Ser víctima de negligencia en la infancia es una experiencia para la que ningún ser humano está preparado. Venimos a este mundo programados para conectar y vincular con otras personas. Especialmente con las figuras de referencia que, en la mayoría de ocasiones son los progenitores.
Sin embargo, cuando las personas que se supone que deben cuidarnos no se ocupan de atender y cubrir las necesidades e incluso pueden llegar a herirnos, la herida que se genera es profunda y tiene un fuerte impacto en el desarrollo de la persona.
¿Qué es la interocepción?
El concepto interocepción hace referencia a la capacidad que tenemos para sentir lo que sucede en nuestro organismo, es decir, para percibir las señales internas de nuestro cuerpo. Algunos ejemplos de esto serían: poder notar la tensión muscular, nuestra respiración, los latidos del corazón, la sensación de hambre o las ganas de orinar.
Aunque es un término del que no se habla mucho y, por tanto, es poco conocido para muchas personas, gracias a la interocepción podemos ser conscientes de nuestro estado fisiológico y también identificar nuestras emociones. Todas las emociones tienen asociadas determinadas sensaciones corporales.
La interocepción es fundamental para nuestro bienestar global puesto que ser conscientes de lo que sucede en nuestro interior nos permite poder actuar en función de nuestras necesidades físicas y emocionales. La conexión con nuestro cuerpo es esencial para vivir con equilibrio.
Así pues, el hecho de que nuestra capacidad interoceptiva esté comprometida puede tener consecuencias en nuestra calidad de vida y en nuestro bienestar físico y emocional. No sentir o percibir sensaciones físicas como el hambre, el dolor, el agotamiento o cualquier otra va a hacer que no podamos darnos aquello que necesitamos.
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¿Cómo afecta la negligencia en la infancia en la relación con el cuerpo?
Negligencia y maltrato suelen usarse de forma indistinta y, en realidad, no son exactamente lo mismo. El maltrato implica hacer algo que daña a otra persona. Sin embargo, hablamos de negligencia cuando los cuidadores no ofrecen una respuesta adecuada a las necesidades físicas, emocionales y/o sociales del niño o la niña que tienen a su cargo.
En otras palabras, la negligencia es la falta de atención, cuidado o cumplimiento de las necesidades básicas de una criatura (en las diferentes esferas). No siempre hay intencionalidad y, aún así, las consecuencias pueden ser igualmente graves puesto que durante la infancia el cerebro y el sistema nervioso se están desarrollando.
El contacto físico afectivo, la validación emocional, el consuelo, la presencia y disponibilidad emocional de los cuidadores son experiencias necesarias en la infancia puesto que ayudan a crear sensaciones internas de seguridad y conexión con el cuerpo.
Si esto no sucede, los niños aprenden —consciente o inconscientemente—que sus necesidades no son importantes y no van a ser atendidas de la forma en que ellos necesitan. Por tanto, es muy probable que empiecen a ignorar o reprimir las señales internas y que con el tiempo se acaben desconectando de ellas.
Puesto que el vínculo es uno de los aspectos más necesarios para garantizar la supervivencia en la infancia, está desconexión con uno mismo, las propias señales internas y las necesidades se convierte en un mecanismo de defensa. Este permite que las criaturas se adapten y sobrevivan en el entorno que no les puede garantizar la cobertura de sus necesidades.
Un meta-análisis publicado recientemente ha señalado que la negligencia emocional es la que está más relacionada con la pérdida de la interocepción. Es decir, aquellas personas que crecieron sin recibir contención y sostén emocional, en la edad adulta tienen más dificultades para percibir sus señales internas.
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Consecuencias a largo plazo
El problema es que, aunque desconectarse de las señales internas es un mecanismo útil en el momento, esta desconexión puede mantenerse a medio y largo plazo y tiene importantes consecuencias en la vida adulta.
Desconectarse de las sensaciones internas implica desconectarse de las propias necesidades. Si no podemos percibir las señales de hambre, saciedad, dolor, cansancio o cualquiera de las sensaciones asociadas a las emociones, por ejemplo, es realmente difícil que podamos darnos aquello que necesitamos o que nos puede hacer bien.
Se ha observado que la falta de interocepción está relacionada con problemas de ansiedad, depresión y trastornos de la conducta alimentaria. Además, también se relaciona con dificultades para regular las propias emociones. Todo esto tiene un fuerte impacto en la propia autoestima, en la relación con uno mismo y, por supuesto, en la relación con el resto de personas.
¿Es posible recuperar la conexión con el cuerpo?
Afortunadamente, aunque las experiencias adversas vividas en la infancia tienen un fuerte impacto en el desarrollo emocional, cognitivo, social —e incluso físico— de las personas, es posible recuperar la conexión con el propio mundo interno y las señales del organismo.
La interocepción no se desvanece ni nada similar por el hecho de habernos desconectado de ella y siempre podemos volver a conectar con las sensaciones fisiológicas. Es cierto que el proceso no es siempre fácil, no suele darse de un día para otro, sino que es algo progresivo.
Poder volver a escuchar las señales que nuestro cuerpo emite puede ser un camino complejo que requiera de apoyo profesional. Debemos recordar que esta desconexión se dio en primer lugar como un mecanismo de defensa que garantizaba la supervivencia mediante la adaptación a un entorno en el que las necesidades emocionales no estaban siendo cubiertas.
Hoy en día existen muchas terapias integradoras que enfocan parte de su trabajo en recuperar la conexión entre el cuerpo y la mente. Esto se produce mientras se va trabajando en la integración de las heridas emocionales generadas en la infancia.


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