La filosofía estoica es una de las escuelas más importantes de la época helenística griega. No sólo marcó el rumbo del pensamiento griego, sino que caló profundamente en civilizaciones posteriores como la romana, que hizo del estoicismo una de las bases de su cultura disciplinada y austera. Por otro lado, también el cristianismo bebió de la doctrina de Zenón de Citio; de ella extrajo el concepto de orden universal promovido por Dios y la resignación absoluta ante la inevitabilidad de los hechos.
¿Qué sabemos del filósofo que fundó la escuela del estoicismo? ¿En qué se basan, exactamente, sus enseñanzas? En esta biografía de Zenón de Citio repasamos la vida de este pensador griego y las principales directrices de su filosofía, así como su influencia en la historia.
Breve biografía de Zenón de Citio, el fundador del estoicismo
Como sucede a menudo con los personajes antiguos, de Zenón de Citio conocemos muy poco. De hecho, de las enseñanzas que transmitió por escrito se conservan fragmentos dispersos, entre ellos, los de La vida según la naturaleza y Las pasiones. En concreto, estas obras hacen referencia a dos de los pilares básicos del estoicismo: por un lado, el vivir en consonancia con la naturaleza; por otro, el control constante de las pasiones para que los actos humanos tengan como única guía la razón, el único camino para la virtud.
El mercader que lo perdió todo
La anécdota es suficientemente conocida. El padre de Zenón era mercader, originario de la isla de Chipre, en una de cuyas ciudades, Citio, nació el futuro filósofo hacia el año 334 a.C. Parece ser que, de joven, Zenón siguió los pasos del progenitor y se dedicó al comercio, pero la pérdida de todo un cargamento valiosísimo al naufragar el barco que lo transportaba lo llevó a la ruina. Para muchos biógrafos, este es el punto de inflexión que marca el inicio de su trayectoria filosófica.
A decir verdad, el joven Zenón había tenido contacto con la filosofía griega del continente desde muy pequeño. Su padre, Mnáseas, le traía libros de pensadores atenienses, que compraba durante sus viajes de negocios. Por tanto, y si confiamos en esta versión, al comienzo de su actividad filosófica Zenón ya tenía un cierto bagaje cultural y, sobre todo, una mente suficientemente inquieta como para dedicarse de pleno al pensamiento.
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La forja de un filósofo
Eso sí, antes de comenzar a enseñar él mismo, fue discípulo de algunos de los más importantes filósofos de Atenas, entre ellos Estilpón de Mégara (360-280 a.C.) y el cínico Crates de Tebas (368-288 a.C.). La escuela cínica fue fundada por Antístenes (444 -365 a.C.), que primero fue sofista y, más tarde, discípulo de Sócrates. Esta corriente filosófica es conocida sobre todo por Diógenes de Sinope (412 – 323 a.C.), el pensador más importante de la escuela de los cínicos, conocido también como Diógenes el Perro, según algunas fuentes, por su comportamiento parecido al de los perros (cínico viene del vocablo griego kyon, perro). Evidentemente, el nombre de la escuela tiene la misma raíz.
Pero no nos desviemos de Zenón y su aprendizaje. No se sabe con exactitud cuándo nació, por lo que es difícil calcular a qué edad comienza a dedicarse a la filosofía; lo más probable es que lo hiciera pasados ya los cuarenta años. Además de ser discípulo de Estilpón y Diógenes, se sabe que también acudió a la Academia, que seguía una enseñanza más bien platónica. Todo este bagaje filosófico ayudó a conformar en él las bases de su nueva corriente de pensamiento.
No satisfecho del todo con los preceptos de los cínicos (que, sin embargo, influyeron mucho en su enseñanza), Zenón se propuso dar otra vuelta de tuerca a la filosofía, y decidió fundar él mismo una escuela. Como no podía permitirse la compra de un local, empezó a reunirse con sus discípulos en el exterior, en un pórtico (stoá) decorado con pinturas de Polignoto, lo que dio nombre a la escuela, stoá poikile, estoicismo.
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La influencia del estoicismo en la historia
Zenón estuvo enseñando nada menos que treinta años. Algunos de sus contemporáneos, como su discípulo Perseo, afirman que vivió hasta los setenta y dos, aunque otras fuentes señalan la avanzada edad de noventa y ocho años. De igual forma, la manera en que murió es confusa: algunos textos aseguran que el sabio se suicidó, aunque puede que esto sea sólo un añadido a su vida, muy del gusto estoico, puesto que el suicidio era bien visto para los seguidores de esta corriente. ¿Por qué? Porque el ser humano tiene como meta la virtud, valor indispensable para la filosofía estoica. Si su entorno le impide ser alguien virtuoso, puede decidir libremente su muerte y liberarse, de esta manera, de la obligación de vivir en contradicción con su razón. Es por ello por lo que Sócrates, con su famoso suicidio con cicuta (a pesar de que fue obligado a ello y no lo escogió por propia voluntad), y aunque no fuera exactamente un filósofo estoico, fue erigido como figura sobresaliente de la ética estoica.
Otro sabio que también fue encumbrado a esta dignidad fue Séneca, ya en el imperio romano, que también se suicidó. La filosofía estoica tuvo muchísima aceptación durante la época romana, puesto que el tipo de vida que propugnaba, guiado por la virtud y por el control férreo de las pasiones, casaban a la perfección con el ideal de ciudadano romano. De hecho, uno de los estoicos más importantes fue el emperador Marco Aurelio, conocido como “el emperador filósofo” que, con sus Meditaciones, ayudó a consolidar esta doctrina. Más tarde, la nueva doctrina cristiana también se identificó con ciertas facetas del estoicismo, especialmente con la impasibilidad del sabio ante las desgracias de la existencia.
Pero detengámonos un instante en estos dos conceptos clave del estoicismo: la virtud y la naturaleza.
Vivir de acuerdo con la naturaleza es vivir con virtud
En realidad, el personaje que codificó las enseñanzas “canónicas” del estoicismo fue Crisipo (284-208 a.C.), discípulo de Zenón. Sin embargo, hemos de creer que lo recogido por aquel coincide con la base de las enseñanzas de su maestro.
La filosofía estoica hizo hincapié en tres aspectos principales. Por un lado, la lógica, en la que atacaban principalmente a Epicuro, el fundador de la escuela epicureísta.
Por otro, la física, una materia clásica en la filosofía griega, sobre la que los estoicos decían que el principio rector del universo era el logos, al que identificaban con el fuego. Este principio sería la divinidad, con cuya fuerza ígnea anima el alma de los seres humanos y ordena todo lo existente según unas leyes inmutables y eternas.
Por último, tenemos la ética, a la que los estoicos dedicaron muchos de sus esfuerzos. Para el estoicismo, la libertad del individuo pasaba por una aceptación absoluta de la voluntad divina, puesto que las cosas suceden de acuerdo con sus leyes. Aquí vemos con total claridad las similitudes de esta filosofía con el posterior cristianismo. Las personas deben comportarse de acuerdo con lo que la divinidad, la ordenadora de las cosas, espera de ellas, y esto pasa por un control de las pasiones, las auténticas responsables del desorden y la alteración de las leyes divinas.
Pongamos un ejemplo: si sufro una desgracia (por ejemplo, la que llevó a Zenón a la ruina, el naufragio de su barco), puedo hacer dos cosas: o dejarme llevar por la tristeza, la ira y la desesperación (es decir, las pasiones desenfrenadas) o aceptar que lo que ha sucedido corresponde con un orden divino y natural y, con esta aceptación, alcanzar la paz. En resumen: para conseguir la sabiduría, el ser humano debe vivir de acuerdo con la naturaleza y sus leyes.
Sólo a través de esta aceptación consciente de las leyes divinas y, por tanto, naturales, el sabio accede a la virtud, indispensable para una vida digna y plena. Los estoicos creían firmemente en la causalidad de las cosas; es decir, en que una cosa sucedía a causa de una anterior (todas ordenadas por la divinidad), por lo que cada uno de los actos del ser humano tenían consecuencias. El sabio, pues, debe asumir la responsabilidad de sus acciones (ataraxia); sólo de esta manera se puede alcanzar la ansiada imperturbabilidad del alma.