África es un enorme continente (tres veces el tamaño de Europa), crisol de culturas y hogar de numerosos pueblos que han explicado la historia del mundo, la vida y la muerte a través de los elementos cotidianos que veían a su alrededor. En los 30 millones de km2 que tiene África hay espacio para múltiples climas, flora, fauna y culturas diversas, que han hecho de esta gran tierra su hogar.
En la zona de Nigeria se encuentran los Yoruba, que cuentan con una riquísima mitología ancestral. Entre Kenia y Tanzania hallamos a los Masai, pastores nómadas que también cuentan con una antigua y rica cultura mítica. Los Dinka viven a las orillas del legendario Nilo, en Sudán, y los nubios, al norte de este país. Los zulúes son la etnia originaria del sur, de países como Sudáfrica, Zambia o Mozambique.
Es imposible, como podemos ver, abarcar mitologías tan variadas en un solo artículo. Sería como si quisiéramos resumir la mitología griega, romana, celta e íbera, por poner un ejemplo. Sin embargo, intentaremos sumergirte en estas culturas ancestrales a través de 5 mitos de la mitología africana que hablan de la creación del mundo, la vida y la muerte. Esperemos que los disfrutes.
5 mitos de la mitología africana que debes conocer
La mitología de un pueblo contiene las creencias más antiguas sobre el sentido de la vida, la existencia humana y la trascendencia. Así, el mito ha sido siempre el vehículo de transmisión por excelencia. El vocablo proviene de la raíz indoeuropea meudh o mudh, “relatar”, por lo que el mito es un relato atemporal (o, más bien, ajeno al tiempo humano) creado para explicar aspectos fundamentales de la vida y de la muerte. A continuación, te presentamos cinco historias míticas de algunos pueblos africanos.
1. La creación de la tierra
Cada uno de los pueblos que habitan África tiene su propio mito de la creación. Los Yoruba, afincados en lo que hoy es Nigeria, cuentan lo siguiente: En un principio solo existía Olodumare, la divinidad celestial, que tenía, eso sí, dos hijos: Obatala y Oduduwa. Un día los envió al mundo con tres presentes: una gallina, un camaleón y un saco. Como en aquellos días pretéritos el mundo no tenía tierra firme, los dos hermanos tenían miedo de morir ahogados, por lo que Olodumare puso un árbol entre el cielo y el mundo. De esta forma, ambos cayeron a salvo entre sus ramas.
Obatala descubrió que de la corteza del árbol (un cocotero) se podía extraer una sustancia alcohólica riquísima, por lo que no hizo otra cosa y, de la borrachera, se quedó dormido. Su hermano Oduduwa, mucho más intrépido, se atrevió a descender hasta las raíces del cocotero. Allí lanzó la arena que estaba retenida en el saco, el primero de los regalos de su padre celestial.
Cuando la arena cuajó, Oduduwa pudo poner pie en tierra firme por primera vez. Entusiasmado, soltó al camaleón, el segundo regalo de Olodumare, y, al ver que el pequeño animal caminaba sin miedo por encima de la arena, el muchacho se atrevió a avanzar más. En el fondo del saco todavía quedaba más tierra; en este caso, era negrísima y muy fértil. Oduduwa la soltó de nuevo, y la gallina, el tercer regalo del dios del cielo, empezó a escarbar y a esparcir la tierra por todo el mundo.
Complacido con la inteligencia y valentía de su hijo, Olodumare le dio más presentes, que el joven utilizó sabiamente. Primero, el dios le entregó maíz, con el que Oduduwa pudo sembrar. Después le dio conchas marinas con las que comerciar y hacerse rico, y, por último, hierro, poderoso metal con el que pudo fabricar herramientas y armas. Con todo este equipaje, no es extraño que Oduduwa se convirtiera en el primer gobernante de los Yoruba.
2. La creación de las diversas etnias humanas
El pueblo nubio que habita en Sudán, de orígenes antiquísimos, tiene un curioso mito para explicar las distintas etnias que pueblan la tierra. Según su mitología, la divinidad moldeó a un ser humano de arcilla y lo metió en el horno para cocerlo. Como el dios todavía no había creado a nadie, no estaba seguro de cuánto tiempo debía dejar al hombre en el horno, por lo que sobrepasó el tiempo necesario y extrajo a un ser humano quemado, de piel negra. Lo situó en las primeras cascadas del Nilo.
Más tarde, deseoso de crear más seres humanos, la divinidad metió a otro hombre de arcilla en el horno. Como no quería que se le quemara, lo sacó demasiado pronto, y por ello este hombre tenía la piel blanquísima. Dios lo puso en el norte, más allá de la desembocadura del Nilo.
La divinidad volvió a moldear a un nuevo hombre y lo metió de nuevo en el horno. Esta vez ya sabía cuánto tiempo debía mantenerlo dentro, por lo que lo sacó justo a tiempo. Este nuevo ser humano tenía la piel tostada, al que dio la tierra del Nilo para vivir.
3. ¿Por qué el Sol brilla más que la Luna…?
Esta sería una pregunta habitual entre los hombres y las mujeres prehistóricos, que no sabían que la supuesta luz lunar era, a su vez, la del sol. Probablemente les chocaría que, durante el día, el astro refulgiera como el fuego y, por la noche, su gemelo tuviera un aspecto tan pálido y mortecino.
El pueblo Wute, situado en el actual Camerún, tiene un hermoso mito que intenta dar una respuesta a la pregunta. Parece ser que, al principio de la creación, el Sol y la Luna brillaban igual de intensamente, por lo que el día y la noche eran igual de claros. Sin embargo, y a pesar de que, aparentemente, eran buenos amigos, el Sol no quería que la Luna brillara tanto como él y maquinó un diabólico plan para conseguir su palidez.
Un día, el Sol le propuso a la Luna que se bañaran en un río. La Luna era muy pudorosa y no quería bañarse al lado del Sol, por lo que este, fingiendo una amabilidad que, en realidad, no sentía, le dijo que esperara en la orilla. Cuando viera que el agua hervía, ello quería decir que él ya se estaba bañando, por lo que podría entrar en el agua sin ser vista.
Dicho y hecho. La Luna esperó, y cuando vio las aguas del río bajar espumosas y calientes, penetró también ella en la corriente. Lo que la Luna ignoraba era que aquellas aguas tenían el poder de atrapar la luz, por lo que, cuando emergió, estaba completamente pálida y triste. El Sol la había engañado: él no había entrado en el río, sino que había hecho una hoguera con ramajes para calentar el agua. A partir de entonces, el Sol brilla durante el día con todo su esplendor y la Luna solo es su pálido reflejo.
4. De espíritus y de dioses
En la mitología africana los conceptos de dios y espíritu poseen fronteras poco definidas. En general, los espíritus emergen del cuerpo una vez muerto y, si ha sido suficientemente valeroso, puede regresar en forma de animal. En este caso, el pueblo al que ha pertenecido el fallecido glorioso no matará jamás al animal en el que se supone que el espíritu ha reencarnado.
Volviendo al pueblo de los Yoruba, parece ser que al principio de todo (mucho antes del dios del cielo Olodumare) solo existía el Espíritu. No sabemos de dónde lo sacó, pero parece ser que este ser tenía un esclavo, Eshu, que era el dios del destino. Cansado de servir al Espíritu, Eshu planeó su venganza. Como el Espíritu vivía en una casa modesta a los pies de una gran montaña, Eshu empujó una roca descomunal y aplastó con ella el hogar del Espíritu.
Sin embargo, el Espíritu Divino no podía fallecer, por algo era el principio y el final de todo. Así que, con el impacto de la roca, fragmentos del ser se esparcieron por la tierra: en los animales, en los seres humanos, en las plantas, en las montañas, en los ríos. Todos tenemos, pues, un trozo de divinidad en nuestro interior…
5. La horrible morada de los muertos
Cada pueblo de África tiene su propia opinión sobre lo que sucede tras la muerte. Si bien algunos espíritus suficientemente valientes reencarnan, los más débiles nunca regresan. Entonces ¿a dónde van? Existe una escalofriante historia acerca de la horrible morada de los muertos, que cuenta cómo un matrimonio muy joven se puso en camino hacia la casa de los padres de la esposa para hacerles una visita. Por el camino se toparon con una calavera que, ante su asombro, les empezó a hablar y le pidió que la ayudaran a cruzar el río.
A pesar del miedo que los atenazaba, los jóvenes esposos cumplieron con la petición, pero su recompensa fue llegar a un pueblo en ruinas donde vivían monstruosos espíritus. La calavera les había engañado y los había llevado al hogar de los difuntos, con el objetivo de que sirvieran de banquete para los espíritus de los fallecidos.
La historia termina bien; una araña acude en su ayuda y teje una enorme tela que deja atrapados a los espíritus. Por supuesto, la familia de la pareja y sus descendientes nunca mataron a ninguna araña y las veneraron como sus salvadoras.
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