5 hábitos para cuidar y mantener entrenado el Lóbulo Frontal

Estrategias para mantener en forma el lóbulo frontal de tu cerebro.

Hábitos para cuidar y mantener entrenado el Lóbulo Frontal

El lóbulo frontal es una región importantísima del cerebro humano. La mayoría de las funciones cognitivas y operativas características de nuestra especie se encuentran en este lóbulo. A nivel evolutivo, se trata de uno de los últimos lóbulos en desarrollarse y tiene un tamaño significativamente mayor en los humanos respecto a otras especies.

Entre sus tantas funciones, el lóbulo frontal alberga las funciones ejecutivas, que se enraízan en la corteza prefrontal, sin las cuales no podríamos llevar a cabo la mayoría de actividades que realizamos en el día a día. Por ejemplo, no podríamos manipular información para orientar nuestra conducta en el presente, inhibir ciertos comportamientos inadecuados al contexto social, ni tampoco seríamos capaces de elaborar planes en el largo plazo, más allá de lo que podamos observar en lo concreto. La ventaja evolutiva con la que contamos al tener el lóbulo frontal tan desarrollado es inmensa.

Hay un dicho popular que sostiene que “el cerebro es un músculo”. Aunque a nivel fisiológico es una afirmación bastante cuestionable —ya que está compuesto mayoritariamente por neuronas y células gliales en lugar de fibras musculares—, en términos metafóricos se asemejan más de lo que creemos. Como un músculo, es posible entrenar el lóbulo frontal para mantener en óptimo funcionamiento nuestras capacidades cognitivas, como la atención, la percepción, la memoria de trabajo, el razonamiento y el lenguaje. A su vez, como un músculo, si no lo entrenamos de forma sostenida en el tiempo podríamos notar un deterioro en su funcionamiento. Por esa razón, en este artículo abordaremos la importancia de estimular nuestras funciones cognitivas, y desarrollaremos un conjunto de hábitos fundamentales para cuidar y mantener entrenado el lóbulo frontal.

¿Por qué entrenar el lóbulo frontal?

Debido al envejecimiento, es esperable que el rendimiento de nuestras funciones cognitivas disminuya con el pasar de los años. Afortunadamente, la investigación científica ha demostrado que podemos en cierta medida “acolchar” ese deterioro orgánico mediante la adopción de ciertos hábitos que promuevan la práctica de actividades cognitivas estimulantes.

Sin embargo, la relevancia de entrenar las funciones asociadas al lóbulo frontal no se reduce a aquellas personas que se encuentran en etapas avanzadas de sus vidas. Todos deberíamos cuidar de este aspecto. Por ejemplo, la realización de tareas desafiantes —en términos lógicos, atencionales, creativos, etcétera— es clave en los adolescentes y los jóvenes, ya que numerosos estudios avalan la idea de que la corteza prefrontal culmina su desarrollo recién hacia los veinticinco años de edad aproximadamente. Propiciar en esa ventana temporal una estimulación óptima de las capacidades cognitivas puede ser clave para potenciar al máximo la capacidad que tendrá un individuo para operar sobre el mundo a lo largo de su vida.

La importancia de la práctica para no perder conexiones neurales

Por otra parte, decíamos que a nuestro cerebro hay que entrenarlo si no deseamos perder nuestro progreso. Esto es particularmente cierto en relación a determinadas funciones cognitivas como la memoria. Cuando aprendemos algo nuevo —supongamos, a esquiar— en nuestra memoria se establecen una serie de conexiones entre neuronas, que se comunican unas con otras mediante la liberación de neurotransmisores por un proceso denominado sinapsis química. Originalmente, esas neuronas no estarán conectadas, pero luego de pasar un fin de semana en las montañas tomando clases de esquí quedará una huella o registro de lo aprendido.

Podríamos pensar estas huellas como caminos que se construyen para ir de un sitio a otro con mayor facilidad: a la semana siguiente, si es que vamos a esquiar otra vez, es probable que la tarea nos resulte menos difícil que a alguien quien jamás esquió en su vida; aunque creamos que será imposible mantenernos sobre los esquíes por más de cinco segundos. En la memoria queda fijado ese recorrido neural, aunque no seamos muy hábiles todavía. En ese sentido, podríamos resignificar la famosa frase de Rumi: “cuando empiezas a andar el camino, el camino aparece”. Recorrer ese trayecto sináptico, una y otra vez, hará que el camino sea más luminoso y que nosotros seamos más diestros en una actividad específica.

Sin embargo, en el cerebro no es todo tan simple. En el lóbulo frontal hay dos áreas muy importantes en la fijación y ejecución de praxias, es decir, de movimientos, que son el área premotora y el área motora primaria respectivamente. Si no anduvimos por ese camino hace mucho tiempo —por ejemplo, si pasaron diez años desde la última vez que esquiamos— es probable que nuestro cerebro haya derribado casi por completo ese camino de conexiones neuronales que articulaba los movimientos necesarios para deslizarnos por la nieve sin hacernos daño. ¿Pero por qué ha hecho esto? Pues bien: sostener conexiones supone un gasto de recursos biológicos. También ocupan espacio, a nivel estructural. Entonces, la lógica que sigue nuestro cerebro es la siguiente: si tiene conexiones que no se utilizan, ¿para qué habría de mantenerlas y no emplear esos recursos para otra cosa?

Por esa razón, si deseamos preservar nuestras funciones cognitivas en un estado ideal durante muchos años, es necesario repetir esos caminos; recorrerlos una y otra vez para que persistan, mientras forjamos otros nuevos. Nuestro cerebro es plástico, lo que nos permite moldear nuestro sistema nervioso mediante el establecimiento de conexiones sinápticas que en un principio no estaban allí. Llevar a cabo actividades que nunca antes habíamos hecho puede ser muy estimulante a nivel cognitivo; pero además, puede ser una práctica cargada de placer y satisfacción personal. El ejercicio de fortalecer nuestras funciones superiores mediante la práctica y adquisición de habilidades conlleva, además de notorios beneficios para la salud, una fuente de gratificación capaz de embarcarnos hacia una vida cada vez más plena.

El lóbulo frontal no trabaja en solitario

Una aclaración teórica para hacer es que, al ser el cerebro un órgano complejo, múltiples áreas trabajan en conjunto en este proceso y no es del todo correcto analizar sus partes de forma completamente aislada. Si bien existe una diferenciación funcional entre dichas áreas, no podríamos, por ejemplo, fijar nuevos aprendizajes si no fuese por el involucramiento de otras regiones o estructuras cerebrales como el hipocampo o la amígdala.

La memoria de largo plazo, imprescindible para la consolidación y recuperación de la información en el tiempo, tiene su sustrato neurobiológico en otra área cerebral, la corteza temporal. El lóbulo frontal es solo un engranaje, uno muy importante, dentro de esta gran maquinaria cerebral.

Habiendo señalado estos aspectos, a continuación expondremos algunos hábitos de utilidad para entrenar el lóbulo frontal y sus funciones cognitivas asociadas.

Hábitos para entrenar el lóbulo frontal

1. Dibujar

El dibujo es una excelente actividad para ejercitar la creatividad, pero también es un gran entrenamiento para la ejecución de movimientos finos. Algunas tareas como proponerse replicar una figura u objeto del modo más exacto posible ayudan a la coordinación motora de manera significativa.

2. Resolver crucigramas y rompecabezas

Los crucigramas, sudokus o puzzles se han ganado la fama de ser buenos ejercicios para entrenar la cognición. Esto se debe a que, por una parte, es una práctica que pone a prueba la capacidad de razonar. Es un ejercicio visoespacial, ya que supone alinear de forma coherente figuras, piezas o letras dentro de una estructura mayor.

Los crucigramas, por su parte, nos entrenan en la recuperación del significado de algunas palabras según su definición, almacenada en nuestra memoria de largo plazo (específicamente, en la memoria de tipo semántica). Sin embargo, si queremos potenciar este ejercicio y hacerlo todavía más estimulante, podemos cronometrar el tiempo que tardamos en resolver el crucigrama o establecer un tiempo límite para conseguirlo. Con esto estaremos entrenando nuestra capacidad de traer a la memoria operativa información almacenada de forma rápida, un ejercicio fenomenal que compete a una función asociada al lóbulo frontal.

3. Actividad física

No todas las actividades que sirven para cuidar nuestras capacidades cognitivas se basan en el entrenamiento mental. Sabemos que el entrenamiento físico está relacionado a menores niveles de ansiedad y depresión; que propicia la experiencia de bienestar subjetivo; pero también que es propulsor de la plasticidad neuronal, una capacidad indispensable para que nuestro sistema nervioso pueda establecer nuevas conexiones mientras aprendemos.

4. Descanso

En relación al descanso, se ha demostrado que el sueño está íntimamente ligado a procesos de consolidación de aprendizajes en la memoria. Dormir lo suficiente es necesario no solo para recordar mejor, sino también para poder sostener otras capacidades cognitivas como la atención a lo largo del día.

Maria Eugenia Martinez Villegas García

Maria Eugenia Martinez Villegas García

Salud Mental, Psicología Clínica, PNL, IE y Coach

Profesional verificado
Naucalpan de Juárez
Terapia online

5. Apagar el teléfono (al menos, por un rato)

También vinculado a la atención voluntaria, una función cognitiva que está a nivel funcional asentada en la corteza prefrontal, apagar el teléfono por un breve período de tiempo puede ser un hábito simple pero muy útil para mejorar nuestra capacidad de concentración. Esto es especialmente fructífero cuando deseamos ejercitar la habilidad de mantener la atención en un único estímulo de forma sostenida en el tiempo.

En la era digital es común que nos hayamos habituado a dividir nuestra atención entre las pantallas y la vida real; o que los vídeos efímeros que consumimos en redes sociales nos hayan acostumbrado a sostener la atención por no más de quince segundos. Apagar el teléfono e intentar hacer alguna actividad centrada en un único objeto o momento —como leer un libro a papel o dirigir la atención hacia el propio cuerpo al meditar— puede aumentar de forma significativa nuestra capacidad de desarrollar prácticas o pasatiempos que fomenten nuestras funciones cognitivas y que, a su vez, promuevan nuestra salud de forma integral.

  • Bonilla, V. (2013) Funciones cerebrales y psicopatología. Capítulo 18: Mapas cerebrales.
  • Uribe, D. R., Guzmán, C. S., Marambio, M. M., & Harrington, M. V. (2013). Ejercicio físico y su influencia en los procesos cognitivos. Revista Motricidad y Persona: serie de estudios, (13), 69-74.

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