Así se nos presenta el paso del tiempo, tan veloz y con tanto para ver y vivir que no podemos atraparlo entre nuestras dos manos.
El culto a no perderse de nada se ha hecho costumbre. Dios ayuda a quien amanece más temprano, dice el refrán popular. Devotos a la celeridad, nos hemos convertido en una sociedad de lo inmediato, descartando el valor del proceso.
Cada cosa importante de nuestra vida y de la naturaleza se ha formado con tiempo, con dedicación y con observación; sin embargo, millones de años de historia no nos han servido para comprender el valor de detenerse, observar y valorar lo maravilloso del transcurrir que brinda el tiempo.
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El tabú del cambio
El paso del tiempo se ha convertido en un tabú, y nuestro valor radica en poder saltar los límites. Lo prohibido ya no es el sexo; el hecho de no ser un acumulador de experiencias seriales, o un "trabajador del amor" eso sí que no es aceptado. A cambio, quien disfrute de vivir y cultivar esos primeros tiempos juntos, es visto como anticuado.
El éxito se mide en el tiempo que va desde el momento en el que te encuentras hoy hasta lo que tardas en llegar a tu límite, la muerte. Límite imposible de conocer y representar. Cuanto más lejos te encuentres, mejor, serás más joven y más cosas tendrás por hacer; de lo contrario se avecinan tiempos de desdicha y reclusión.
Adolescentes eternos sin compromiso, con un concepto de vida temeroso, angustiados por el paso del tiempo y el número que representa su edad, vivido como un estigma. Asustados por ser apartados o discriminados, por no encajar en un ideal construido por una sociedad sufriente que sabe y siente del pobre valor de lo superficial y de lo extenuante de la carrera hacia no se sabe dónde, pero que no sabe o se teme profundizar y se prefiere el pensamiento ¨fast food¨. Soluciones rápidas y sencillas de poco vuelo, pero que dejan la ilusión de haber resuelto dolores profundos que solo se procesan dentro de un tránsito que requiere necesariamente el correcto uso del tiempo.
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Vivir acelerando siempre
Hoy, la enfermedad de vivir acelerado es moneda corriente, los niños tienen sus agendas copadas de actividades extra curriculares, los adolescentes viven a muy temprana edad y con anuencia de sus padres, experiencias a las que biológicamente su cerebro no puede responder adecuadamente, los adultos jóvenes no disponen de tiempo para su vida personal y la postergan, pero practican todos los deportes, reclaman tiempo privado y se quejan cuando su reloj biológico comienza a dar señales.
Con los mayores pasa algo parecido, la presión de estar activo es la motivación, solo por no parecer viejo o fuera de época. Los tratamientos de rejuvenecimiento se aplican para todas las partes del cuerpo. La no aceptación de nuestra propia evolución nos acelera un poco más, y en esta paradoja de no envejecer nos acercamos más rápido a reconocer desde un lugar casi de horror, las marcas del paso del tiempo.
Junto con esto, los procesos diarios pierden la experiencia de valor donde el proceso de germinar hace la diferencia.
En los trabajos, las ideas rápidas y brillantes son las que se valoran. Ideas que en realidad surgen de un proceso de pensamiento y tiempo de maduración interna, pero que son vendidas por los mismos creativos como destellos de ideas surgidas en un momento. La realidad psíquica y biológica nos dice lo contrario. Una idea, una inspiración, un proyecto surge de una maduración interna y nada instantánea. Pero esa parte no sale a la luz, no se dice. Si eres lento, según estos parámetros ya no se te ve tan apreciado ni inteligente. Las enfermedades del estrés, está de sobra decirlo, siguen aumentando, y sus efectos ya comienzan a verse en niños pequeños.
Algunos ejemplos de esto se observan en ciertas comunidades en donde el entrar a las universidades prestigiosas o simplemente tener una vacante en un colegio de primera infancia es un valor y un trofeo que es transitado con estrés y presión. Así, desde muy pequeños aprendemos erradamente que el valor de hacerlo rápido o antes nos llevará al éxito.
Reformular el concepto de éxito es una de las claves para poder encontrarnos en la vida disfrutando de cada uno de nuestros tiempos. Olvidamos valorar que estar vivos, en sí mismo ya es un logro. Parece que la pandemia que tanto nos debería haber enseñado no hizo suficiente mella en cuanto a apreciar el valor del día a día.
Y es en este punto donde la sabiduría de la edad debería reforzar este concepto, los contagiados por este virus de lo rápido no pueden mostrar ese valor, ya que se mantienen ocupados en que su propia edad no se evidencie. Pertenecer tanto a la sociedad como al tiempo que nos toca vivir, debería reflejar que no es solo adecuarse y enriquecerse de las nuevas ideas de cómo vivir o disfrutar de una sexualidad más variada, diversa, con menos discriminación y más conciencia. Pertenecer es también que todos estemos dentro del mismo rango más allá de nuestra edad y nos mantengamos activos e integrados. No confundiendo “activo” como “expuesto” o inadvertido a los ojos de los otros o a las redes sociales. Hoy, la actividad se mide por el nivel de espectáculo que brindamos.
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La necesidad de descansar
Del mismo modo en el que los músculos del cuerpo necesitan de descanso para recuperar la fibra dañada y crecer, de la misma manera necesitamos descanso para que nuestro cerebro, nuestro ánimo y que así nuestro bienestar surja. Buscar el equilibrio no es trabajar de más o ahorrar dinero o tiempo para el futuro, se trata de una justa medida criteriosa y adulta de cómo vivir una vida compensada.
Bienvenida la estética y sus tratamientos, pero todos vemos a diario los estragos que produce la distorsión de la imagen interna, generando excesos que más que embellecer o restaurar algunos cambios producto de la edad que transcurrimos, producen el efecto contrario dejando a la vista justamente lo que la estética no puede resolver y es misión para otra área de la ciencia. La actividad, para quien le gusta, es un placer, pero no es necesaria ni produce una compensación saludable interna cuando se realiza solamente para mostrarse; se ha perdido el verdadero sentido del deporte o de la competencia. Competir primero, es superarnos a nosotros mismos.
Retomar el valor de lo productivo que puede ser el paso del tiempo sería algo interesante a tener en cuenta. Tanto en la vida diaria como en las empresas, ya que el reconocimiento a la experiencia también podría funcionar como un antídoto al “corre rápido y llegarás” de los más jóvenes para mezclarse con la experiencia de los mayores. De esa manera, aprender disfrutando del proceso mismo del aprendizaje en ese mix de generaciones no puede llevar a más enriquecimiento.
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Creencias que nos impien avanzar
Se habla mucho de las creencias limitantes y se dice que son ellas las responsables de cómo vemos y vivimos nuestra realidad. La creencia social y personal que tengamos con respecto a ser viejos, a la vejez, a la velocidad en el hacer, o cómo convivimos con la idea de la muerte, es lo que hoy genera un tabú. Una construcción social de la que se prefiere no hablar, pero de la que todos somos cómplices en el silencio.
De este modo, es difícil que aquellos momentos de la vida más avanzados sean esperados o simplemente transitados sin el fantasma de imaginarme arrumbado y poco o nada reconocido. Estamos construyendo como sociedad un presente angustiante, vertiginoso para no ver y un futuro igual si no nos proponemos revisar cómo y de qué manera queremos vivir.
Nos olvidamos de lo que hicimos ayer, de aquello que no tiene un lugar o una alarma en el celular, confundimos lo importante con lo urgente.
Escuchamos con bastante frecuencia "mi vida no me llena", "estoy aburrido", "eso que me entretenía ya no", "no le encuentro sentido a mi trabajo". Todo parece superficial, pero en realidad lo superficial es lo que nos distrae del verdadero tema, que es el no poder aceptar los cambios, el paso del tiempo, el crecer, nutrirnos de las etapas y disfrutarlas.
Crecer no es igual a envejecer, porque enseñar a crecer y a disfrutar del proceso es una tarea que requiere de haber podido incorporar la experiencia de manera tal que se convierta en un activo. Para decirlo de otro modo, revisar de manera consciente y real nuestros recursos legítimos, perfeccionar, si es necesario, lo que nos queda oscuro, utilizar la inteligencia formal y la emocional para compartir con otros un mundo que integre y mejore.
Silvana Weckesser
Silvana Weckesser
Magister En Psicología. Especialista en Clínica.Escritora
Dejar de llamar “retiro” a un momento de la vida que lejos está de ser ello. Entender que ser joven es solamente una época en la línea de tiempo de nuestra vida. Incorporar la idea de que mejor es revisar cómo y con que disfrutamos y sobre todo agregar experiencias que hagan la vida valiosa en todos sus momentos. Esto es más una cuestión de actitud que de edad. Silvana Weckesser.