Como psicóloga infanto-juvenil, asisto al cambio de las demandas y necesidades que se van observando entre la población infanto-juvenil y también entre las familias.
Como madre, me destroza la impotencia y también la inconsciencia que observo ante el alcance de cambios de salud, cambios sociales, o de aprendizaje que se están produciendo y que queremos paliar con más profesionales de la salud.
- Artículo relacionado: "Psicología educativa: definición, conceptos y teorías"
Efectos de una infancia en la hiperconexión
Asistimos cada vez con más frecuencia a la llamada de atención que se realiza desde diferentes ámbitos profesionales, ya sean educativos, sociales o sanitarios sobre el efecto que las pantallas tienen en el desarrollo. Llamadas de atención que entre tanta información digital, se pierde en la nube de datos e impacta por breves segundos en alguna retina y quizás en la emoción de alguno de los lectores.
Contamos con investigaciones que nos evidencian como las pantallas en edad temprana afectan al desarrollo visual, psicomotor y emocional, ese impacto suponen pérdidas de oportunidades, juegos, miradas, disfrutes sociales no realizados y cómo van influyendo posteriormente en las diferentes etapas madurativas.
Las investigaciones nos hablan de cómo se ven afectados y alterados los ritmos de sueño. Muchos de nuestros niños y especialmente adolescentes invierten horas eternas que pasan desapercibidas, no las saben cuantificar, en ellas navegan sin ruta, y flotan en inmensidad de memes que ocupan, saturan sus mentes. Perdiendo oportunidades de estimular las áreas ejecutivas superiores del cerebro que los lleven a desarrollar la creatividad, la generalización, la abstracción, el pensamiento crítico, la flexibilidad mental.
Esa mente saturada es incapaz de recordar la conversación mantenida con sus padres o madres, no pueden incorporarse a las actividades familiares, retrasan el sentarse en la mesa, o ver una película conjunta porque tienen algo muy importante y urgente que hacer. Les espera el siguiente tic-toc, engullen visualmente uno tras, otro. O tienen que continuar con un juego que no permite una respuesta demorada, o les urge realizarse fotos instantáneas para responder con poses groseramente artificiales a los reels que acaban de recibir, donde las palabras han desaparecido y se sumergen entre imágenes, aparentemente reales que realzan posturas, muecas y sonrisas exageradas fuera de cualquier contacto social presente.
Y por supuesto esperan ansiosamente el like, dejarte en visto acarrea un torrente de ansiedad, que les va crispando, esa decepción emocional unidad al desgaste infructífero de ese cerebro hiperabsorbido por imágenes que discurren sin discurso y sin lógica. Nadan o más bien son arrastrados por las corrientes de imágenes salvajes que aparecen en la pantalla, la sucesión, el ritmo no inducen a la reflexión, salvo a una distracción agonizante. Si les preguntas que acaban de ver, no lo recuerdan, si te llegan a mirar lo hacen con ojos vidriosos y sonríen, no a ti sino a la pantalla.
Así pues, la siguiente respuesta, cuando alguien les solicite algo, aunque sea que al hablar le miren, acarreará una respuesta que va más allá del descontento, es el reflejo de un estrés y de una insatisfacción que cava la sima sobre sí misma. Su respuesta puede ser desde el vacío, permanecer en su cubil sin responder, aturdidos entre el agujero de oscuridad que no saben identificar o la rabia volcada, cual dragón enfurecido, enfurecimiento que desconocen. Una respuesta desproporcionada al momento presente. Y si en algún momento se paran, miran al interlocutor, y este está preocupado por ellos, pueden deshacerse en lágrimas, y gritarán o se ahogaran en el llanto de todo lo no formulado, y dirán que su vida es una mierda y quieren puto desaparecer de ella. En otras ocasiones, los padres, en ese afán de saber qué les sucede, buscarán, indagarán en sus redes, en notas o cuadernos que desdibujen sentimientos mal contenidos.
Y si como profesionales de la salud buscamos antecedentes de trauma, en ocasiones los hallaremos y en otras nos encontraremos con vivencias anodinas, con falta de experiencias reales, con multitud de imágenes no integradas, con tiempo perdido y con estados no manejados, con una gran incultura emocional o con un discurso hiperpsicológico empapado de redes y youtubers que explican la realidad.
¿Qué hacer?
El hiperuso de las pantallas requiere una educación de papel y lápiz, juegos de parque, con interacción cara a cara, donde se aprende el lenguaje social y por supuesto limitar su uso. Son varios los Países que ya apuestan por ello, desde Suiza hasta China.
No hace mucho he leído que en el futuro una marca de clase social será la comodidad que sientes en la comunicación social. Las elites retiran las pantallas a sus hijos y en sus colegios se suprimen los ordenadores. Espero que estas medidas lleguen a las escuelas públicas antes de que todos nos convirtamos en asociales desconectados, avocados a la enfermedad mental.
Cristina Cortés Viniegra
Cristina Cortés Viniegra
Psicóloga Infanto Juvenil
- Autora: Cristina Cortés*
Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad