«En la infancia y la adolescencia, el mundo emocional todavía se está organizando»

Hablamos con la psicóloga Valeria Villarroel sobre el malestar inexpresado en los más jóvenes.

«En la infancia y la adolescencia, el mundo emocional todavía se está organizando»

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Sobre el papel, los padres y madres son expertos en comprender cómo funciona la mente de sus pequeños; por algo los conocen desde el día de su nacimiento. Ahora bien... ¿Significa eso que son capaces de detectar rápidamente los casos en los que los problemas de salud mental empiezan a echar raíces en sus hijos o hijas? La realidad es que no siempre es así.

Por desgracia, muchos adultos sobrevaloran su capacidad de "meterse en la cabeza" de aquellos a quienes están criando, teniendo una falsa sensación de que pueden cubrir todas sus necesidades emocionales rápidamente sin apenas dedicar esfuerzo a implicarse activamente en la comunicación con los hijos. Por ello, profesionales de la psicología como nuestra entrevistada de hoy llevan años tanto ayudando a los niños y niñas con problemas de salud mental, como dando apoyo a familias para que sean capaces de tender vínculos saludables con los pequeños de la casa, de manera que esas necesidades inexpresadas puedan ser identificadas y atendidas con rapidez.

Entrevista a Valeria Villarroel: cuando el malestar emocional de los niños no se ve

Valeria Villarroel Fuentes es psicóloga experta en atención infanto-juvenil y acompañamiento de familias, con consulta en Machalí. En esta ocasión, hablamos con ella sobre lo que ocurre cuando los problemas de salud mental en los más jóvenes pasan desapercibidos a los ojos de sus padres y madres.

Valeria Villarroel Villarroel Fuentes

Valeria Villarroel Villarroel Fuentes

Licenciado psicologa

Profesional verificado
Machalí
Terapia online

¿Por qué muchos niños y adolescentes no expresan su malestar emocional de forma directa o evidente? Sigue prevaleciendo la idea de que mostrar esas vulnerabilidades es “ser débil”?

En la infancia y la adolescencia, el mundo emocional todavía se está organizando. Muchos niños no cuentan con el vocabulario interno ni con las herramientas cognitivas necesarias para decir “estoy ansioso”, “me siento triste” o “algo me supera”.

En lugar de palabras, el malestar suele expresarse a través del cuerpo, la conducta o los cambios en el ánimo. A esto se suma un contexto cultural que, aunque ha avanzado, aún transmite mensajes como “no llores”, “sé fuerte” o “no exageres”, que pueden ser interpretados por los niños como una desvalorización de lo que sienten.

En adolescentes, además, aparece el temor al juicio: miedo a ser vistos como débiles, distintos o “un problema” para su familia. Muchos prefieren callar antes que incomodar.

En consulta, es muy frecuente escuchar frases como “no quería preocupar a mi mamá” o “pensé que se me iba a pasar”. Por eso, como adultos, es clave generar espacios seguros donde expresar emociones no sea sinónimo de fragilidad, sino de autocuidado y madurez emocional.

¿Cuáles son las señales tempranas sutiles de los problemas de salud mental infantil más comunes que pueden pasar desapercibidas para padres y cuidadores?

Las señales tempranas no siempre son evidentes ni dramáticas. Muchas veces se camuflan en la rutina diaria. Cambios persistentes en el estado de ánimo, irritabilidad constante, mayor sensibilidad al fracaso, llanto fácil o reacciones desproporcionadas frente a situaciones pequeñas pueden ser indicadores de un malestar emocional subyacente.

También observamos con frecuencia molestias físicas recurrentes —dolores de estómago, de cabeza, náuseas— que no tienen una explicación médica clara y que aparecen especialmente antes del colegio o de situaciones sociales.

Otras señales sutiles incluyen alteraciones del sueño, dificultades para separarse de los padres, regresiones en conductas ya adquiridas, aislamiento progresivo o pérdida de interés por actividades que antes resultaban placenteras.

En adolescentes, el silencio excesivo, la apatía, la desconexión emocional o una autoexigencia extrema pueden ser formas encubiertas de ansiedad o tristeza. No se trata de alarmarse ante cada cambio, sino de observar la frecuencia, la duración y el impacto que estos signos tienen en la vida cotidiana del niño o adolescente.

¿Cómo se manifiestan los problemas emocionales a través de, por ejemplo, el bajo rendimiento escolar?

El rendimiento escolar es uno de los principales escenarios donde el malestar emocional se hace visible. La ansiedad, el estrés crónico o la tristeza afectan directamente funciones cognitivas esenciales como la atención, la memoria de trabajo y la capacidad de planificación. Un niño emocionalmente sobrepasado no aprende en las mismas condiciones que uno que se siente seguro y regulado.

Muchas veces, estos niños son etiquetados como “desordenados”, “poco motivados” o “flojos”, cuando en realidad están luchando internamente con emociones que no saben cómo manejar. También puede aparecer evitación escolar, somatizaciones antes de pruebas o exposiciones orales, o conductas oposicionistas que esconden frustración y miedo al error. Cuando comprendemos que el rendimiento no es solo académico, sino también emocional, cambia por completo la forma de acompañar a ese niño.

Desde tu perspectiva como psicóloga, ¿qué diferencia hay entre una “etapa del desarrollo” y un signo de malestar que requiere atención?

Las etapas del desarrollo implican cambios esperables que suelen ser transitorios y flexibles. Por ejemplo, ciertos miedos en la infancia, la búsqueda de autonomía en la adolescencia o momentos de mayor irritabilidad asociados a cambios evolutivos.

Estas etapas, aunque intensas, no interfieren de manera sostenida con el funcionamiento global del niño.

En cambio, hablamos de un signo de malestar cuando los cambios se mantienen en el tiempo, aumentan en intensidad o afectan áreas relevantes como el sueño, la alimentación, el rendimiento escolar, las relaciones sociales o el clima familiar. Un criterio clave es el sufrimiento: cuando el niño o su entorno se sienten desbordados, confundidos o agotados por la situación. En esos casos, no se trata de “esperar a que pase”, sino de escuchar lo que ese malestar está intentando comunicar.

¿Qué pueden hacer madres y padres cuando sienten que “algo no está bien” con sus hijos o hijas pero no saben ponerlo en palabras?

Lo primero es confiar en esa intuición. Los padres conocen a sus hijos mejor que nadie y suelen percibir cambios incluso antes de poder explicarlos con claridad. Observar con atención, sin minimizar ni dramatizar, es un primer paso fundamental. Abrir espacios de conversación genuinos, sin interrogatorios ni juicios, permite que el niño sienta que puede expresarse a su propio ritmo.

Es importante validar las emociones, incluso cuando no las comprendemos del todo. Frases como “veo que esto te está costando” o “no tienes que tener todas las respuestas ahora” ayudan a construir un vínculo de confianza. Y cuando la preocupación persiste, buscar orientación profesional no es un fracaso como padres, sino un acto de responsabilidad y amor. Acompañar no significa hacerlo todo solos.

¿Cuándo es recomendable consultar a un profesional, incluso si el problema aún no parece “grave”?

La consulta psicológica no debería reservarse solo para situaciones críticas. De hecho, mientras más temprano se intervenga, mejores son los resultados. Consultar a tiempo permite prevenir que el malestar se cronifique o se exprese de formas más complejas en el futuro. Muchas familias llegan a terapia diciendo “pensamos que se iba a pasar” o “no sabíamos si era para tanto”, y ese tiempo de espera suele aumentar el sufrimiento innecesariamente.

Si un cambio emocional o conductual persiste por semanas, genera interferencia en la vida diaria o despierta una preocupación constante en la familia, es un buen momento para consultar. La psicología infantil y adolescente trabaja desde la prevención, el acompañamiento y el fortalecimiento de recursos, no solo desde la patología.

¿Qué tipo de acompañamiento psicológico se ofrece a niños y adolescentes cuando se detectan estas señales a tiempo?

El acompañamiento temprano es integral y personalizado. En el trabajo terapéutico con niños y adolescentes se utilizan estrategias acordes a su etapa evolutiva: juego terapéutico, recursos simbólicos, técnicas de regulación emocional, fortalecimiento de la autoestima y desarrollo de habilidades sociales. El objetivo no es solo aliviar el síntoma, sino comprender qué lo origina y qué necesita ese niño para sentirse más seguro y competente emocionalmente.

Un aspecto central es el trabajo con la familia. Los padres no son espectadores del proceso, sino aliados fundamentales. Se les entrega orientación, contención y herramientas concretas para acompañar a sus hijos en casa. En muchos casos, también se articula el trabajo con el colegio u otros contextos significativos, buscando coherencia y apoyo en todos los entornos del niño.

Cuando el acompañamiento se realiza a tiempo, los cambios suelen ser profundos y sostenibles. Los niños aprenden a reconocer lo que sienten, a expresarlo de manera más saludable y a confiar en que pedir ayuda es válido. Como psicóloga, mi compromiso es ofrecer un espacio profesional, cercano y seguro, donde tanto niños como familias se sientan escuchados, comprendidos y acompañados en su proceso. Escuchar a tiempo puede cambiar trayectorias completas, y ese es el valor más profundo del trabajo terapéutico.

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Psicología y Mente. (2025, diciembre 22). «En la infancia y la adolescencia, el mundo emocional todavía se está organizando». Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/entrevistas/infancia-y-adolescencia-mundo-emocional-todavia-se-esta-organizando

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