Quizás recuerdes momentos de la infancia donde alguien se burló de ti, te ridiculizó o hizo un comentario que todavía hoy se siente como un pinchazo en el pecho. Puede que hayas tratado de olvidarlo o de actuar como si no hubiera pasado nada, pero quedó dentro de ti esa sensación de vergüenza que a veces se mezcla con culpa o con miedo a mostrar quién eres.
Esa es la herida de la humillación, una marca que te puede seguir afectando en la vida adulta. Por fortuna, esa herida puede empezar a sanar cuando inicias el acompañamiento psicológico adecuado.
La herida de la vergüenza y cómo se siente
La humillación no es solo un mal recuerdo. Es la experiencia de haber sido expuesto de una manera que hizo que sintieras que tu valor se derrumbaba. Puede venir de una burla, un comentario sarcástico, una crítica dura o incluso de risas que parecían inofensivas pero que tocaron algo muy sensible en ti. Lo que más duele no es tanto lo que pasó, sino cómo quedó la sensación de que no eras digno de respeto.
Con el tiempo, este dolor se convierte en una especie de filtro que hace que vivas con la sensación de que los demás están listos para juzgarte. Te empuja a protegerte, a esconderte o a ser demasiado duro contigo. Aunque intentes pasar página, la herida sigue influyendo en cómo te relacionas con los demás y contigo mismo.
Cómo empieza a formarse
En la infancia somos especialmente vulnerables porque necesitamos aprobación y cuidado de quienes nos rodean. Cuando los adultos o compañeros responden con burla, desdén o ridiculización, el niño o la niña interpreta que algo está mal en él o en ella. Así nace la asociación entre mostrarse tal cual se es y el peligro de ser avergonzado.
Y, la verdad, no siempre son experiencias grandes o evidentes. Muchas veces son frases repetidas como “qué ridículo”, risas cuando compartías algo importante o comparaciones constantes con otros. Estos pequeños golpes van dejando una marca que, acumulada, moldea la forma en la que aprendes a estar en el mundo.
Señales de que esa herida sigue presente
Cuando la herida de humillación sigue abierta, esto se refleja mucho en distintos aspectos de la vida adulta. Por ejemplo, algunas personas evitan exponerse, hablar en público o mostrar sus ideas por miedo a quedar en ridículo. Otras viven hipervigilantes, interpretando gestos o palabras como críticas aunque no lo sean.
También puede verse en la vergüenza excesiva frente a errores pequeños, en la dificultad para decir que no, en el enojo que aparece cuando sienten que alguien las menosprecia o en una autoexigencia que nunca se detiene. Son maneras de protegerse, pero al mismo tiempo mantienen viva la herida.
Consecuencias de cargar con esta herida
La herida de humillación no se queda en el pasado; se infiltra en las relaciones actuales y en la forma de vivir. Puede llevar a soportar tratos injustos, a quedarse callado cuando se debería hablar o a desconfiar de los demás. Muchas veces también genera miedo a la intimidad, porque abrirse significa riesgo de volver a ser avergonzado.
El cuerpo también lo siente. Esa tensión en el estómago, la garganta apretada o el malestar al ser observado suelen estar conectados con experiencias pasadas de humillación. Todo esto limita la libertad de la persona, que muchas veces deja de hacer cosas que desea solo por miedo a revivir esa sensación.
Cómo ayuda la psicoterapia en la gestión de esta herida
Sanar esta herida no significa borrar absolutamente todo lo que viviste porque, siendo honestos, eso no es posible. Se trata, entonces, de aprender a mirarlo desde otro lugar. Aquí la terapia es fundamental porque se convierte en un espacio donde por fin se valida lo que antes fue ridiculizado y donde se puede reconstruir una relación más sana con uno mismo.
Entre otras cosas, el espacio terapéutico ayuda a…
1. Validar lo vivido
El primer paso en terapia es darle un lugar al dolor. Reconocer que lo que pasó fue real y que dejó huella. Esto es importante porque muchas personas minimizan lo que vivieron o piensan que no deberían sentirse así. Cuando en el espacio terapéutico se les dice “eso que sientes tiene sentido”, se abre un camino de alivio.
Aceptar la herida es una oportunidad para empezar a mirarla de frente. Y desde ahí, es más fácil entender que la reacción de vergüenza fue natural para la edad que tenías, y que tu valor como persona no estaba en juego, aunque te lo hicieran sentir así.
2. Revisar los recuerdos de la infancia
En terapia también se trabaja con los momentos donde surgió la humillación. Puede ser doloroso recordar, pero hacerlo con un acompañamiento seguro permite que esos recuerdos no sean un peso tan grande. La persona adulta de hoy puede darle al niño que fue lo que en ese momento le faltó: cuidado, protección y voz.
Este proceso ayuda a reubicar la responsabilidad. El niño nunca tuvo la culpa de haber sido ridiculizado. Cuando logras ver eso con claridad, el recuerdo empieza a perder parte de la carga emocional que tenía.
3. Diferenciar vergüenza de culpa
Un trabajo clave en terapia es separar la vergüenza de la culpa. La culpa tiene que ver con haber hecho algo que estuvo mal; la vergüenza, en cambio, ataca quién eres, como si todo tu ser fuera incorrecto. Esa confusión hace que muchas personas vivan con un peso innecesario.
Al comprender esta diferencia, se libera un poco la presión interna. Empiezas a ver que la burla o la crítica no definían tu esencia, sino que hablaban más de la situación y de la persona que humillaba que de ti mismo.
4. Cultivar autocompasión
La voz interior de alguien con esta herida suele ser dura, crítica y sin paciencia. En terapia se trabaja en suavizar esa voz, en aprender a tratarse con comprensión, como tratarías a alguien que quieres de verdad.
Practicar la autocompasión es una manera entrenar el hábito de hablarse con respeto y de reconocer que uno hizo lo mejor que pudo en su momento. Con el tiempo, esta práctica empieza a transformar la manera de estar en el mundo.
5. Escuchar al cuerpo
La humillación no solo se guarda en la mente, también queda grabada en el cuerpo. Por eso, la terapia incluye poner atención a esas sensaciones físicas: la garganta cerrada, el estómago revuelto o los músculos tensos, entre otras. Existen técnicas de respiración, relajación y movimiento que ayudan a liberar esas memorias corporales. Poco a poco, el cuerpo deja de reaccionar como si estuviera reviviendo la humillación cada vez que aparece una situación de exposición.
6. Aprender a poner límites
Quien carga con esta herida suele ceder demasiado, por miedo a incomodar o a ser juzgado. En terapia se entrena el reconocer qué es aceptable y qué no, y sobre todo, cómo expresarlo de forma clara.
Decir que no o defender una necesidad propia puede dar miedo al principio, pero es un paso enorme hacia relaciones más equilibradas. Poner límites no es rechazar a los demás, es empezar a proteger lo que necesitas para sentir más seguridad.
7. Practicar la exposición de manera gradual
El miedo a mostrarse puede disminuir si se trabaja paso a paso. En un contexto terapéutico se pueden diseñar pequeños ejercicios donde la persona se expone a situaciones seguras y va ganando confianza.
Cada pequeño logro refuerza la seguridad interior. Es como ir demostrando a uno mismo que ahora sí se puede estar visible sin quedar atrapado en la vergüenza.
8. Reescribir la propia historia
Sanar también implica cambiar la forma en que cuentas tu historia personal. En vez de verla como una cadena de momentos vergonzosos, en terapia se trabaja en reconocer tu valor más allá de lo que otros dijeron o hicieron.
Esto no borra el pasado, claro, pero sí lo pone en otro marco. El adulto que eres hoy puede decir con claridad: “Aquello me dolió, pero no define quién soy”. Ese cambio de narrativa da fuerza para vivir con más libertad y autenticidad.
-medium.jpg)
Adhara Psicología
Adhara Psicología
CENTRO DE PSICOLOGÍA HUMANISTA & MEDITACIÓN
En fin… La humillación tiene la capacidad de esconderse detrás de la vergüenza, pero eso no significa que desaparezca. Cuando se trabaja en terapia y se le da un espacio, se puede dejar de vivir con ese miedo constante a ser expuesto. Reconocer lo vivido, validar el dolor y aprender a sostenerse con respeto son pasos que llevan hacia una vida más ligera y con más confianza en uno mismo.


Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad