La ley de la atracción y «El Secreto»: pseudociencia con rebozado cuántico

Una revisión de dos artefactos teóricos y culturales... que no cuentan con ningún aval científico.

Casi cada semana aparece en los periódicos alguna columna de opinión o una carta escrita por algún lector en la que se critica la popularidad que el individualismo ha ido ganando en las sociedades de Occidente. Los ejemplos que se suelen poner para denunciar la tendencia a mirarse el propio ombligo suelen ser bastante estereotipados: jóvenes que no ceden su asiento a mayores o embarazadas, multitudes que evitan cruzar miradas con una persona que pide ayuda, etc. 

Ante este tipo de escritos se hace difícil defender el individualismo como estilo de vida, pero, por supuesto, hay gente que sí es capaz de ello. A fin de cuentas se trata de una posición filosófica, totalmente opinable y que normalmente es tomada como algo que va más allá de la lógica y la razón.

Los problemas más serios llegan cuando un buen día alguien decide que la ideología y la moral que hay detrás del individualismo son algo más que una posición filosófica, y forman parte de la estructura básica de la realidad. Esto es lo que ha pasado, por ejemplo, con la ley de la atracción, que se ha hecho muy popular a raíz del libro y la película El Secreto.

¿Qué es la ley de la atracción?

La ley de la atracción es la idea de que todo lo que experimentamos depende en esencia de nuestros pensamientos y nuestra voluntad. Literalmente. De hecho, el lema asociado a la ley de la atracción es algo así como "obtienes aquello en lo que piensas". Se asume que los pensamientos son en realidad energía positiva o negativa que, una vez es emitida, obtiene una respuesta acorde a su naturaleza. Esto nos permitiría llegar a ciertas metas o alejarnos de ellas según lo que pensemos y dependiendo del tipo de "peticiones" mentales que hagamos.

Puede que la ley de la atracción resulte tan absurda que en un primer momento sea difícil hacerse una idea sobre lo que significa realmente, pero en realidad sus implicaciones pueden resumirse en dos palabras: navidades imaginarias.

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Como la ley de la atracción se basa en la idea de que la realidad la conforman los pensamientos, los resultados que podemos obtener dependiendo de cómo visualicemos nuestros objetivos pueden ser materiales o, digámoslo así, imaginarios. Actuar como si se hubiesen conseguido los resultados esperados es, en sí, obtener los resultados esperados. Un triunfo de mentirijilla.

Por ejemplo, pensar en fortuna del modo adecuado puede traducirse en la obtención de fortuna literal (dinero) o cualquier otra concepción del término que creamos que nos ha sido dada porque hemos actuado teniendo en cuenta la ley de la atracción... lo cual significa que la ley de la atracción ni se puede demostrar ni sirve para predecir absolutamente nada. ¿No has obtenido lo que buscabas? A lo mejor no has pensado en ello del modo adecuado. O a lo mejor sí has obtenido lo que querías, aunque no te hayas dado cuenta. Aparentemente, la ley de la atracción se cumple siempre, porque se alimenta de la ambigüedad. Como el efecto Forer.

El boca a boca y El Secreto

Uno de los mayores trampolines mediáticos que ha tenido la ley de la atracción ha sido  El Secreto, una película-documental que más tarde dio paso a un libro con el mismo nombre escrito por Rhonda Byrne. En estas obras se presenta la ley de la atracción como una formulación simple de una serie de principios relacionados con un movimiento religioso llamado Nuevo Pensamiento.

Lo simple del mensaje y el marketing de la película hicieron el resto: El Secreto se convirtió en un éxito que aún hoy es recomendado por muchas personas. A fin de cuentas, la ley de la atracción ofrece dos creencias que resultan bastante atractivas: el poder del pensamiento es prácticamente ilimitado, solo depende de nosotros mismos y nos pone en contacto con una entidad metafísica que actúa según nuestra voluntad y nuestro modo de percibir las cosas. Y, bueno, como aún estamos sufriendo los coletazos de la cultura New Age también es muy posible que ese halo de misticismo oriental haga el producto más atractivo por el hecho de no tener base científica.

La crítica a la ley de la atracción

La ley de la atracción tiene el dudoso honor de poner en su contra a personas de círculos tan diversos como la física, las  neurociencias, la filosofía o la psicología, y esto es por un buen motivo. Esta creencia se fundamenta en unos supuestos que no solo no tienen ninguna base científica, sino que van en contra de prácticamente todo lo que sabemos gracias a décadas de investigaciones rigurosas y progresos en diferentes ciencias.

Eso significa que, si bien la ley de la atracción interfiere en campos científicos como la biología o la psicología poniendo encima de la mesa ideas que no han sido demostradas y no merecen ninguna atención, la crítica que se le hace a esta no viene exactamente desde estos campos, sino desde la filosofía. Y, más concretamente, desde la  filosofía de la ciencia y la epistemología. La cuestión no es que la ley de la atracción no sirva para explicar la realidad ni para predecir acontecimientos, sino que, para empezar, las ideas en las que se basa son absurdas y no se desprenden de nada parecido a la investigación científica.

Jugando a ser ciencia

Es totalmente válido poner mucho énfasis en la importancia de  motivarse a uno mismo para pensar en aquello que se quiere conseguir y dedicar tiempo y esfuerzos a realizar "ejercicios mentales" para hacer que nuestros objetivos sean más realizables. No hay nada malo en elegir fijarse más en los factores mentales y subjetivos que en los factores objetivos externos que nos afectan en nuestro día a día. Son, sin más, preferencias acerca de cómo vivir la vida. Si la ley de la atracción fuese algo así como un principio filosófico sobre cómo ordenar las propias ideas y prioridades, no habría desatado tantas críticas.

Pero la ley de la atracción juega a hacerse pasar por algo parecido a una ley científica, o al menos a tiempo parcial. Como la ley de la atracción puede ser explicada mediante formulaciones teóricas tan ambiguas como diversas, puede dejar de ser algo comprobable científicamente durante los minutos en los que alguien pone contra las cuerdas a sus defensores ("la realidad es demasiado compleja para los instrumentos de medición", "no podemos limitarnos a depender de las teorías científicas clásicas para entenderlo todo", etc.) para volver a serlo cuando ha pasado el peligro y la audiencia es lo suficientemente crédula.

De hecho, donde se hace más evidente el coqueteo de la ley de la atracción con ese revestimiento de legitimidad que le puede brindar la ciencia es en su utilización de ideas asociadas a la física cuántica, que es lo suficientemente confusa como para que las pseudociencias intenten buscar refugio en ella empleando un lenguaje tan complicado como impreciso.

No olvidemos que la ley de la atracción no puede entenderse del todo si no se responde a la pregunta: ¿quién nos devuelve nuestros pensamientos en forma de consecuencias de estos pensamientos? ¿Quién reconoce las "vibraciones positivas" y las negativas para enviarnos consecuencias en la misma sintonía? La respuesta cae muy lejos del terreno científico.

En terapia

Además de no tener solidez empírica, la ley de la atracción es en sí misma muy peligrosa: se infiltra en talleres "terapéuticos" y en estrategias para dinamizar equipos de trabajo, haciendo que las personas sobre las que se interviene sigan unas instrucciones basadas en ideas absurdas y puedan terminar peor de como empezaron. Tanto la PNL como las propuestas que nacen de la psicología humanista han sido permeables a la ley de la atracción, y la creencia de que la realidad es en esencia lo que uno mismo piensa alimenta una filosofía tan enajenada y egocéntrica que puede gustar en ciertos sectores políticos y empresariales. 

Esto hace que la ley de la atracción y el mensaje de El Secreto sean algo más que el fruto de la pereza intelectual y el pensamiento mágico: también son un producto de marketing que puede tener consecuencias nefastas para la calidad de vida de las personas.

¿Eres pobre? Tu problema

Pero, además de todo esto, la ley de la atracción tiene implicaciones políticas que alimentan un individualismo exacerbado. Niega la influencia que tienen sobre nuestras vidas todos esos factores que podemos considerar como ajenos a nosotros mismos y nuestra voluntad, y puede dar paso a una mentalidad que nos ciega ante lo que ocurre a nuestro alrededor. 

Es parte de un tipo de pensamiento con implicaciones perversas en un planeta en el que el lugar de nacimiento sigue siendo el mejor predictor para saber la salud y riqueza que va a tener una persona a lo largo de su vida. Bajo la ley de la atracción los problemas sociales desaparecen como por arte de magia, pero no porque se hayan ido.

Psicólogo | Director Editorial de Psicología y Mente

Adrián Triglia (Barcelona, 1988) es Graduado en Psicología por la Universitat de Barcelona y licenciado en Publicidad por la misma institución.

Es cofundador y Redactor Jefe de la web Psicología y Mente, la mayor comunidad en el ámbito de la psicología y las neurociencias.

Autor de dos libros de divulgación científica:

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