El concepto de "políticamente correcto" hace tiempo que planea incesablemente sobre nuestra sociedad. Pero ¿qué es exactamente? Cuando hablamos de que algo o alguien es "políticamente correcto" nos referimos a que usa un lenguaje y un discurso que evita excluir y/o ofender a ciertos miembros de la sociedad, a ciertos colectivos o a ciertas personas en concreto.
Últimamente, la idea se ha convertido en algo peyorativo, puesto que los límites entre lo que se puede decir y lo que no son cada vez más difusos. Porque, ¿hasta dónde podemos llegar para no ofender? ¿Cuál es la frontera entre lo gracioso y lo insultante? ¿Cuáles son los límites entre el derecho de libre expresión y el derecho a no violentar ciertas creencias y/o situaciones?
Lo políticamente correcto en el ámbito cultural: una cuestión espinosa
En este sentido, el ámbito cultural no queda para nada excluido. A fin de cuentas, la cultura es la expresión de un individuo y/o una colectividad, por lo que entronca directamente con la libertad de expresión.
En ciertos sectores, como el literario o el artístico, este dilema está todavía más presente. Una novela, por ejemplo, es la creación de un autor y, por tanto, contiene la expresión de sus creencias y de su ideología, que se refleja en sus personajes y en su argumento. Es cierto que un escritor puede distanciarse de él mismo para crear personajes muy diferentes a él, pero en algún momento del relato surge la esencia, porque crear es expresar desde dentro.
¿Debemos considerar, entonces, que el artista debe censurarse a sí mismo? ¿Acaso no es el arte (y la cultura en general) una manera de expresar de forma fluida y viva lo que nos preocupa, lo que amamos y lo que detestamos?
Un viaje a lo políticamente correcto
En realidad, el concepto de lo "políticamente correcto" es mucho más antiguo de lo que pensamos. La denominación nace más o menos en la década de 1980, pero en toda la historia encontramos episodios notables de censura (o incluso de autocensura) para adaptar la obra a lo que la sociedad considera apropiado.
Sin ir más lejos, el propio Francisco de Goya tuvo que autocensurarse en 1799 por miedo a ser perseguido... por la mismísima Inquisición. El afamado pintor, afrancesado e ilustrado, había puesto a la venta su serie de estampas titulada Colección de estampas de asuntos caprichosos, inventados y grabados al aguafuerte de D. Francisco de Goya, en las que el aragonés realizaba una ácida crítica a la sociedad del momento.
El "problema" es que uno de los blancos de esas críticas era la Iglesia y, en concreto, la Inquisición, todavía en pleno apogeo en la época del artista (recordemos que el Santo Oficio no se disolvió en España hasta 1834). Goya tuvo miedo de ser represaliado, por lo que retiró sus Caprichos del mercado. Este gesto no le evitó problemas, puesto que, algunos años más tarde, fue requerido por la Inquisición para ser interrogado. Por suerte, su buena estrella y el aprecio que Carlos IV le profesaba le salvó de las iras de los dominicos.
Hoy en día podemos excitarnos y pensar en lo injusto que fue que Goya no pudiera criticar a la sociedad con sus Caprichos. Podemos pensar incluso que esa censura es fruto "de otros tiempos". Sin embargo, pensemos más detenidamente: ¿de verdad actualmente podemos realizar una crítica social sin reservas?
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El arte censurado
Evidentemente, si de censura hablamos (un concepto irremediablemente ligado con lo políticamente correcto) el arte es el que sale peor parado. Y, de nuevo, llegamos a la misma pregunta: ¿cuál es la frontera entre mi derecho a expresarme libremente y tu derecho a ser respetado en cuanto a creencias, situación, etc.?
En 2014, una exposición del Museo del Convento de Santa Clara en Bogotá causó una enorme polémica. La artista María Eugenia Trujillo (n. 1953) creó una serie de objetos de inspiración religiosa (relicarios, sagrarios, etc.) con una peculiaridad... todos contenían la imagen de una vagina.
Según la artista colombiana, esta creación no era otra cosa que una protesta contra la opresión que había vivido la mujer durante siglos. Sin embargo, algunos grupos católicos de Colombia no lo vieron con buenos ojos, hasta el punto de que, según fallo judicial, la exposición tuvo que suspenderse.
Más allá de la polémica y de si la obra es o no de mal gusto, este es un claro ejemplo de censura ante la libertad de expresión de un artista. Ahora bien: ¿estaba María Eugenia Trujillo traspasando una frontera que no debía traspasar...?
Volvamos atrás en el tiempo. A mediados del siglo XVI, las nuevas disposiciones del Concilio de Trento obligaron a tapar la desnudez de las figuras de la Capilla Sixtina, pintadas pocos años antes por el gran Miguel Ángel. Fue precisamente uno de sus seguidores, Daniele da Volterra (c. 1509-1566), el encargado de disponer unos dignos taparrabos sobre los genitales de los personajes. Una actividad que, por cierto, le valió el apodo de Il Braghettone.
Si lo vemos desde una perspectiva actual, tachamos este acto de censura, tal cual. ¿Por qué no puede haber cuerpos desnudos en una capilla? Incluso visto desde una perspectiva religiosa, también sería permisible: el cuerpo humano es creación de Dios, y, por tanto, no es censurable.
Si volvemos a las vaginas de María Eugenia Trujillo y las comparamos con el arte de la Edad Media, donde los genitales (tanto masculinos como femeninos) se colocaban sin pudor en las iglesias y los monasterios, observamos algo parecido: que lo políticamente correcto no es inmutable y varía en el tiempo, dependiendo de la cultura y el momento histórico que lo observe.
¿Es realmente lícita la censura?
Hace poco se volvieron a editar ciertos libros de Agatha Christie (1890-1976) con partes "retocadas" porque transmitían un evidente racismo o, al menos, una cierta aversión a lo "no europeo". Sin duda, es así. ¿Por qué? Pues porque Agatha Christie vivió en una época eurocentrista, en la que especialmente el mundo británico tenía ciertos sentimientos de superioridad respecto al resto del mundo. Esto se puede observar, ciertamente, en sus obras.
Sin embargo ¿la solución es censurarlas? Porque cambiar el contenido es una forma de censura. Cuando censuramos algo del pasado desde nuestra perspectiva actual, sin darnos cuenta estamos tergiversando lo que fue. Y eso, desde mi punto de vista, es muy peligroso.
Creo que la mejor opción es dejar las obras como están y añadir un análisis previo en el que se contextualice esa obra y se reseñe y explique por qué contiene ciertos elementos censurables hoy en día. Es la única manera de que las generaciones que nos sigan puedan comprender de dónde venimos y qué cosas faltan todavía por aprender y superar.


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