Más de setenta retratos realizó el pintor George Romney (1734-1802) de Emma Hamilton, antaño Emma Hart y, todavía más anteriormente, Emy Lyon, una humilde joven de provincias hija de un herrero. La fascinación que el artista sentía por la muchacha (a la que captó en multitud de poses y actitudes) era tal que, cuando Emma partió hacia Italia, Romney quedó devastado, y su carácter melancólico se acentuó todavía más.
¿Qué tenía aquella criatura para ser capaz de atrapar así al pintor? Emma Hamilton no solo era bonita, sino que desprendía alegría y vivacidad y, además, poseía una belleza clásica muy acorde con el Neoclasicismo imperante. Escaló desde los más bajos orígenes (en su más tierna adolescencia parece ser que tuvo que ejercer como prostituta) hasta las cimas de la fama, especialmente tras su matrimonio con Lord Hamilton y, especialmente, a través de su sonado romance con el Almirante Lord Nelson.
Si te apetece saber más sobre esta mujer fascinante, sigue leyendo. Hoy te contamos la vida de esta musa y actriz inglesa, famosa por sus recreaciones de la Grecia clásica: Lady Emma Hamilton.
Breve biografía de Emma Hamilton, la musa inglesa más codiciada
La vida de Emma Hamilton parece sacada de una novela. Nuestro personaje ha pasado a la historia como seductora intrigante (tópico habitual en la biografía de muchas mujeres), y, aunque es cierto que Emma escaló en la sociedad a través de sus relaciones, no lo es menos que poseía un carácter despierto e inteligente y que tenía un indiscutible talento para las artes dramáticas.
Su belleza marmórea, parecida a la belleza de una estatua griega, atrajo a numerosos artistas que la hicieron su musa, especialmente al ya citado George Romney, que quedó absolutamente prendado por sus encantos (aunque no se tiene constancia de una relación sentimental entre ellos).
La “Cenicienta” de Inglaterra
Nació como Emy Lyon (o Amy, pues ella nunca supo cómo escribir exactamente su nombre de bautizo) en el seno de una familia pobre y analfabeta, el 26 de abril de 1765 (o 1763). A los dos meses quedó huérfana de padre (Henry Lyon, un modesto herrero de Nesse, Chesire). Poco más se conoce de sus primeros años de vida, que permanecen en la más absoluta bruma.
A los doce años la encontramos ejerciendo de criada en Chester y, más tarde aún, siendo Emma ya una adolescente, se traslada a Londres y entra al servicio de una familia del barrio de Blackfriars. No están muy claros sus pasos en estos años; parece ser que trabajó en el Covent Garden como doncella de una actriz, y que ello le inspiró el deseo de convertirse algún día en una dama del teatro.
Sin embargo, otras fuentes mencionan que fue bailarina en un local de dudosa reputación, y que también ejerció la prostitución para sobrevivir. El escritor y profesor de esgrima Henry Angelo (1765-1835), un conocido de Emma de aquellos años, reconoció que un día la había encontrado paseando con dos muchachas más y que ella le había confesado que vivía en un famoso y coqueto burdel de King’s Place…
A los quince años, Emy Lyon ya había vivido una eternidad y había pasado por muchos hombres. Parecía que su futuro estaba condenado; una mujer “de mala vida” (prostituta o actriz, daba igual, pues en aquella época se consideraban lo mismo), sumergida en la negrura de los barrios más miserables de Londres. Sin embargo, el destino le tenía reservado un papel muy diferente.
Emma Hart, la musa entre las musas
Fue entonces cuando surgió su primer valedor, Sir Harry Featherstonhaugh, que la llevó con él a su finca en el campo y la hizo, cómo no, su amante. Pero, además de proporcionar placer al aristócrata, Emma participaba y ejercía como absoluta anfitriona de las fiestas galantes que allí se celebraban. Pronto fue admirada por su belleza, su gracia y su indiscutible poder de seducción.
Precisamente en una de estas fiestas, Emy Lyon conoció a otro aristócrata, Charles Greville (1749-1809), que, en un futuro no muy lejano, habría de salvar a Emma de la vergüenza y la miseria. Porque Sir Featherstonhaugh pronto se cansó de ella; cuando se enteró de que la muchacha se había quedado embarazada, le negó su auxilio. Fue entonces cuando la joven, desesperada, envió a su amigo Charles una carta en la que le pedía ayuda; Greville aceptó convertirse en su protector, pero con una condición: debía renunciar a la hija que había tenido con Featherstonhaugh.
Emma aceptó el pacto (era eso o el regreso al prostíbulo, con toda seguridad) y se trasladó a casa de Charles. Su nuevo valedor trató entonces de cambiar a la “promiscua” Emy por una mujer de virtud intachable; para ello, lo primero que hizo fue cambiarle el nombre y el apellido. En adelante, Emy Lyon pasaría a ser Emma Hart, y se convertiría en una respetada y digna matrona.
Nueva vida en Nápoles
Existía, empero, un pequeño escollo. Y es que la única manera de parecer respetable a ojos de la encorsetada sociedad inglesa de la época era pasando por el trámite matrimonial. Pero Greville no se casó con Emma. En 1782, Charles Greville había presentado a Emma al pintor George Romney, que quedó fascinado con ella y realizó un sinnúmero de retratos donde la joven era representada como una auténtica heroína griega.
Estos retratos se volvieron pronto tan populares que su rostro se podía encontrar en muchas tiendas de grabados de la capital, cosa que, evidentemente, no era del agrado de Greville. En definitiva, si deseaba casarse, Emma no era la mujer apropiada para ello. Cuando la situación económica de Greville se volvió insostenible, decidió que su única salida era casarse con una joven heredera. Emma se había convertido en un obstáculo, así que el aristócrata la envió a Nápoles arguyendo una serie de mentiras para deshacerse de ella.
Al principio, Emma le creyó. Pensaba que Greville se reuniría con ella en Italia y que juntos realizarían ese Grand Tour tan famoso en los círculos nobiliarios de la época. Por supuesto, no fue así. Durante su estancia en Nápoles, la joven se enteró del compromiso de su antiguo valedor y, por tanto, se dio cuenta de que había sido traicionada.
Desconsolada, le envió una carta a Greville, en donde le transmitía el profundo dolor que sentía ante la sugerencia de su antiguo valedor de que se fuera a la cama con el tío de Charles, Sir William Hamilton. En otras palabras, Emma le estorbaba ya y pretendía que otro la mantuviera. Emma volvía a ser un objeto de puro divertimento, del que los hombres se deshacían cuando ya no les interesaba.
Lady Hamilton
El hecho es que Emma no fue la amante de Sir William Hamilton, sino que se convirtió en su esposa. La pobre Emy Lyon, alias Emma Hart, la hija analfabeta de un herrero, había pasado a ser la esposa de todo un Lord. Empieza entonces su nueva vida en Nápoles, donde Sir William Hamilton tiene su domicilio.
Su esposo la introduce en la sociedad napolitana y, lo que es más importante, en la cultura griega y romana, que en aquellos años causa auténtico furor, debido, en parte, al descubrimiento de las ruinas de Herculano. Emma pronto aprende a posar con una gracia innegable para sus famosas attitudes, unas veladas donde la joven aparece vestida con vaporosas túnicas y representa poses de estatuas clásicas y de personajes de la mitología griega.
Pronto, Lady Hamilton se convirtió en el personaje más famoso de Nápoles. Entre sus amistades se contaba nada menos que la reina María Carolina, la esposa de Fernando I de Nápoles (y hermana, por cierto, de la guillotinada María Antonieta). Por otro lado, entre los espectadores maravillados con sus dramatizaciones estuvo el mismísimo Goethe, que dejó por escrito una detallada descripción de las attitudes de Lady Hamilton, en la que menciona su traje griego confeccionado expresamente para ella y la facilidad con que Emma reproducía centenares de expresiones.
Un bellísimo testimonio de estas poses fueron los dibujos que de ellas realizó el pintor Friedrich Rehberg, que muestran sobriamente a la actriz en blanco y negro, sin ningún atrezzo que distraiga la visión, ataviada con túnicas y velos. Al más puro estilo Neoclásico.
Un último (y verdadero) amor
A pesar de que el matrimonio se llevaba bien, la considerable diferencia de edad (Lord Hamilton tenía sesenta y un años y Emma, veintiséis) hizo evidente que lo que les unía era solo un profundo respeto y un cariño entrañable. Sir William había hecho con la pequeña Emma su propia historia de Pigmalión, y la había convertido en una gran dama.
Pronto, el amor con mayúsculas se cruzaría en la vida de la joven. Y ese amor no sería otro que Lord Nelson, el famoso almirante, el héroe de Trafalgar a quien reverenciaba toda Inglaterra. En 1798, Nelson volvió a encontrarse con el matrimonio en Nápoles, e incluso se alojó con ellos. La admiración que sintió por Emma se refleja en las cartas que le envió a su esposa, Lady Fanny, en las que le contaba las virtudes de la joven.
Resultaba evidente que el avejentado almirante, manco y casi sin dientes, se estaba enamorando de ella. Parece ser que el affaire estuvo espoleado por el mismo Lord Hamilton que, consciente de su edad, era más que permisivo con los amoríos de su esposa. El caso es que se formó una extraña convivencia que incluía a marido, mujer y amante, que produjo verdadero asombro en la estricta sociedad inglesa. En 1801, Emma dio a luz a Horatia, la hija ilegítima de Nelson, y, en 1804, a otra niña que nació muerta. Al año siguiente fallecía el héroe de Trafalgar.
Emma Hamilton se había quedado sola. William había fallecido a su vez en 1803; finalizaba así el extraño ménage a trois que habían formado. Cargada de deudas, incapaz de mantener a su hija, Emma huye a Calais, donde pasa sus últimos años. En 1815 fallece en Francia Lady Hamilton, afectada de amebiasis, una afección producida por la disentería. Con ella moría la más genuina personalización de la época clásica de la época de la Ilustración. Para la posteridad quedan los hermosos retratos que de ella realizó George Romney y la encantadora pintura que ejecutó la artista Élisabeth Vigeé Lebrun, donde la representa como una bacante, como si hubiera congelado en el lienzo una de sus inmortales attitudes napolitanas.