La autoestima es la base fundamental del bienestar psicológico de las personas. Por ello, se trata de uno de los aspectos más importantes de la mayoría de los procesos de psicoterapia.
En este artículo veremos cómo se trabaja la autoestima desde la terapia psicológica, y en qué sentido esto beneficia a los pacientes.
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Los componentes de la autoestima
La autoestima es la valoración que hacemos de nosotros mismos. Podemos sintetizarla en estos cinco “autos”, sus componentes y partes constitutivas:
1. Autoconocimiento
Consiste en saber cuáles son tus características, tus debilidades, fortalezas, necesidades…
2. Autovaloración
Una vez tienes claras tus características toca ver cómo las valoras, es decir, si de forma positiva o negativa, a grandes rasgos.
3. Autoaceptación
Hay cosas que podemos y queremos cambiar de nosotros mismos y otras que quizá no nos gustan y debemos aceptarlas tal y como son.
4. Autorrespeto
Es el paso previo a una autoestima sana. Se trata de buscar nuestro bienestar, cubrir nuestras necesidades y tratarnos con el amor que merecemos.
5. Autoestima positiva
Está basada en todos los puntos anteriores, y en el hecho de que buscamos una autoestima sana, es decir, que no sea ni demasiado baja (infravaloración), ni alta ( narcisismo) ni condicional (querernos si conseguimos ciertos logros y sino despreciarnos). Una autoestima sana es incondicional.
¿Qué entendemos por amor propio equilibrado?
La autoestima sana puede definirse como la actitud positiva hacia uno mismo, basada en una autoimagen realista que tenga que ver con quiénes somos realmente. Supone aceptarnos incondicionalmente, sin que esta aceptación dependa de la consecución de ciertos logros o de la valoración de otras personas y atender a nuestras necesidades y bienestar personal. También influye en esta si nos relacionamos de forma satisfactoria con lo demás.
Hay que diferenciarla de una autoestima baja, en la que nos valoramos distorsionadamente de forma más negativa de lo que merecemos, y de una autoestima narcisista, en la cual la persona tienda a sobrevalorarse, o de una autoestima condicional, que depende de la consecución de ciertos logros.
Podemos imaginarnos la autoestima sana como una balanza equilibrada entre nuestro “yo real”, más relacionado con el autoconcepto, es decir, en cómo nos vemos a nosotros mismos, y nuestro “yo ideal” referido a cómo nos gustaría ser.
Este “yo ideal” responde a nuestro “yo potencial” con lo que hay que ser cauteloso, ya que es importante tener metas y afán por mejorar, pero no es conveniente tener unas autoexigencias demasiado altas ya que no llegaremos a alcanzarlas o, si lo hacemos, estaremos sufriendo por cuando dejaremos de hacerlo.
¿Se puede trabajar la autoestima en terapia?
Pese a que la autoestima se ha forjado, en gran medida, en nuestra infancia y juventud, es algo que se puede trabajar en la adultez mediante la terapia psicológica. De hecho, es una de las principales demandas que recibimos en nuestra consulta, Mariva Psicólogos.
A la hora de trabajar la autoestima en psicoterapia, lo hacemos interviniendo en cada uno de los 5 elementos constitutivos que hemos mencionado, y otorgando herramientas en estas áreas:
1. Área cognitiva
El papel de los pensamientos es primordial, siendo uno de los objetivos principales de la terapia la flexibilización de los “debería “que nos imponemos, es decir, de las autoexigencias, así como creencias distorsionadas que podemos tener sobre nosotros mismos.
Se trata de revertir todos aquellos pensamientos destructivos y distorsionados que tenemos acerca de nosotros mismos en un auto diálogo del que no solemos ser conscientes.
2. Área conductual
En esta área se trabajan, entre otros aspectos, la práctica de los derechos asertivos, de habilidades sociales, remarcamos la importancia de realizar tareas agradables… En general, se busca que la persona aprenda a cuidarse y, también, que experimenta mayor sensación de utilidad.
Por otro lado, las relaciones sociales son muy relevantes para generar una autoestima sana, y por ello se potencia la calidad de las habilidades comunicativas y expresivas.
3. Área emocional
Es importante cultivar la autocompasión, trabajar sobre nuestras emociones así como analizar el cómo nos vemos (yo real) y cómo querríamos saber (yo ideal) tratando de equilibrar esta balanza que suele estar muy desnivelada.
Potenciaremos emociones propias de la amabilidad, ya que si podemos ser amables con los demás... ¿por qué no con nosotros mismos?
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Entonces... ¿yo podría mejorar mi autoestima si acudo al psicólogo?
La respuesta ante la pregunta de si la autoestima puede mejorarse en terapia es un rotundo sí. De hecho, como comentábamos, es una de las principales demandas actualmente en nuestra consulta de Valencia, ya que si la autoestima es baja, la persona no se encuentra bien y se genera un sufrimiento considerable que, incluso puede hacer que se desarrolle ansiedad, estado de ánimo bajo, que se dañen las relaciones sociales y/o de pareja, etc.
Trabajar la autoestima es un proceso que, pese a tener una parte dura, es muy gratificante para la persona que lo recorre y para el terapeuta que la acompaña. Este proceso comienza con una adecuada evaluación psicológica para conocer el problema concreto de la persona, y qué técnicas son las más adecuadas para él o ella. Se prosigue con el aprovechamiento de estas técnicas para acabar cuando se consigue una gran mejora de la autoestima, la cual debe seguir siendo cuidada, al igual que cuidarías tu bien más preciado.
Si lo piensas, es como cualquier otro amor. Hay que saber cómo querer, eliminar las relaciones tóxicas y, cuando descubres el amor sano, hay que seguir cuidándolo ¿Por qué no hacer lo mismo con el amor propio?
Referencias bibliográficas:
- Baumeister, R. F.; Campbell, J. D.; Krueger, J. I.; Vohs, K. D. (2003). Does High Self-Esteem Cause Better Performance, Interpersonal Success, Happiness, or Healthier Lifestyles?. Psychological Science in the Public Interest. 4 (1): 1 - 44.
- Marsh, H.W. (1990). Causal ordering of academic self-concept and academic achievement: A multiwave, longitudinal path analysis. Journal of Educational Psychology. 82 (4): 646 - 656.
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