Biografía de Akenatón, el ‘faraón hereje’

El faraón que intentó convertir el antiguo Egipto al monoteísmo

Biografía de Akenatón, el ‘faraón hereje’

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Se llamaba Neferjeperura Amenhotep, y subió al trono de Egipto con el nombre de Amenhotep IV. Amenhotep, o, lo que es lo mismo, “Amón está satisfecho“. Todo un homenaje del nuevo faraón al dios más importante del antiguo Egipto, el misterioso y ancestral Amón, el creador de todo, cuyo clero era extraordinariamente poderoso y ejercía de inevitable intermediario entre el dios y su pueblo.

Sin embargo, este mismo Amenhotep sería el que más tarde cambiaría su nombre por el de Akenatón, ‘útil para Atón’. ¿Quién era Atón? Nada menos que la divinidad escogida por este faraón para reinar sobre todo Egipto como único dios. Con Akenatón se iniciaba, pues, el primer monoteísmo de la historia.

¿Quieres saber más? Sigue leyendo. Hoy hablamos de Akenatón, llamado "el faraón hereje", que intentó convertir el antiguo Egipto al monoteísmo... y falló en su intento.

Breve biografía de Akenatón, “el faraón hereje“

Akenatón pertenece a la famosa Dinastía XVIII, que gobernó Egipto entre 1575 y 1295 aC y llevó a la tierra del Nilo a su máximo esplendor, que se consagraría con la siguiente dinastía, la XIX, con faraones como Ramsés II.

Sin embargo, si por algo es conocida la Dinastía XVIII es por sus tres personajes más emblemáticos, admirados y odiados a partes iguales y que han originado un sinnúmero de leyendas: Tutankamón, cuya magnífica tumba descubrió el arqueólogo Howard Carter en 1922, la hermosa e inteligente Nefertiti y, especialmente, su esposo, el faraón Akenatón (c. 1372-1336 aC).

La Casa Jeneret: la infancia de un heredero

“El faraón hereje“ nació en el seno de la familia real egipcia, hijo de Amenhotep III y de su carismática esposa Tiy. El futuro Akenatón vino al mundo en un momento de especial esplendor para Egipto; su cultura florecía y era admirada por los pueblos vecinos, y el poderoso clero de Amón, dueño de grandes extensiones de tierra, protegía la fe arcaica de la tierra del Nilo, centrada especialmente en el dios Amón, “El Oculto“, el creador, el auto-creado, el padre y señor de todo.

El nombre que recibió el pequeño príncipe es bastante significativo. Amenhotep significa “Amón está satisfecho“ o “Amón se complace“, y era, por cierto, el mismo nombre que llevaba su padre el faraón. Nadie podía sospechar en esas fechas que ese niño, que había recibido un nombre que honoraba a Amón por encima de todo, sería el promotor de una revolución sin precedentes que intentaría instaurar el monoteísmo en Egipto bajo el auspicio de otro dios casi desconocido: Atón, el disco solar.

La infancia del pequeño Amenhotep debió ser muy parecida a la de los otros vástagos reales. Aunque heredero, no era ni mucho menos el único hijo del faraón; de hecho, en el harén real, denominado Casa Jeneret, convivían los hijos e hijas que el monarca había tenido no solo con sus esposas principales, sino también con las secundarias y con sus concubinas. Así, a Akenatón se le conocen varias hermanas, un hermano mayor y otros hermanos descendientes de las concubinas reales.

La madre del pequeño heredero, la reina Tiy, era la preferida de Amenhotep III, por lo que ostentaba el título de Gran Esposa Real. De hecho, la pareja se profesó un cariño y un respeto admirables, que se tradujo en la aparición constante de la reina en las representaciones reales del periodo (en el mismo tamaño que su esposo).

Intercambio de dioses

Cuando Amenhotep era todavía un adolescente, lo desposaron con Nefertiti, una muchacha de unos diez u once años cuya procedencia todavía se discute. Algunos historiadores creen que podría ser Taduhepa, la princesa de Mitanni que llegó del país vecino como regalo diplomático (algo muy habitual), pero otros estudiosos consideran más plausible que Nefertiti fuera de origen egipcio y, además, próximo a la familia real. En cualquier caso, la esposa del faraón estaba destinada a tener un papel muy relevante en la inminente revolución religiosa.

Hacia 1352 aC, tras la muerte de Amenhotep III, el pequeño Amenhotep sucede a su padre con el nombre de Amenhotep IV. Todo parecía en orden. Sin embargo, hacia el año IV de su reinado, los registros reflejan un cambio de nombre: el faraón empieza a aparecer como Akenatón.

¿Qué significaba este extraño y súbito cambio? Para empezar, era toda una declaración de intenciones: el nuevo faraón dejaba claro que, en adelante, él honraba a Atón, el disco solar, y no a Amón. Eso era, por supuesto, una grandísima afrenta al poderoso clero de Amón, pero también al pueblo, que veía sus tradiciones amenazadas.

Pero ¿quién era Atón?

Para comprender el ‘despertar religioso’ del faraón, debemos conocer quién era el nuevo dios al que adoraba. Estrictamente, no era una divinidad nueva; se cree que en Tebas existía desde antiguo un culto a Atón, en tanto que manifestación de Ra, el sol. Sin embargo, Atón no dejaba de ser un dios secundario, uno más entre los centenares de dioses que se acumulaban en el panteón egipcio, fruto de la simbiosis cultural que se originó con la expansión del territorio.

Poco a poco, Atón fue situándose en un lugar privilegiado. Se sabe que, ya en los primeros años de la Dinastía XVIII, formaba una tríada importante junto con Shu y Tefnut, la denominada ‘tríada creadora’. Con ello, se promovía el regreso a los orígenes de la religión egipcia y, de paso, se debilitaba el papel del poderoso clero de Amón.

Akenatón fue más allá. No solo continuó la estela glorificadora de Atón, sino que llegó a imponerlo como único dios, que se reflejaba en los rayos de sol y, por tanto, en la luz, que estaba en todas partes. Atón pasó a ser el dios único, del que todo emana, por lo que, en la práctica, la nueva religión era un monoteísmo en toda regla... muy anterior a los demás monoteísmos.

Para reflejar sus nuevas creencias, ‘el faraón hereje’ se hacía representar junto a su familia (su esposa Nefertiti y sus hijas) siendo bendecidos por Atón, que en la plástica aparece como un disco solar que extiende sus brazos y manos hacia la familia real. Estas representaciones, además de exaltar al faraón y a su familia como hijos predilectos del dios, también eran una declaración de intenciones: a partir de entonces, el faraón, y también su esposa (pues el rol de Gran Esposa Real alcanzó un poder nunca visto anteriormente) eran los únicos intermediarios entre la divinidad y el pueblo. Esto eliminaba, por supuesto, a los sacerdotes de Amón, que no perdonaron al faraón su desprecio.

“El faraón hereje“

La reforma de Akenatón no gustó a todos, por supuesto. No solo el clero de Amón se sentía traicionado, sino también el pueblo egipcio, que veía cómo se eliminaba una tradición ancestral. Por otro lado, a nivel social, muchos egipcios perdieron sus empleos, ya que existían muchos trabajos relacionados con el culto a Amón, especialmente los vinculados a los sacerdotes, que tenían sus propias tierras y, por tanto, sus propios sirvientes.

El clima empezó a ser turbulento, muy propicio para las revueltas. Se sabe que Akenatón reinó 17 años; tras él, un misterioso personaje, de nombre Smenkare, accede al trono. Muchos historiadores creen que este faraón enigmático no sería otra que la reina Nefertiti, que, tras la muerte de su esposo, habría accedido al poder con los atributos masculinos de faraón.

La teoría se asienta sobre el hecho de que, a partir del año 14 del reinado de Akenatón, el nombre de Nefertiti desaparece de los registros, y como Gran Esposa Real figura la hija de ambos, Meritatón. ¿Había fallecido Nefertiti, o puede que fuera nombrada corregente primero (con el nombre de Nefernefruaten) y, más tarde, directamente faraón, como Smenkare?

Fuera quien fuera, Smenkare no consiguió la ansiada estabilidad. Tras él, asciende al trono de Egipto Tutankatón, probablemente un hijo de Akenatón y una esposa secundaria, que se desposó con Anjesenpaaton, una de las hijas de Akenatón y Nefertiti. Con él, se termina la revolución de Atón y vuelve la antigua tradición politeísta de Egipto, como atestigua su cambio de nombre por Tutankamón, “la imagen viviente de Amón“, así como el de su esposa, que pasó a llamarse Anjesenamón, “la que vive por Amón“.

Amarna: un nuevo arte para una nueva sociedad

El reinado de Akenatón es conocido por los historiadores como “el periodo Amarna“, puesto que la corte se trasladó a la actual ciudad de Tell-Amarna, en egipcio antiguo llamada Ajetatón, “el horizonte de Atón“.

Fue una urbe construida ex novo por el faraón, que deseaba dedicar una nueva ciudad al único dios, Atón. A ella se trasladó la corte y la burocracia real, y en ella se encontró el famosísimo busto de la reina Nefertiti, obra del escultor Tutmose, que tenía su taller en la ciudad.

Precisamente, una de las huellas de la revolución de Atón se ve claramente en el arte. Akenatón no solo cambió las bases religiosas de Egipto, sino que también cambió el modo de representación ancestral de su cultura. De este modo, el estilo amarna es un estilo mucho más realista, bastante alejado de la esquematización e idealización características del arte egipcio tradicional.

Siguiendo este principio de realismo, se produjeron esculturas que rozan la caricatura, como las representaciones del faraón que no omiten sus imperfecciones corporales, como su barriga pronunciada, sus facciones desproporcionadas y su cráneo deformado. Por otro lado, la plástica de Amarna también introduce aspectos emocionales, como demuestra la estela donde aparece la familia real en actitud íntima y afectuosa.

¿Es el atonismo una religión monoteísta?

A pesar de que, en general, se considera la religión instaurada por Akenatón como una religión monoteísta (es decir, que solo contempla la existencia de una divinidad), muchos expertos la consideran más bien una religión que no desdeña a los demás dioses, pero que sitúa a Atón en un lugar privilegiado y casi único.

La revolución atonista ha originado numerosas y curiosas teorías. A principios del siglo XX circuló una hipótesis (avalada por el mismísimo Sigmund Freud) que sostenía que la religión judía proviene de la religión atonista, y que el Éxodo que se describe en la Biblia no fue otra cosa que la huída de los fieles de Atón de Egipto como consecuencia de las persecuciones que sufrieron tras el deceso de Akenatón. Esta teoría incluso afirma que el profeta Moisés fue, en realidad, un sacerdote de Atón.

En fin, especulaciones a parte, lo que está claro es que Akenatón fue un faraón que marcó un antes y un después en la historia de Egipto, no solo a nivel religioso, sino también social y artístico. A él y a sus reformas debemos algunas de las más maravillosas obras de arte de la tierra del Nilo. Especialmente, el hermoso busto de su reina, conservado en el Museo Egipcio de Berlín y considerado una de las mejores representaciones femeninas de la historia del arte.

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  • Bendala, M. y López Grande, M.J. (1996), Arte egipcio y del Próximo Oriente, Historia 16
  • Dulitzky, J. (2004), Akenatón, el faraón olvidado, ed. Biblos
  • Fletcher, J. (2005), El enigma Nefertiti, ed. Crítica
  • Osman, A. (1991,1992), Moisés, Faraón de Egipto, ed. Planeta,

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Sonia Ruz Comas. (2025, julio 30). Biografía de Akenatón, el ‘faraón hereje’. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/biografias/akenaton-faraon-hereje

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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