapéuticas. Pero hoy no ha sido así. Hoy he decidido preguntar algo que no me cuadraba en un momento sensible de la sesión y he salido de consulta contenta de mi atrevimiento.
Estábamos enfrascadas en cómo establecer límites que nos cuiden, en priorizarnos. El foco totalmente centrado en el mundo externo. Ya llevábamos algunas sesiones así y estábamos viendo los frutos. Pero, de repente, ella dijo algo que me hizo entrar la duda. Trajo a la sesión una ilustración, una imagen que encontró hace poco en las redes sociales y con la que, según me explica, se identifica. Es una jaula abierta y un pájaro volando libre, pero con una jaula en su cabeza. Ella se veía así, ella era el pájaro.
Y es que a veces, amiga, la cosa va así. No sólo se trata de romper las barreras externas que te atrapan, sino también las internas. Se necesita este doble foco paralelo en el mundo externo e interno, en nuestra historia personal, para conseguir un cambio de conducta, una nueva visión del mundo. Me alegré mucho que trajera esa ilustración a la sesión, porque estábamos tan centradas «fuera» que nos olvidamos del «dentro».
Acabé la sesión agradecida. Ella, con su imágen, me reubicó y me conectó con una parte de la que no estábamos hablando. Y así son los procesos, codirigidos. Seguramente juntas podemos intentar hacer desaparecer no sólo las jaulas externas, sino también las internas: todo aquello que nos decimos, aquello que aprendimos, que en muchas ocasiones limita incluso más de que lo que se ve.


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