Es bien conocido que la disciplina es un factor fundamental para poder conseguir cualquier objetivo que nos propongamos. Es el elemento clave de cualquier proceso, ya sea profesional o personal, ya que responde a unas reglas que rigen nuestro comportamiento y manera de actuar. Actualmente se confunde la disciplina con el acto de disciplinar, entendiendo “disciplinar” como castigo o imposición, lo cual tiene una percepción generalmente negativa.
Si consideramos la verdadera naturaleza de la disciplina, más allá del acto de disciplinar, tenemos un acto desinteresado y altruista, una muestra de verdadero amor. Es imprescindible no confundir la metodología, el trabajo y la constancia, con la imposición física o ideológica, tenemos que entender la disciplina como un marco reglado donde se establecen unos límites bien definidos que ayudan a trazar un camino. Unos límites, unas reglas con unas consecuencias claras que ayudan a navegar con unos valores claros y un rumbo significativamente más estable.
La disciplina se aprende cual valor fundamental basado en el esfuerzo y la visión estratégica de una vida dotada de una plenitud constructivista. Cualquiera de sus formas, pero sobre todo, la autodisciplina, ayuda a construir un marco ético sólido del proceso personal de aceptación y compasión. Siendo éstas las bases de la autoestima, construyen consecuentemente los cimientos del respeto hacia uno mismo, y hacia los demás, elevando así el amor propio.
Conociendo la disciplina y el amor
Existen una serie de características que comparten tanto la disciplina como el propio concepto de amor. El amor se define como un sentimiento de intenso afecto e inclinación hacia alguien, y conlleva una serie de propiedades inherentes que determinan su autenticidad real. Lógicamente esto tiene el núcleo con uno mismo y empieza por la pasión. La pasión es la llama creadora que con su infinidad de formas es el motor de ignición que nos empuja y nos mueve a través de carreteras, senderos y montañas. Una energía vigorosa que nos da la inercia, la vibración que nos mantiene en sintonía, que se mantiene constante gracias al compromiso.
El compromiso es el vínculo contractual que une la realidad con una proyección, un deseo, una promesa que requiere de una constancia inquebrantable. Un persistente esfuerzo por mantener unos límites a la vez que haciendo concesiones, un acto de responsabilidad y fe. Una confianza depositada ciegamente ante el peligro de la gratificación inmediata que nos acecha sin piedad.
La trampa del placer, de la rueda hedonista que causa un estancamiento vital atrapándonos en el inmovilismo sin posibilidad de avanzar. Un saboteador, un paralizador absoluto del crecimiento. El enemigo del amor, la antítesis de la disciplina, el veneno de la felicidad. Más allá de la fugacidad del placer, de la superficialidad del hedonismo, el amor navega dentro del marco de la intimidad más profunda. Una relación interna donde la confesión de la verdad rige la creación de algo irrepetible, inimitable por la combinación única de elementos: “tu y yo” “yo conmigo mismo”.
La conexión encendida por la pasión que enlaza dos seres para convertirse en uno, la creación de un ecosistema donde nace, crece y eternamente vive el amor con la fuerza del compromiso. Sin pasión, compromiso o intimidad, sin alguna de las tres características principales que formulan el amor, o si existe una sensación de dependencia, sin liberación, respeto o trabajo, no es amor, es apego. Comprender los límites que diferencian uno de otro puede ser la diferencia entre la plenitud y el vacío, entre la felicidad y la miseria.
La motivación es a la disciplina lo que el apego es al amor
La disciplina es el medio imprescindible para desarrollar nuestro mayor potencial mediante trabajo, dedicación y constancia. Es el elemento creador, el catalizador del cambio que hace realidad aspiraciones y objetivos, es el faro que ilumina el camino hacia la mejor versión de nosotros mismos. La motivación es un estado puntual, una inspiración fugaz que fluctúa de forma errática e incontrolable. Fuera de nuestro control actúa como un “simplificador” de procesos, se podría considerar un atajo o empujón, algo que aparece repentinamente y que genera una dependencia sin una mentalidad fuerte y disciplinada.
Contextualizando dentro del concepto de amor-disciplina podríamos decir que la disciplina define unos límites que nos ayudan a navegar definiendo valores, como ya se ha comentado anteriormente, de responsabilidad, compromiso, esfuerzo y constancia, así como la capacidad de detectar tanto oportunidades como amenazas.
Es el punto cardinal, el método para tener una relación sana entre quien soy y quien quiero, entre quienes somos y quienes queremos ser sin divagaciones ni excusas, la disciplina es la brújula que marca la dirección hacia donde debemos ir. La motivación es como el mapa del camino, puede ser de gran ayuda en un momento puntual. Traza el recorrido exacto en un momento concreto, pero este puede variar según las circunstancias, estado emocional o el entorno, una tormenta, una distracción o un mal día pueden borrar el sendero, pero no importa si hay disciplina, si sabemos en que dirección tenemos que ir.
¿Por qué la disciplina es amor? Ambas requieren de constancia, de trabajo sin esperar una recompensa inmediata. Es indispensable una pasión ciega con una dedicación inexorable mientras se recorre el camino hacia un objetivo que parece inalcanzable: plenitud, serenidad y paz. Todo ello con una actitud positiva, alegremente con la dulce sensación de felicidad. No es algo sencillo, no siempre es placentero, no es fugaz ni efímero, es una convicción por la creencia en uno mismo, en una vida más plena y libre. Un compromiso con uno mismo, con nuestras convicciones, principios y valores que nos elevan más allá del asentamiento lineal de la pasividad hedónica. Una relación de profunda intimidad que nos hacen conocer los límites y confines de nuestro potencial humano, donde la disciplina y el amor nos muestran la verdad de quienes somos entregándonos, no lo que queremos, sino lo que necesitamos.