Para muchos, Josefina de la Torre (1907-2002) es la última voz de la Generación del 27. Y qué voz. Si sois seguidores del cine clásico de Hollywood, la habréis escuchado en repetidas ocasiones, pues Josefina era la dobladora de Marlene Dietrich al castellano.
Su trayectoria artística, sin embargo, no se detuvo aquí; además de actriz de doblaje, Josefina de la Torre fue actriz de teatro y de cine, cantante lírica, concertista y poetisa. Por todo ello, es una de las mujeres más destacables del grupo de Las Sinsombrero, tal y como se denominó a aquellas artistas femeninas del 27 que no fueron incluidas en la nómina oficial.
Breve biografía de Josefina de la Torre, la Sinsombrero más polifacética
Para ser justos, diremos que tanto Josefina de la Torre como Ernestina de Champourcin (1905-1999), otra de Las Sinsombrero, fueron las únicas mujeres que Gerardo Diego incluyó en su antología de la poesía española contemporánea, publicada en 1934. Solo dos mujeres, un número mínimo si tenemos en cuenta que, en aquellos tiempos, también Concha Méndez (1898-1986), Rosa Chacel (1898-1994) o María Teresa León (1903-1988) escribían poesía (entre muchas otras).
¿A qué se debe este olvido prolongado en el que cayeron estas mujeres? Sin duda, a su género. Durante los conservadores años centrales del siglo XX, la Generación del 27 se escribió con nombres masculinos y, en este sentido, Las Sinsombrero no estaban en la lista. Algunas de estas mujeres sufrieron otros motivos (además de ser mujeres) por los que fueron olvidadas; es el caso de Ernestina de Champourcin, que, además de mujer, era ferviente católica, una orientación ideológica que parecía no tener cabida en la progresista Generación del 27.
De todas estas Sinsombrero (el mote les viene de una anécdota que contó Maruja Mallo, otra integrante del grupo, sobre un día que se atrevieron a quitarse el sombrero en la Puerta de Sol de Madrid), sin duda la más polifacética fue Josefina de la Torre, con el permiso, por supuesto, de Marga Gil Roësset, que también poseía un gran talento para diversas disciplinas.
Islas Canarias
Josefina de la Torre nació en Las Palmas de Gran Canaria, y siempre llevó el Atlántico y la vida insular en su alma. No en vano, uno de sus poemarios más conocidos, Poemas de la isla (1930), es un bellísimo recopilatorio de los recuerdos de niñez, en el que se mezclan la prosa y la poesía y en donde el leitmotiv persistente es el mar. De hecho, a Josefina la llamaban ‘la muchacha-isla’, precisamente porque era imposible desvincularla de su origen.
La familia De la Torre era muy conocida en Las Palmas, una ciudad que, por cierto, nada tenía de provinciano a principios del siglo XX. La urbe era un hervidero artístico importante que impregnó a Josefina desde muy pequeña.
Su talento natural estuvo también espoleado por una familia que estaba enteramente dedicada al arte: de su tío, el barítono Néstor de la Torre, aprendió las bases de la lírica, y de su hermano, el cineasta Claudio de la Torre (que era bastante mayor que ella), el interés por el teatro, el cine y la actuación.
Contacto con la vanguardia de Madrid
En 1924, y con solo 17 años, emprende viaje a Madrid para acompañar a su hermano, que acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura. Josefina queda absolutamente fascinada con la capital española, que, en aquellos años (todavía muy lejana la República) empieza a dar sus primeros pasos hacia la modernidad. En este camino de equiparación con Europa se cuenta, por supuesto, la liberación femenina. En 1926, Maria de Maeztu (1881-1948) funda el Lyceum Club femenino de Madrid, una institución que será importantísima para concienciar a las mujeres sobre la necesidad de equipararse intelectualmente a los hombres y aspirar a las mismas posibilidades que ellos.
Tímidamente (muy tímidamente) las mujeres empiezan a fumar, a trabajar y a divertirse como sus compañeros. En este tipo de mujer moderna es donde debemos encajar a Las Sinsombrero; entre ellas, a Josefina de la Torre, que nunca se plegó a los roles tradicionales reservados a la mujer.
El acto de entrega de premios permite a la joven Josefina conocer a los más grandes de la Generación del 27. Es una entrada por la puerta grande en el mundo artístico de Madrid, y Josefina sabe aprovecharse de ello. En 1928 aparece su primer poemario, Versos y estampas, prologado por el mismísimo Pedro Salinas (1891-1951). En esta primera recopilación poética, Josefina ya expresa lo que más tarde le será característico: su infancia en la isla, al lado del mar.
Poesía, música... y teatro
A pesar de ser una poetisa extraordinaria, la verdadera pasión de Josefina de la Torre es la música. Con este fin se instala definitivamente en Madrid y perfecciona sus conocimientos de canto lírico y sus dotes de concertista. En esta época, Josefina imparte numerosos conciertos en la capital; entre ellos, el famoso concierto de la Residencia de Estudiantes, donde vivían muchos de los miembros de la generación.
Además de cantar, tocar y escribir, Josefina también tiene tiempo de actuar. Ya de muy pequeña se sintió atraída por el mundo de la actuación; de hecho, con su hermano Claudio había fundado, muchos años atrás, el Teatro Mínimo, una compañía que pretendía poner en escena obras olvidadas por los grandes circuitos teatrales. Claudio de la Torre tenía muchos contactos no solo con el mundo del teatro, sino también del cine, pues encaminó sus pasos a la producción cinematográfica. Su apoyo resultará crucial para Josefina, que, gracias a él, entrará en los circuitos del celuloide; entre ellos, en los de la Paramount, para la que empieza a doblar a actrices extranjeras. Entre ellas, por supuesto, a Marlene Dietrich, que, agradecida, le envió una fotografía dedicada.
Josefina de la Torre doblaba, pero también interpretaba. Apareció en diversas películas de las décadas de 1930 y 1940, algunas dirigidas por su hermano, como Misterio en la marisma, de 1943. También trabajó con otros directores e incluso se atrevió a adaptar el guión para la película Una herencia en París (1944). El rostro de Josefina se iba haciendo popular, por lo que llegó a aparecer en un par de ocasiones en la portada de la revista Primer Plano, una de las más vendidas de la España franquista.
El teatro era muy importante para ella. Además de su trabajo en cine y televisión, Josefina participó en compañías teatrales de renombre, como la de Amparo Soler Leal o Nuria Espert, además de fundar su propia compañía, la Compañía de Comedias Josefina de la Torre. Su energía era realmente inagotable.
Los últimos años... y un gran amor
Josefina de la Torre era una mujer libre. Había tenido varias relaciones (entre ellas, parece ser que con Luis Buñuel, aunque no queda claro si fue una amistad o algo más), pero nunca aceptó casarse con ninguno de sus pretendientes. Hasta que llegó Ramon Corroto, un actor 23 años más joven que ella.
Según el testimonio del sobrino de Josefina, Jaime Hernández de la Torre, su tía fue inmensamente feliz con Corroto, con quien finalmente se casó. Según este testimonio, las mayores penas de la artista fueron no haber sido madre y la muerte prematura de Ramon, que falleció en 1980 con tan solo 49 años.
Hernández de la Torre describe a su tía como una mujer muy humilde y cercana, con un gran corazón y muchísima amabilidad para con los demás. Sin embargo, Hernández de la Torre apunta a una cierta melancolía que siempre se vislumbraba en ella, especialmente a raíz del fallecimiento de su esposo, una tragedia de la que nunca pudo recuperarse del todo.
La última aparición en pantalla de la incombustible Josefina fue la serie de televisión Anillos de Oro, estrenada en 1983, donde interpretaba a la madre del personaje de Xabier Elorriaga. A partir de la década de 1980, Josefina empieza a caer en el olvido.
El 12 de julio de 2002 fallece en Madrid la última voz de la Generación del 27. Cuando se hizo público su óbito, muy poca gente sabía ya quién era. Pero lo cierto es que Josefina de la Torre, la ‘muchacha-isla’, es una de las voces más intensas y polifacéticas de nuestro siglo XX, que dejó su huella en la poesía, en la música, en el teatro, en la radio y en el cine. Casi nada.


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