Muchas veces se habla del trauma como si se tratase de un problema de salud mental desencadenado por un hecho puntual. Un accidente de tráfico, un ataque terrorista, una paliza... Sucesos que se desarrollan en cuestión de minutos o incluso segundos, pero que pueden dejar una marca emocional que dura décadas.
Sin embargo, las experiencias traumáticas son más complejas que esto. Algunas, de hecho, aparecen desencadenadas por situaciones relativamente sutiles que se alargan durante meses: algo que se produce "a fuego lento". El trauma de apego es el ejemplo perfecto de esto, porque aparece debido a estrategias de crianza que van afectando poco a poco al día a día del niño o niña; y además, lo hace en una edad en la que todos los seres humanos somos muy vulnerables. Pero... ¿Cómo funciona exactamente esta dinámica tóxica que afecta tanto a menores de edad como a personas que hace tiempo que dejaron atrás la niñez? En esta ocasión hablamos con una especialista en el tema para averiguarlo.
Entrevista a Marisa Grueso: la relación entre el trauma y el apego
Marisa Grueso López es Psicóloga General Sanitaria con consulta en Castellón, experta en problemas de salud mental relacionados con el trauma y los estilos de apego. En esta charla con ella, nos cuenta las claves sobre cómo las relaciones más estrechas que desarrollamos durante la infancia pueden influir en nuestra manera de experimentar los traumas.

Marisa Grueso López
Marisa Grueso López
Psicóloga experta en trauma y apego
Como psicóloga, ¿qué entiendes por “apego”?
El apego es el vínculo afectivo que se crea entre el niño y las personas que lo cuidan—habitualmente los padres, aunque no siempre es así—. Es importante no confundir el apego con la ternura o el cariño: es una conexión básica que el niño necesita para sentirse seguro y protegido. Gracias a este vínculo aprende a regular sus emociones, a confiar en los demás y a entender cómo funcionan las relaciones.
¿Por qué se dice que muchas heridas de trauma son relacionales y se originan dentro del vínculo, especialmente con figuras de apego?
Este vínculo es la base de nuestra forma de relacionarnos toda la vida. En esos primeros años aprendemos si podemos confiar en las personas, si somos importantes para los demás y si vamos a recibir ayuda cuando la necesitemos.
Todo esto influye en nuestra autoestima, en cómo nos comunicamos y en la manera en que vivimos nuestras relaciones en la edad adulta.
Cuando esas figuras que deberían proteger no saben cuidar, son inconsistentes, frías o dañinas, el niño vive una gran confusión: necesita a quien al mismo tiempo le hace daño. Esta experiencia genera una herida emocional profunda que suele acompañar a la persona en la vida adulta.
Lo razonable sería que el cerebro humano almacenase sólo la información útil para nuestra supervivencia o nuestro bienestar. ¿De qué manera el cuerpo y el sistema nervioso almacenan la información relativa al trauma cuando este tiene raíz en vínculos significativos?
Nuestro sistema nervioso es como un radar que nos avisa si algo es peligroso o seguro. Cuando nos sentimos a salvo, estamos tranquilos y podemos disfrutar, pensar con claridad y conectar con los demás.
Pero si una persona ha crecido en un ambiente inseguro, su cuerpo aprende a vivir en alerta constante. Es como si la alarma se quedara permanentemente encendida, aunque ya no haya peligro real. Esto puede provocar ansiedad, dificultades para relajarse, problemas de sueño o una sensación permanente de tensión y ansiedad. En otros casos, el cuerpo reacciona apagándose: aparece el bloqueo emocional, la apatía o la desconexión.
¿Qué diferencia hay entre un trauma puntual y un trauma de desarrollo relacionado con el apego, que quizás es una experiencia más constante y difusa, en vez de estar anclada a unos pocos sucesos concretos?
Un trauma puntual suele venir de uno o varios hechos impactantes para la persona, como un accidente o una situación muy impactante. El trauma de apego, en cambio, se produce cuando el entorno emocional en el que crece el niño es inseguro durante mucho tiempo: falta de atención, negligencia, cuidado irregular, rechazo, críticas constantes o situaciones de abuso. No es un solo momento, sino una experiencia repetida que va dejando huella poco a poco.
Al ser algo continuo, muchas veces se vive como algo “normal”, no se identifica como algo dañino, aunque sus efectos puedan ser muy graves y duraderos. Por eso puede ser aún peor, porque no genera la reflexión necesaria para integrar el trauma y superarlo.
¿Qué papel juegan la desregulación emocional, la hipervigilancia o la evitación en estas personas?
Las personas con traumas infantiles suelen tener problemas para regular sus emociones. Algunas viven casi siempre en tensión: les cuesta relajarse, controlan mucho, están irritables o preocupadas, duermen mal o sienten ansiedad frecuente.
Otras se sienten apagadas: menos energía, desmotivación, bloqueo emocional, ganas de aislarse o dificultad para mantener rutinas. También es común alternar entre ambos estados. También es frecuente la oscilación entre el estado de alerta y bloqueo.
La evitación es otra respuesta frecuente: intentar no sentir, no pensar o no afrontar situaciones que generan malestar, como un intento de no sufrir. A corto plazo alivia, pero con el tiempo aumenta el malestar y limita mucho la vida de la persona.
¿Qué formas de apego inseguro pueden surgir a raíz de experiencias traumáticas en la infancia? Es decir, en lo referente a vivencias comunes entre quienes han pasado por experiencias así en su niñez.
Los más frecuentes son:
- Apego evitativo, cuando la persona evita depender de los demás y se distancia emocionalmente. Suelen ser personas más centradas en el “hacer”, en los logros.
- Apego ansioso, cuando hay mucha necesidad de cercanía pero también miedo constante al abandono. Se centran mucho en las relaciones, que suelen ser fuente de un sufrimiento profundo.
- Apego desorganizado, una mezcla de querer estar cerca y a la vez sentir miedo del vínculo. Suele aparecer cuando ha habido mucho daño emocional en la infancia. Se suele dar cuando ha habido abuso grave en la infancia.
No obstante, esta clasificación es una simplificación. Existen modelos actuales más completos, como el desarrollado por Pat Crittenden, que describen muchas más formas de apego en la edad adulta. Desde esta visión, el apego no se entiende como etiquetas cerradas, sino como estrategias de supervivencia emocional que cada persona aprende según el tipo de entorno en el que ha crecido.
Estas estrategias pueden ser más centradas en evitar el contacto emocional, más centradas en la dependencia del otro o presentar combinaciones complejas entre ambas. Por eso, cada persona muestra una manera única de relacionarse, fruto de su historia de vínculos.
¿Cuáles son las señales que pueden indicar que alguien está repitiendo patrones relacionales disfuncionales derivados de un apego ligado al trauma?
Algunas señales son entrar siempre en relaciones complicadas, tener miedo intenso a quedarse solo o, por el contrario, huir de la intimidad. También cuesta poner límites, aparece una gran necesidad de agradar o se soportan relaciones que dañan, olvidándose de sus propias necesidades.
Es frecuente sentirse vacío o solo incluso estando acompañado, idealizar mucho a la pareja al principio y luego decepcionarse, o darlo todo por los demás olvidándose de uno mismo.
¿Qué tipos de abordajes terapéuticos encuentras más eficaces para trabajar trauma y apego de forma integrada?
Hoy sabemos que hablar solo no siempre es suficiente para sanar el trauma, porque este se guarda también en el cuerpo. Por eso, las terapias más efectivas son las que trabajan mente y cuerpo a la vez.
Terapias como EMDR, PARCUVE o IFS ayudan a procesar experiencias dolorosas, regular el sistema nervioso y recuperar la sensación de seguridad. Son enfoques que permiten sanar el vínculo interno, permitiendo que se puedan relacionar de una forma más sana con los demás.


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