Como psicoanalistas, contamos fundamentalmente con dos herramientas: la pregunta y la paciencia. He abordado en el último tiempo con una inusitada frecuencia motivos de consulta vinculados a la temática de los celos: ya sea desde el remordimiento de sentirlos como del padecimiento de vincularse con una persona de actitudes celosas.
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Identificación al síntoma
El último Lacan sostenía que lo más real es el síntoma y que el síntoma-goce es el medio de satisfacción de la pulsión. La trama pulsional de quien siente los celos goza en repetirse y rodear el objeto, e insiste con el carácter de una resistencia difícil de quebrantar. La sintomatología del celante es, en este caso el retorno incesante hacia la posición del menosprecio, a la puesta en juego comparativa del valor que esta persona tiene para alguien en contraposición con una terceridad.
No está de más decir que todo tipo de celo esconde tras un biombo a una falsa ilusión de posesión. Pero se destaca que sea falsa no por la subestimación de una conducta eminentemente dañina, sino por la pretensión ficticia de asir lo intangible. Se padece no solo el posible hecho de que el objeto libidinal no corresponda todo el amor otorgado, sino el mismo hecho de padecer celos y no poder evitarlos: personas que celan, padecen celar y no pueden con ellos mismos. A resumidas cuentas, se ejecuta una obturación del deseo del Otro para hacer primar el deseo propio.
Se ha presentado en ocasiones la peculiaridad del sentir un rédito victorioso el “padecimiento” de un engaño (en los términos del acuerdo pactado en la pareja) ya que le otorgó al sujeto en posición del padeciente un “crédito” que cobró a cuentagotas.
Fantasma
El fantasma protege al sujeto del horror ante el encuentro con lo real, afirmaba Lacan, y en todo caso la dinámica del celante permite desplegar una barrera para no reconocer o no ver el significante real de no ser para el otro lo que uno anticipa en su propia expectativa.
Cuando el analizante es la víctima de estos celos, la preocupación del analista debe enfocarse en que no se implemente una normalización de la dinámica del control y que la persona no sucumba ante la reducción yoica. De más está decir que si vemos escalar cualquiera de estas situaciones hacia el plano de la violencia y la anulación del otro la supervisión debe ser inmediata y el trabajo debe incurrir hacia el plano interventivo-directo.
Retomando la interventiva-indirecta, no hemos nunca de coercionar el desasimiento libidinoso, pero si el analizante es víctima de la situación debemos dirigirnos hacia la ruptura del ciclo de control. Mi dinámica particular me ha llevado a muy pocas veces intervenir en formas que no sean una pregunta. La herramienta de la pregunta deriva la mente hacia las múltiples posibilidades de las que gozaría el analizante modificando por propia voluntad el escenario en el cual se encuentra.
Si el analizante es ejecutor, el oído del analista debe estar más refinado que nunca para capturar pequeños tramos de discurso que nos den la tela de la cual cortar. El hilo del analizante conducirá hacia reducir la gravedad del asunto. Nuestro rol nunca debe ser persecutorio ni represor (la represión siempre fracasa). La pregunta debe correr al sujeto de su posición hacia los zapatos del sujeto de deseo, hasta verlo caer en la cuenta de lo que puede estar provocando.
A tono con esto, Freud se expresa en Más allá del principio del placer, sobre los motivos de las resistencias: “Son al comienzo inconscientes en la cura (según nos lo enseña la experiencia), esto nos advierte que hemos de salvar un desacierto de nuestra terminología. Eliminamos esta oscuridad poniendo en oposición, no lo consciente y lo inconsciente, sino el yo coherente y lo reprimido […] Es probable que no pueda exteriorizarse antes que el trabajo solicitante de la cura haya aflojado la represión”.
La prisa para los analistas surge como una herramienta tentadora, pero tomará la forma de nuestra peor enemiga. La caída en cuenta para un analizante puede demorar hasta varias sesiones. El rodeo debe ser constante y persistente; la pregunta, nuestra herramienta por excelencia; la paciencia, nuestra bandera.