¿Te pasa que una frase, un gesto, un mail o un WhatsApp te encienden por dentro y, cuando te das cuenta, ya has contestado en caliente?
¿Luego llegan las disculpas, la culpa o el “¿por qué reaccioné así?” … y notas que te alejaste de tu centro? ¿O te quedas rumiando por dentro, con el malestar de lo que querías decir y no te diste permiso —por evitar un problema o por no saber cómo hacerlo—?
A todos nos ocurre. La buena noticia es que puedes aprender a calmarte sin desconectarte de lo que sientes.
No se trata de apagar la emoción, sino de regularla para responder alineada contigo.
Un día cualquiera
Por la mañana. Me despierto con una punzada en el pecho: “Se me olvidó enviar la propuesta revisada al cliente.” Abro el correo con prisa, ya con el latido acelerado. La mente empieza a correr por delante de la realidad:
“Pensarán que no soy profesional.” Antes de escribir, dejo el móvil en la mesa. Tres respiraciones largas. Siento los pies. Nombrar lo que aparece: “Esto es ansiedad en la boca del estómago.” Con ese mínimo espacio, en vez de mandar un mensaje atropellado, envío uno claro: “Buenos días. Acabo de revisar la propuesta; te lo envío a las 10:30 con los ajustes acordados.” Y, entonces sí, cumplo.
A mediodía. Reunión. Un colaborador levanta una ceja ante lo que propongo. Mi cuerpo lo registra como una bofetada sorda. La vieja historia se activa: “Me están cuestionando.” En vez de soltar una defensa automática, apoyo las manos en la mesa y vuelvo a la respiración. “Esto es enfado; lo noto caliente en el pecho.” Cuando baja medio grado, pregunto: “¿Qué parte te genera duda? Así afinamos.” El gesto se deshace: no era ataque, era confusión. Ganamos todos.
Por la noche. Llego a casa agotada. Una pregunta inocente —“¿Has comprado pan?”— me enciende la mecha. Respondo en seco. Silencio. Esa escena que conozco: la culpa llamando a la puerta. Respiro en la cocina, con la espalda contra la pared. “Esto es agotamiento; necesito cuidado.” Vuelvo y digo: “Perdona, he contestado mal. Estoy muy cansada. ¿Te parece que cenemos algo?” No siempre me sale así. Pero cuando me sale, me siento en casa por dentro.
Claves para calmarte y responder sin negar lo que sientes
No es magia; es pausa. Entre lo que pasa y lo que hago hay unos segundos en los que puedo elegir.
En esa rendija habita tu libertad. No para ser perfecta, sino para volver a ti.
- Respira: La respiración es el timón más sencillo. Inhala en 3, exhala en 6 (seis veces). La exhalación larga baja revoluciones. En ese medio minuto, tu cuerpo deja de empujar y tu mente gana claridad.
- Acoge: En lugar de pelearte con la emoción, dale un asiento: “Esto es enfado, ansiedad, tristeza y está en…”. Escanea tu cuerpo, dale su lugar, siente su temperatura, tamaño, textura. Nombrar no lo agranda. Al contrario, lo acoge con amabilidad y lo ordena. Te recuerda que tú no eres la emoción. Eres quien la observa.
- Comprende: Toda emoción trae un mensaje: protegerte, pedir claridad, marcar un límite, sentirte vista. Pregunta: “¿Qué necesitas de mí ahora?” A veces es tiempo; a veces, información; a veces, decir “no”.
- Integra: Elige un gesto mínimo coherente con lo que has comprendido: formular una pregunta, escribir más tarde, dar un paseo breve, mantener una conversación. La integración convierte lo sentido en acción alineada con tus necesidades.
Qué empieza a cambiar cuando practicas esto
- Pasas de reaccionar a responder: ya no te dejas arrastrar por la ola. Tú decides cómo anclarte para no perder pie.
- La culpa se transforma en reparación: reconoces, corriges y sigues adelante con amabilidad, sin machacarte.
- Dejas de tragarte lo que te duele: pides claridad sin atacar y marcas límites sin romper el vínculo.
- Te sientes en casa por dentro más a menudo. Incluso en días torcidos, vuelves antes a tu centro.
Cómo llevarlo al día a día (en 2 minutos reales)
Cuando notes que la emoción aprieta, no aceleres:
- Exhala más largo que lo que inhalas. Por ejemplo, inhala en tres y exhala en seis. Hazlo tres veces. Es tu freno suave.
- Nombra lo que hay y dónde lo sientes. Quizá sea como un nudo en el estómago, calor en el pecho, un peso sobre los hombros. Nombrar ordena.
- Pregúntate: ¿Qué necesito ahora mismo? Claridad, una pausa, apoyo, poner un límite, etc.
- Haz un pequeño gesto que sientas coherente con lo que necesitas: una frase-puente que te ayude a sostenerte sin reaccionar como: “Me noto activada, te respondo en un rato”. Una pregunta concreta: “¿Qué parte exactamente quieres que revise?” o un acuerdo de tiempo como, por ejemplo: “Lo veo a las 17:00 y te digo”.
Hazlo en micro-momentos: antes de contestar un WhatsApp, al entrar a una reunión, al llegar a casa cansada. Es ahí donde se entrena de verdad. No se trata de dejar de sentir, sino de sentir con conciencia para elegir mejor. No siempre saldrá como deseas. Aun así, cada pausa, cada emoción nombrada y cada gesto van cultivando dentro de ti un lugar más amable en el que sostenerte sin reaccionar.
Si te resuena y quieres profundizar con práctica guiada (cuerpo, emoción, pensamiento y acción), lo trabajamos en mi Especialización en Inteligencia Emocional y Atención Plena “El Despertar de la Consciencia”.
Tienes edición presencial en Madrid y también online en tiempo real. Aquí puedes ver fechas y contenidos: Inteligencia Emocional y Atención Plena
¿Qué micro-momento de hoy vas a transformar con esta secuencia?
Escríbelo, aplícalo y observa qué cambia en tu cuerpo, en tu gesto y en tu manera de estar contigo.


Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad

















