La soledad es una experiencia subjetiva, una vivencia que puede sentirse tanto en aislamiento como en presencia de otros. Desde el psicoanálisis, Freud (1920) nos introduce a la idea de que el sujeto está estructurado en relación con el otro, con los lazos que lo constituyen. Sin embargo, en la modernidad tardía, la soledad se ha convertido en un fenómeno social cada vez más extendido, en parte por el auge del individualismo promovido por el capitalismo tardío (Bauman, 2000).
La soledad en el sujeto
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Desde la teoría psicoanalítica, la soledad se vincula con la constitución subjetiva. Freud nos habla de la importancia de los vínculos tempranos en la estructuración del psiquismo y de cómo la falta de estos puede generar angustia y aislamiento. La soledad, en este sentido, no es solo ausencia de compañía, sino también un encuentro con la propia falta. En la clínica psicoanalítica, muchas personas expresan una profunda sensación de vacío, aunque estén rodeadas de otros.
Pacientes que llegan a la consulta con quejas de soledad suelen describir una dificultad para sostener vínculos profundos, miedo al rechazo o la sensación de que los lazos afectivos son inestables e inciertos. Algunos relatan cómo, en su infancia, la falta de un sostén emocional seguro generó una tendencia a retraerse o a sobreadaptarse a los demás. En otros casos, la sensación de soledad aparece como resultado de una idealización del vínculo perfecto que nunca se concreta, lo que genera frustración y aislamiento.
El individualismo moderno y la crisis del lazo social
Por otro lado, desde la sociología, autores como Zygmunt Bauman (2000) han explorado cómo la modernidad líquida ha debilitado los vínculos sociales, promoviendo una identidad flexible pero también precaria. La promoción del "yo autónomo" en el discurso neoliberal genera sujetos que valoran la independencia, pero que, al mismo tiempo, experimentan dificultades para sostener relaciones duraderas y significativas.
En la clínica, esto se traduce en relatos de pacientes que sienten que deben demostrar autosuficiencia en todo momento, evitando mostrarse vulnerables o dependientes de los demás. Muchas veces, esto los lleva a evitar la intimidad por temor a ser rechazados o a no cumplir con un ideal de autonomía que la sociedad impone. También se observan personas que, al no recibir respuestas inmediatas en sus interacciones digitales, experimentan angustia o una sensación de exclusión, lo que refuerza la idea de que las relaciones se han convertido en bienes de consumo.
En este sentido, la soledad moderna no es solo un estado emocional, sino una condición estructural del sujeto en sociedades cada vez más fragmentadas. Eva Illouz (2019) señala que las relaciones interpersonales han sido colonizadas por lógicas de mercado, lo que genera un "capitalismo afectivo" en el que los vínculos se vuelven efímeros y sujetos a constante evaluación según criterios de utilidad. Esto se evidencia en personas que narran cómo las aplicaciones de citas refuerzan una sensación de desechabilidad, o en aquellos que sienten que deben "venderse bien" para ser elegidos en los vínculos amorosos o laborales.
La paradoja de la conexión digital
Si bien la digitalización ha permitido nuevas formas de comunicación, también ha generado una paradoja: nunca hemos estado tan conectados y, al mismo tiempo, tan solos. La hiperconectividad de las redes sociales ha creado una ilusión de cercanía que muchas veces no se traduce en vínculos reales y profundos. Las relaciones virtuales pueden carecer de la profundidad emocional necesaria para combatir la soledad estructural de la modernidad.
En la práctica clínica, esto se observa en pacientes que dependen de la validación en redes sociales para sentirse acompañados, pero que, al mismo tiempo, temen la exposición y el juicio ajeno. También se ven casos en los que el contacto constante con los demás a través de la tecnología no es suficiente para generar un sentimiento de pertenencia, lo que da lugar a un aislamiento subjetivo aún en la hiperconectividad.
Reflexiones finales
La soledad, lejos de ser un problema exclusivamente individual, está imbricada en las estructuras sociales y económicas que configuran la subjetividad contemporánea. Desde el psicoanálisis, podemos pensarla como un encuentro con la propia falta, mientras que desde la sociología podemos analizar cómo el individualismo moderno refuerza esta experiencia. Pensar la soledad implica, entonces, no solo una mirada clínica, sino también una reflexión sobre los efectos del sistema en la vida psíquica de las personas.


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