El arte siempre ha estado ligado al ser humano. Que se sepa, no existe ningún otro ser vivo que esté capacitado para crear, por lo que las manifestaciones artísticas humanas son únicas. Desde que el ser humano existe ha intentado plasmar, en todos los soportes posibles, una serie de inquietudes, miedos y anhelos o, simplemente, la belleza que le rodeaba.
Se habla mucho del arte del Renacimiento, del siglo XIX, de las vanguardias… pero ¿qué hay del arte de las primeras civilizaciones? ¿Cómo creaban las personas en la antigua Sumeria, en Babilonia, en India, en Egipto? En el artículo de hoy te traemos algunas de las primeras obras maestras de la humanidad. Esperemos que las disfrutes.
7 ejemplos de arte de las primeras civilizaciones en la Antigüedad
Desde las estatuillas votivas de las ciudades sumerias hasta las colosales criaturas aladas de la cultura babilónica, pasando por la fascinante civilización egipcia y la riquísima cultura del valle del Indo. Acompáñanos a un breve viaje por 7 de las primeras obras de arte de la humanidad.
1. La estatuilla sedente de Gudea (Sumer, III milenio a.C.)
La civilización sumeria fue la primera gran civilización de Eurasia, donde comúnmente se sitúa el inicio de toda la historia de la humanidad. Y aunque esta idea no deja de estar ligada al habitual eurocentrismo existente en el siglo XIX, es cierto que en el valle del Tigris y el Éufrates podemos encontrar algunas de las manifestaciones artísticas más antiguas.
De Sumer viene la escritura cuneiforme, uno de los primeros sistemas de escritura conocidos, que se extendió hacia las demás tierras mesopotámicas y sirvió para la administración y la literatura no solo de los sumerios, sino también de babilonios. Por otro lado, el panteón sumerio influyó poderosamente en la religión de las culturas adyacentes, por lo que no es exagerado decir que Sumer fue el origen de la civilización mesopotámica.
El ejemplo que nos ocupa debe datarse en el III milenio a.C., en época de un rey (patesi) conocido como Gudea, señor de la ciudad-estado sumeria de Lagash. Se trata de una estatuilla de reducidas dimensiones (46 x 33,2 cm.), elaborada con diorita negra y que muestra un evidente hieratismo. Gudea se representa sentado en su trono, con las manos juntas y recogidas en actitud orante (muy usual en las representaciones humanas de Sumer). De hecho, en la estela cuneiforme que podemos ver en la túnica de Gudea se dice que la obra es una ofrenda a una divinidad. La anatomía está pobremente identificada y obedece más bien a una idealización que a una representación real.
Esta estatuilla sedente no es única; conocemos más de una veintena de representaciones de este patesi o monarca, además de otras representaciones de orantes. Esta estatuilla en cuestión se conserva actualmente en el Museo del Louvre.
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2. La Reina de la noche o Relieve Burney (Babilonia, II milenio a.C.)
Este impresionante y hermoso relieve data de la época del imperio paleobabilónico, una etapa de la historia de Babilonia que hemos de datar en el II milenio a.C. Babilonia ocupó lo que ahora es Irak y los territorios circundantes (llegó a expandirse hacia Acad y Sumeria), y su poder no menguó hasta su anexión al imperio persa aqueménida de Ciro el Grande (siglo VI a.C.).
El relieve conocido como La Reina de la noche o, simplemente, Relieve Burney es un pequeño relieve de terracota que muestra a una enigmática mujer desnuda, cuyos pies son garras de águila que se apoyan en dos majestuosos leones. Existen serias dudas acerca de la identidad de la representada: con toda probabilidad se trata de una diosa, pero los expertos barajan tres divinidades como posibles candidatas. La primera, Ishtar, la diosa del amor, el sexo, la fertilidad y la guerra, que los sumerios llamaban Inanna y los fenicios, Astarté. La identificación con Ishtar es bastante probable dado los leones en los que apoya sus garras la deidad, animal-símbolo de la diosa.
La segunda posibilidad es Ereshkigal, una diosa mesopotámica ligada al inframundo. De forma parecida a la Perséfone griega, fue raptada por un monstruo de los infiernos, y desde entonces gobierna en las profundidades junto a su esposo Nergal. Los dos búhos que la escoltan podrían corroborar esta identificación, ya que se trata de animales nocturnos, relacionados con el mundo de los muertos. Las alas hacia abajo que presenta la diosa también darían una pista de su condición de diosa terrenal, y no celestial, como sí lo sería Ishtar (de quien, por cierto, Ereshkigal es hermana).
Finalmente, una última posibilidad identifica a la enigmática diosa como Lilitu, una criatura de los infiernos, que los hebreos incorporaron a su mitología como Lilith, la primera esposa de Adán.
3. Fresco de la Taurocatapsia (Creta, II milenio a.C.)
La civilización minoica, instalada en la isla de Creta alrededor del III-II milenio a.C., fue una de las más prósperas, ricas y refinadas del Mediterráneo. Su manufactura se vendía por todo el continente europeo y alcanzaba, por supuesto, las tierras de Mesopotamia. Por otro lado, su arte, alegre y de vivos colores, influyó poderosamente en el arte micénico y en el primitivo arte griego.
La Taurocatapsia es una pintura mural en seco ubicada en el ostentoso palacio de Cnosos, la capital, y que actualmente se conserva en el Museo Arqueológico Heraclión. Se trata de varias capas de estuco pintado que representan a unos acróbatas en el momento de practicar el famoso “salto al toro”, actividad muy típica de la cultura minoica y que estaba relacionada con la sacralidad del toro en el ámbito mediterráneo.
El animal ocupa el centro de la pintura; su silueta sinuosa aunque eminentemente estilizada parece captar el movimiento inquieto del bóvido, espoleado por las tres figuras humanas que lo rodean. A ambos lados vemos dos personajes de piel clara, probablemente mujeres (pues, de forma parecida a lo que hacían los egipcios, los cretenses diferenciaban los sexos en sus pinturas a través del tono de la piel); se muestran prácticamente desnudas, para que sus ropajes no estorben el baile. Por otro lado, vemos un personaje masculino saltando sobre el lomo del animal, en un momento acrobático contundente y majestuoso.
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4. El busto de Nefertiti (Egipto, hacia 1345 a.C.)
Probablemente sea una de las obras más recordadas del antiguo Egipto. Lo realmente paradójico es que el busto de Nefertiti no presenta las características típicas del arte egipcio, pues se enmarca en una época (el periodo Amarna) en que tanto ella como su esposo, el faraón Akhenatón, socavaron los cimientos de la cultura de su país y lo renovaron cultural y espiritualmente.
De hecho, la producción artística que se llevó a cabo bajo el reinado de Akhenatón se engloba en un subperiodo del estilo egipcio, el estilo Amarna o amarniense. La principal diferencia respecto a la tradición artística del país del Nilo es su mayor naturalismo, que a menudo cae en cierta ridiculización de las formas o, como mínimo, en su exageración. Famosos son los casos de los retratos del faraón, que se representa con barriga abultada y carnes sueltas, así como con unos rasgos pronunciados y casi caricaturescos.
Es por ello por lo que el busto de Nefertiti destaca por su elegante belleza. Fue hallado en la ciudad de Aketatón, entre los restos del taller del escultor Tutmose, por lo que se trata de la única escultura egipcia de la que conocemos el autor. La reina está representada en toda su espléndida belleza, con su largo cuello de cisne, sus labios rojos y carnosos y su discreto maquillaje. Si nos orientamos por la fecha (hacia el 1345 a.C.), Nefertiti tendría unos cuarenta años cuando Tutmose le realizó el retrato, por lo que es muy probable que el artista “retocara” sus facciones para hacerla parecer más joven y hermosa.
5. El capitel de Ashoka (India, s. III a.C.)
El periodo Maurya es uno de los más espléndidos del valle del Indo, cuando las artes florecieron bajo el impulso de la nueva religión, el budismo. Bajo el reinado de Ashoka proliferaron los llamados “pilares de Ashoka”, una serie de pilares repartidos por el norte de la India de los que actualmente tan sólo conservamos apenas una veintena.
Uno de los más famosos es el conocido como “capitel de Ashoka”, en la ciudad de Sarnath, una de las cuatro ciudades sagradas del budismo por ser la ciudad donde Buda predicó por primera vez. Allí se encuentra un capitel formado por cuatro leones que se unen por la espalda, y asientan sus patas en una base donde se plasman, en un hermoso friso, varios animales. Todo ello descansa sobre una flor de loto.
Una de las interpretaciones más aceptadas es la lectura del capitel como la plasmación plástica de la iluminación budista: el loto sería nuestro mundo terrenal, mientras que los animales que “dan vueltas” en el friso serían el samsara, la rueda eterna. Por último, los cuatro leones podrían estar representando a Buda, aunque también podrían ser las cuatro verdades de la filosofía budista.
El capitel está tallado en un único bloque de arenisca, y el original se encuentra actualmente conservado en el Museo de Sarnath.
6. Los guerreros de terracota (China, s. III a.C.)
Este impresionante conjunto funerario es uno de los más espectaculares no sólo de China, sino del arte universal. Promovido por el emperador Qin Shi Huang, el primero de la dinastía Qin (siglo III a.C.), es un conjunto de más de 6.000 figuras, tanto de soldados como de caballos, que conforman un auténtico ejército imperial.
Descubiertas a principios de la década de 1970 por agricultores locales, se trata de un monumento funerario al emperador, cuya tumba se encuentra a un kilómetro y medio. Las figuras están repartidas en varias fosas. La tercera de ellas correspondería al Estado Mayor, puesto que en ella están enterradas figuras de generales. Los guerreros están dispuestos en formación de batalla, e incluyen a arqueros, lanceros, soldados de caballería, además de figuras no relacionadas con la guerra, sino, más bien, con el entretenimiento: acróbatas, bailarines o cisnes.
Pero lo más sorprendente de esta obra no es su envergadura (ya de por sí asombrosa), sino la escrupulosa individualización de los personajes. Porque cada uno de los soldados tiene facciones personalizadas, así como un cuidadoso equipo bélico que, por su detallismo, permite diferenciar los rangos militares. El material es la terracota, pero se sabe que estaban esmaltadas de diferentes colores que, desgraciadamente, se han perdido casi en su totalidad.
7. El sarcófago de los esposos (Etruria, Italia, siglo VI a.C.)
Los etruscos son un pueblo enigmático, a pesar de que en gran parte la cultura romana provenga de ellos. Se desconoce sus orígenes; se sabe que habitaron en la parte de Italia que ahora corresponde con la Toscana, y que fueron un pueblo sofisticado y gran amante del lujo. Asimismo, los etruscos otorgaban gran importancia a los rituales fúnebres, como atestigua una de las joyas funerarias que nos han quedado de esta cultura: el conocido como “sarcófago de los esposos”, proveniente de la necrópolis de Cerveteri y que actualmente se conserva en el Louvre.
El sarcófago, de más de un metro de alto y casi dos metros de ancho, es en realidad una urna funeraria, donde se guardaban las cenizas de los difuntos. En este caso, se trata de un matrimonio, que vemos representado en la magnífica escultura que adorna el sarcófago. Los fallecidos no están plasmados en actitud yacente y durmiente, como sí es habitual en los sepulcros medievales, sino que se nos muestran vivos, participando activamente en un banquete; probablemente, en su propio ágape funerario.
El artista ha representado de forma muy detallada los bustos y los rostros de los difuntos (a pesar del marcado hieratismo y sus facciones arcaicas, que ostentan la típica sonrisa etrusca), muy en contraste con las piernas, que parecen “aplastadas” contra la tapa del sarcófago. De todas formas, se trata de uno de los mejores ejemplos de arte funerario de la antigua Etruria, que atestigua, además, el concepto post-mortem que tenía esta civilización mediterránea.
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