Una de las frases que más escuchamos los que nos dedicamos al acompañamiento de familias es la de “Mi hijo/a no escucha nada de lo que le digo”. ¿Te suena esta frase? ¿Te sientes identificada/o?
Si tienes un adolescente en casa sabes que no es fácil comunicarte con ellos, que escuchan a todas las personas que les aconsejan menos a ti, que a menudo tienes que pedirle las cosas decenas de veces para que las haga – si las hace. Pero debes saber algo: no es por ti, así que no te lo tomes nada personal.
Sin embargo, a los que somos madres o padres de adolescentes nos preocupa el hecho de que no nos expliquen sus cosas, lo que les pasa por la cabeza, sus miedos, sus problemas... Sentimos que están a años luz de nosotros y de ellos mismos. Los vemos tristes, apáticos, desmotivados... desesperados y con episodios de ansiedad. A menudo nuestra preocupación se torna miedo. Queremos ayudarles y no sabemos cómo.
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Claves para educar adolescentes responsables y con propósito
Todos vemos lo complicada que está la realidad ahora mismo, social y profesionalmente. Los jóvenes de hoy no tienen ninguna garantía de que pasar por el aro del sistema académico les vaya a dar resultados ni les asegura un futuro exitoso.
Tanto esfuerzo y tiempo invertido en las aulas para terminar trabajando repartiendo pizzas... Si lo pensamos así, podemos comprender su desesperación, su desmotivación, su tristeza, su falta de autoconfianza, y su inseguridad. Estas emociones les llevan a problemas de conducta, distanciamiento, adicciones o conductas autodestructivas.
Y aunque parezca un contexto dramático, debemos saber que podemos ayudarles a revertir esta situación con herramientas sencillas de cambio mental que les van a permitir ver de nuevo la luz, recuperar la confianza, la motivación y la ilusión por su propio futuro. Y eso, al fin y al cabo, se nota en su comportamiento.
Si quieres descubrir algunos recursos para ayudar a tu adolescente, sigue leyendo.
1. Recupera la confianza
El primer paso es ganarte de nuevo su confianza. Aunque hayamos tenido una relación muy estrecha con nuestros hijos en su infancia, puede darse un distanciamiento notable al entrar en la adolescencia. Este hecho es consecuencia del proceso de construcción de su identidad. Sabiendo que hay unas razones biológicas que favorecen este alejamiento, más nos tendremos que esforzar para recuperar esa confianza.
La confianza es la base para que cuando necesite nuestra ayuda sea capaz de pedirla, en cualquier momento de su vida. Y eso es justo lo que nos permite a las personas salir adelante cuando estamos al borde del abismo.
Empieza por no hablar de las cosas de tus hijos con otros, o al menos que ellos no lo sepan, y menos de manera despectiva. ¿Qué pensarías de una amiga tuya que explica a cuatro vientos tus secretos más íntimos?
2. Respeta sus cosas, su espacio, su intimidad
Respeto, porque el respeto se gana respetando. Si queremos que nos traten con respeto tenemos que tratarles con respeto y tratarnos a nosotras mismas con respeto.
Tenemos unos patrones de comunicación instaurados que nos llevan de manera inconsciente a faltar al respeto cuando nuestros hijos se equivocan. ¿A quién no le ha pasado de entrar en el baño y que estén las toallas en el suelo, el secador en la pica y tu cara enfadado/a en el espejo? En ese momento gritarías y soltarías unas cuantas palabrotas, pero con eso no consigues más que debilitar el vínculo de confianza y favorecer que esa situación se repita.
En esa ocasión, lo mejor es morderse la lengua y preguntarse: "Si en lugar de ser mi hija la que ha dejado así el baño, hubiera sido mi mejor amiga, ¿cómo se lo diría?". Recuerda que en muy poco tiempo será una persona adulta, y la relación que construyes hoy no sólo va a determinar las relaciones que va a tener mañana, sino también la relación que habrá entre vosotros/as.
Respeta también su espacio, su intimidad. No tenemos que saber todo lo que hacen, todo lo que dicen, todo lo que piensan. No es necesario cuando la relación está basada en la confianza.
3. Ofrécele ayuda y ayúdale cuando te lo pida
Ayúdales cuando te piden ayuda, incluso cuando sabes que ellos pueden hacerlo solos. A veces solo es para comprobar que vas a estar allí si le pasa algo grave. Como el niño de 4 años que pide agua cuando está en la cama. No es que tenga sed, sólo quiere saber qué vas a ir si te llama. Y si no vas cuando te llamas para el agua, el niño obviamente creerá que tampoco le ayudarás si sale un monstruo de debajo de la cama. Y ahí tenemos las inseguridades entonces. Con los adolescentes vamos a hacer que sepan que pueden solos –y que lo sabemos-, pero que les ayudamos porque queremos y porque les queremos.
4. Échale humor
Porque reírse es fundamental, porque a veces es la mejor manera de abordar temas muy serios. De hecho, serio no es lo opuesto de lo divertido; lo contrario de lo divertido es lo aburrido. Ríete de ti misma/o, de tus propios errores; quítale hierro a los dramas y busca esa parte divertida, sobre todo cuando más cuesta. Ríete de sus bromas, incluso de aquellas que no comprendes, y súmate a ellas. La risa genera endorfinas y serotonina, que hacen que el cerebro funcione mejor (y eso en la adolescencia no viene mal).
5. Utiliza lenguaje positivo
Busca siempre el lado bueno de las cosas y enseña a tus hijos a hacerlo también, preguntándole por los aprendizajes que saca incluso de las peores situaciones. Ante cualquier circunstancia aparentemente negativa, plantea la siguiente pregunta: ¿qué oportunidad te da esta situación?
6. Enfócate a las soluciones
Tendemos a perder mucho tiempo en hablar de los problemas, de lo que hemos hecho mal, de los errores, de las circunstancias difíciles... lo hacemos con nosotros mismos, pero también con los demás. La resiliencia es precisamente la habilidad de seguir adelante pese a las dificultades, y se educa en las circunstancias sencillas de la vida cuotidiana des de la infancia, ayudando a los niños a que generen soluciones ante cualquier situación que aparentemente es un problema.
Para educar su mirada resiliente, debemos de actuar nosotras como personas resilientes, enfocándonos en la solución cuando nos vienen con algún “problema”. Piensa en una situación que pueda ser un “problema cuotidiano”, ya sea que se ha dejado la mochila en el cole, que se ha peleado con un compañero o que ha suspendido una asignatura. Ante cualquier situación, en lugar de dar la reprimenda, plantéale: “Ok, ¿cómo lo solucionas? ¿Necesitas que te ayude en algo?”.
Así, no sólo no se siente juzgado, sino que además aprende que equivocarse es parte de la vida y que la mejor actitud para vivirla es buscar soluciones y asumir las propias acciones. Responsabilidad y resiliencia, dos de las habilidades de vida más necesarias en el mundo actual.
7. Deja de ponerle etiquetas limitantes
Muchos de los padres y madres con los que trabajo me dicen que los beneficios de cambiar eso se notan a los pocos días. Y es que piensa: ¿cómo te sentirías si las personas que supuestamente más te quieren, te dijeran constantemente que eres desordenada, inútil, atontado, empanado, vicioso, sordo, sensible, gruñón, estresante, pesada...? Podría seguir, pero ya duele demasiado.
No sólo corremos el peligro de debilitar el vínculo de confianza y la relación con nuestros hijos, sino que estamos perjudicando su propio autoconcepto, que influye en su autoestima y está todavía en construcción.
Con la aplicación en el hogar de estos recursos mejoramos la relación que tenemos con nuestros adolescentes, favorecemos la creación de una autoestima equilibrada y la construcción de relaciones saludables, que va a determinar el tipo de relaciones que tendrá en la vida adulta.
En nuestra web encontrarás muchos más recursos para aprender a utilizar las herramientas con eficiencia. Educa(te) antes de que sea tarde.