Enero es por antonomasia el mes de los buenos propósitos. ¿Quién no empieza el año diciendo: “este año voy a…”?
Parecería que con el nuevo año se renueva también el deseo de cambiar, de mejorar, de innovar, de probar cosas nuevas. Quizás porque el cambio de año se vive como un cambio de ciclo, una nueva oportunidad de modificar aspectos de nuestra vida que nos gustaría que fueran distintos. Quizás porque se vive como un momento de hacer balance de lo pasado y de idear un nuevo futuro.
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Afrontando las resoluciones del mes de enero
El caso es que esos propósitos de Año Nuevo no parecen sostenerse en el tiempo. En esto, las estadísticas son claras: tan sólo entre el 10 y el 20 por ciento de esos propósitos de año se convierten en acciones reales más allá de los dos o tres meses. Estudios y encuestas demuestran que, para el mes de febrero, se han abandonado el 80% de esos propósitos.
Y es que ya sabemos que las personas tenemos una resistencia natural al cambio. Ya sabemos que a nuestro cerebro le gusta hacernos la vida fácil y procura que nos instalemos en esa zona de “lo conocido” que aparentemente nos brinda cierta sensación de seguridad. Y me permito añadir, una falsa sensación de seguridad. Porque, a poco que reflexionemos sobre ello, nos damos cuenta de que la incertidumbre y el cambio son una constante en nuestras vidas.
De hecho, en muchas ocasiones, las personas nos quedamos “enganchadas” en una espiral de insatisfacción – miedo – frustración. Insatisfacción en algún ámbito de nuestra vida, en el que no estamos obteniendo los resultados que nos gustaría tener. Miedo al cambio, miedo a salir de esa llamada “zona de confort”, de ese espacio en el que transitamos en piloto automático, poniendo poca conciencia y viviendo apegados a esos hábitos que hemos ido construyendo con el tiempo. Y frustración por no haber cambiado o por no sentirnos capaces de cambiar.
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Un círculo que se retroalimenta
Lo interesante de ese círculo es que se vuelve un círculo vicioso, que se retroalimenta y se hace cada vez más difícil salir de él. Hasta que sucede algo que actúa como detonante. Algo ocurre en nuestro camino que nos hace tomar conciencia de lo que estamos perdiendo, del coste de oportunidad de seguir encerrados en ese círculo vicioso. Y entonces empezamos a pensar qué nos gustaría que nos pasara, qué nos gustaría cambiar en nuestra vida. Empieza a nacer el deseo de cambiar. Y de ahí nacen los propósitos de Año Nuevo.
Pero, atención, el simple deseo de cambio no resulta un elemento en ocasiones suficientemente fuerte para que ese cambio se lleve a cabo. ¡Cuántos deseos acaban en nada! ¡Cuántos “me encantaría” que se quedan en ensoñaciones, quizás placenteras, pero que al final no se convierten en realidades!
Y es que las personas tan sólo cambiamos cuando sentimos la necesidad de cambiar. Así de simple. Es decir que el cambio se produce cuando se alimenta de deseo y de necesidad. La conciencia de que ese cambio lo deseo y además lo necesito, va a añadir un plus de compromiso por mi parte al intentar hacerlo realidad.
Por tanto, y volviendo al inicio de nuestra reflexión, la clave para cumplir este año con los propósitos de Año Nuevo está en el autoconocimiento y en la motivación.
Las claves para cumplir tus propósitos de Año Nuevo (esta vez sí)
Te invito a ir haciendo un ejercicio personal, quizás con alguno de esos propósitos de Año Nuevo que te estás planteando. Haciendo tú también el ejercicio podrás darte cuenta de cómo va cambiando tu perspectiva. Piensa en un objetivo que este año sí quieres lograr.
1. Ve a lo concreto
Procura responder a la pregunta ¿Qué quiero conseguir?, pero de la manera más específica posible. Añade detalles, ten claro qué significa para ti cada una de las palabras con las que definas tu objetivo. Por ejemplo, imaginemos que tu objetivo sea “comer mejor en este 2023”. ¿Qué significa para ti “mejor”? ¿Significa por ejemplo “comida más saludable”, “comida más equilibrada”, “menor cantidad”, “más variedad”, etc.? Cuanto más específico sea el objetivo que nos marquemos, más factible nos será alcanzarlo.
Obviamente, el sentido común ya nos advierte de la utilidad de marcarnos objetivos realistas. Un objetivo a todas luces inalcanzable tan sólo nos llevará a la insatisfacción de no haberlo conseguido. Y muy importante también, el tener claro de antemano cuáles serán los indicadores de éxito, qué tiene que suceder para yo saber que he cumplido con ese objetivo. El tener claro cómo voy a medir mi progreso resultará también un elemento muy útil para ir avanzando hacia el resultado que deseo. Por tanto, primer elemento a considerar: determinar un objetivo específico, realista y medible.
2. Elige algo sobre lo que tengas control
El segundo elemento también viene en forma de pregunta: ¿De quién depende ese objetivo? Y aquí, tan sólo cabe una respuesta: de mí. Para que un objetivo resulte adecuado y tenga más probabilidades de ser cumplido, es muy importante que sea propio. Es decir, que dependa tan sólo de nosotros mismos.
El concepto que hay detrás de esa pregunta es el de la “responsabilidad”, esa habilidad de hacerse cargo, de hacerse responsable de lo que nos sucede. Ese preguntarse qué está en nuestra mano hacer para resolver lo que nos está sucediendo, sin esperar a que algo o alguien venga a resolverlo. Recordemos lo que nos decía Gandhi, “sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”.
3. Haz que sea significativo para ti
Si ya tienes claro tu objetivo, lo has hecho específico, realista y medible, y además sabes que depende tan sólo de ti, podemos pasar al tercer elemento de la ecuación: el para qué. La pregunta es sencilla, “¿para qué lo quieres conseguir?”, si bien la respuesta puede ser más compleja. Cuál es realmente el propósito de ese objetivo, eso que vas a ganar cuando lo consigas.
La potencia de esa respuesta está en que nos orienta al futuro y no al pasado. Nos enfoca en el cambio y nos hace más conscientes de la posibilidad de conseguirlo. Cambiar los “porqués” por “para qué” nos ayuda a dar consistencia a nuestras nuevas acciones y está en la base del éxito del cambio.
4. Ponte plazos realistas
Tan solo queda un elemento más: el tiempo. Ten claro en cuánto tiempo quieres alcanzar tu objetivo. Y de nuevo, te invito a que sea una estimación de tiempo realista y alcanzable.
¿Ya tienes tu objetivo bien definido, tu objetivo adecuado para ti? ¡Enhorabuena! ¡Un gran primer paso!
Y ahora que ya tienes tu objetivo, ¿qué más has de tener en cuenta?
Pues va a resultar útil pensar que el cambio es un camino. Que en muchas ocasiones no se va a producir de la noche a la mañana, que los cambios transformadores requieren la creación de nuevos hábitos, y que para ello se necesita reiteración. Y es que esto tiene que ver con el funcionamiento de nuestro cerebro: a medida que hacemos y volvemos a hacer una acción, se van reforzando nuevas redes neuronales, que se inician siendo como “carreteras de tercera” hasta convertirse en verdaderas autopistas.
La clave no es abandonar viejos hábitos, la clave está en incorporar nuevos hábitos. Y hay un mundo en este cambio de percepción.
Otro concepto importantísimo en este proceso de cambio; en este camino hacia tu objetivo, es el del aprendizaje. Con cada experiencia, con cada acierto y con cada error, podemos extraer nuevos aprendizajes que nos permitan corregir, sostener o incorporar novedades en ese camino de cambio. Por cierto, será muy importante también aliarse con la paciencia en ese camino.
Una vez estés listo para iniciar el camino hacia tu objetivo, te va a venir bien aliarte con una emoción que creas que te será útil. Cuando estamos hablando de innovar o de adentrarnos en terreno desconocido, la ilusión, la esperanza y la curiosidad suelen ser buenas ayudas. Porque para iniciar un proceso de cambio, va a ser bueno que la curiosidad pese más que los miedos. ¿Y si funciona? ¿Qué es lo peor que me puede pasar? Y es que las emociones nos invitan a determinadas acciones, nos mueven a actuar de una forma distinta y nos hacen vivir las situaciones desde una óptica muy distinta. La clave está en entender que podemos elegir qué emoción queremos que nos acompañe en este camino.
Y por último, te va a servir también el tener en mente algún pensamiento positivo y posibilitador sobre ti mismo para ayudarte a sostener tu objetivo en momentos de dificultades o cuando aparezcan los obstáculos. Pensamientos como “soy capaz de aprenderlo”, “otras veces he conseguido metas que creía inalcanzables”, etc pueden resultar un gran aliado.
Llegados a este punto, en el que has establecido un objetivo adecuado, has elegido una emoción y un pensamiento que te va a acompañar en el camino, puedes reforzar tu motivación con un elemento más. Ya sabes que la motivación está hecha de deseo, de necesidad, pero sobre todo de los kilos de ganas que vas a poner en conseguir aquello que quieres. Por cierto, la motivación es amiga del compromiso más que de la obligación.
Resulta más motivador un “quiero hacerlo” que un “tengo que hacerlo”. ¿Cuál es ese elemento que falta? Visualizarte en ese futuro ideal en el que ya has conseguido lo que querías. Para ello cuentas con tu imaginación, un maravilloso aliado para transportarte en el tiempo.
¡Ya estás listo para, este año sí, hacer realidad tu propósito de Año Nuevo!
Te deseo todos los éxitos, y te dejo una última pregunta, “¿qué vas a hacer distinto a partir de mañana?”
Autora: Montserrat Altarriba, Directora de Escuela de Coaching EDPyN