El otro día, una de las personas con las que trabajo, a la que invito a escribir porque es algo que le gusta siempre que puede, me entregó este escrito que le pedí que me leyera. El escrito, en su libreta de reflexiones decía así:
Respecto a la insondabilidad de la mente, habría mucho que decir, aunque cada vez menos. El porqué es que, a veces, llega a ser tan inmensamente vacía, obscura, opaca e insondable, aun nadando dentro de ella. Cada vez menos misterio. En ocasiones se muestra como una habitación en la más absoluta de las tinieblas, ninguna presunta luz es capaz de iluminar su interior y, sin ventanas, el exterior no existe. Caminas pasito a pasito sin ver ni torta; escribes, como yo ahora, sin ver, en la negrura que te impide ver más allá del agujero. Los pensamientos, como tal, apenas fluyen; son los sentimientos, los más negativos sobre todo, los que se convierten en tu respiración. No es que no encuentres la salida, es que “sabes” que tal cosa no existe y la negrura espesa se adueña de tus horas, de tu apetito, de tus sentidos incluso. Dejas entonces de hacerte preguntas, apagas la linterna cuyo foco no es capaz de atravesar la tiniebla e intentas fundirte con la desesperanza, para dejar de sufrirla y pertenecer a ella; y ser una con ella, en la nada. Ya no existe nada, ya no existe nadie y no hay suelo bajo tus pies ni estrellas en tu cielo. A veces viene el vértigo, quizá sea éste el que te ayuda a abandonar la habitación obscura. A irte, a irte con la música, a irte a otra parte, a la nada quizá más clara (la nada) que la noche obscura en la que vives. (F.J.)
Es suficiente leer estas palabras para sentir en alguna parte de nosotros mismos cierta resonancia. Quizá es un resonar más intenso, o menos intenso incluso; a lo mejor es más o menos frecuente en nuestro día a día. Quizá tiene una mayor o menor pesadumbre asociada.
Tal vez solo conectemos con su dolor profundo, pero no podemos ponernos en su piel y “sufrir” como él, su sufrimiento. Sin embargo, de cualquiera de las maneras, nos toca. Y nos emocionamos.
Y queremos ayudar: intentamos animar, y también queremos entender "por qué" está así, qué podemos hacer para cambiarlo.
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No es necesario entenderlo todo
Hay situaciones, circunstancias, emociones, que en ocasiones no logramos "entender" pero aún así las sentimos intensamente. No podemos cambiar desde afuera lo que ocurre tan internamente en alguien; el cambio ha de venir desde dentro de la persona misma, por su propia reflexión. Tocando el dolor, mirándolo de frente.
Lo sé, ¡qué difícil es no poder hacer por el otro! Hacer no, pero recordemos que solo acompañar sinceramente, alivia: sin juicio, sin pena, sin palabras…
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Tú... ¿Qué le dirías?
Hay numerosas situaciones en las que las palabras se quedan cortas. Quien vive algo así, las mismas palabras las siente vacías y son solo una forma de “vomitar emocionalmente” lo que ya no se soporta por dentro. Y eso, además, está bien: sentirnos desbordados, sin salida, hundidos… Un papel puede resultar más fácil, más cómodo, para “sacarlo fuera de uno“ porque la tinta no juzga, no reclama, no pregunta…
Tenemos derecho a expresar también el vacío, la desilusión, la desesperanza, sin ser juzgados. Y cuando encontramos a ese alguien a nuestro lado que nos escucha activamente, sin querer cambiarlo, eso que sentimos adquiere un nuevo significado. Porque me lo permito, porque me siento aceptada como persona y humano que siente y padece.
¿Qué pasaría si ampliamos nuestra perspectiva para “sencillamente“ estar y sentir con el otro desde donde el otro está?
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Estar y acompañar a veces es suficiente para minimizar el dolor percibido
Los suicidios están aumentando en número: en España algo más de 4.000 personas se quitaron la vida el año pasado, ¡eso son 11 personas al día como media! Y en solo el último año casi aumentaron casi un 60% más los suicidios de los menores de 15 años.
Alia Pérez
Alia Pérez
Psicóloga y Psicoterapeuta de Pareja e individual.
Podemos crear más conciencia de la importancia no solo de aceptar donde estamos con nuestro propio dolor, sino -y al mismo tiempo- aceptar el de otros, integrarlo como parte de nuestra naturaleza humana para desde ahí, poder sanarlo.
Todo lo que duele y no se expresa, se cronifica. El silencio autoimpuesto deprime. La incomprensión e intolerancia social, también matan.