A principios de la década de 1940, una enigmática señora, a quien nadie recuerda, vive tristemente recluida en un sanatorio mental. Se trata de Camille Claudel, la escultora francesa, cuyas obras fueron admiradas en su época y que superó, en muchos aspectos, a su maestro y amante, Auguste Rodin.
Pero en 1943 ya nadie se acuerda de ella. Ni siquiera su familia (por la que se encuentra encerrada) va a verla. Camille Claudel se consume lentamente y, en las cartas que envía fuera de su prisión, se lamenta patéticamente de su suerte. Dice que no merecía un final así. Y tenía razón.
Hoy repasamos la triste vida de la que fue discípula y amante de Auguste Rodin, la escultora Camille Claudel.
Breve biografía de Camille Claudel, la infeliz escultora francesa
Nació en el seno de una familia bastante bien posicionada que, por desgracia, no la comprendió. Solo su padre, Louis-Prosper, apoyó los sueños artísticos de su hija, y solo él le sirvió de apoyo en sus momentos más duros. Cuando el padre falleció, Camille se vio obligada por su madre y hermanos a permanecer en un sanatorio mental, que en aquellos años recibía el triste nombre de manicomio.
¿Cómo llegó una escultora tan extraordinaria, que superó con creces a su maestro en muchos aspectos, a acabar sus días en un sanatorio, olvidada por todos (incluso por su familia)?
‘Padre, quiero ser escultora’
Camille Claudel nació en la ciudad francesa de Fère-en-Tardenois, en el departamento de Aisne, el 8 de diciembre de 1864. Pronto, la pequeña empezó a mostrar evidencias de su talento artístico; en concreto, hacia la escultura: modelaba figurillas de barro con las que hacía retratos de sus familiares y de la gente que le rodeaba.
Ya adolescente, Camille tenía muy claro que quería estudiar escultura; a poder ser, en París, el epicentro artístico del momento. Su padre, que la adoraba, permitió lo que en aquellos tiempos se consideraba ‘una extravagancia’. Así, la familia al completo se mudó a la capital. Esto es algo que Louise-Athanaïse, la madre de Camille, nunca le perdonó.
Y es que Camille había nacido como ‘sustituta’ de un hermano muerto, con la que Louise siempre la comparaba. En verdad, la relación entre madre e hija nunca fue buena; al morir el padre Louise, apoyó encarecidamente el ingreso de Camille en un sanatorio, a la que, por cierto, nunca fue a visitar.
París y Auguste Rodin
Así pues, la pequeña Camille solo tenía a su padre como apoyo incondicional. Sus hermanos, Paul y Louise, tampoco la comprendían. La hermana era lo que en aquellos días se consideraba una ‘auténtica señorita’; Camille era todo lo contrario: bohemia, rebelde, siempre desaliñada y cubierta del polvo de la escultura del taller.
Pero la joven no abandonó sus sueños. En París, ingresó en la Académie Colarossi, una de las pocas instituciones que admitían a mujeres. Debemos tener en cuenta que, en aquel conservador siglo XIX, no estaba permitido que una mujer accediera a los desnudos; sin embargo, el estudio de la anatomía humana era imprescindible para cualquiera que quisiera ser artista. En la Colarossi, las jóvenes podían contemplar y copiar a mujeres y a hombres desnudos, lo que resultaba, a todas luces, una auténtica revolución para la época.
En la academia, uno de los profesores se fija en ella. Se trata de Jean Boucher, que advierte el enorme talento de aquella jovencita que, además, se aplica con ahínco a sus estudios. Cuando Boucher marcha a Roma, aconseja al profesor sustituto que la observe, porque puede ayudarle con sus propias obras. Este profesor sustituto no es otro de Auguste Rodin (1840-1917).
Musa, amante y discípula
Y por supuesto que Rodin se fija en ella. No sólo en su indiscutible talento (Camille era la mejor alumna de la academia), sino también en su discreta belleza. A pesar de la diferencia de edad (se llevaban nada menos que veinticuatro años), Camille y Rodin inician una relación apasionada, además de una colaboración estrecha en materia artística: es ella la que ayuda al escultor consagrado con su Puerta del infierno, una obra colosal que debía incluir al famoso Pensador.
Poco a poco, Camille se va imbuyendo del arte de su maestro y amante. Sus primeras obras tienen una influencia rodiniana indiscutible, pero, paulatinamente, la joven escultora va trazando su propio camino. De este periodo son ejecuciones tan memorables como La ola, de 1897, realizada con bronce y ónice. Este último material, que presenta vetas de diversas tonalidades, permite recrear los juegos de luz del agua del mar. Bajo la enorme ola, tres muchachas desnudas juegan, tomadas de la mano: una alusión inconfundible a las Tres Gracias.
El enorme talento de la discípula es evidente, y pronto Camille adquiere cierta fama. Sin embargo, de forma paralela a su éxito artístico, su relación con Rodin camina hacia su declive. El escultor tiene otra amante, Rose Beuret, con quien tuvo un hijo (por cierto, nacido el mismo año que Camille) y a quien no está dispuesto a abandonar. Los celos y la frustración se adueñan de la joven amante, que empieza a mostrar signos de inestabilidad mental.
Su otra gran obra del período, La edad madura (1899), ha querido verse como un reflejo de su pasión frustrada y el denigrante ménage a trois que Rodin le obliga a vivir. En la escultura, realizada en bronce, podemos ver a una joven desnuda y arrodillada que, en actitud de súplica desesperada, parece rogar con las manos extendidas; delante de ella, un hombre maduro es arrastrado por una especie de Parca, vieja y fea que, sin embargo, lo toma amorosamente por los brazos.
Muchos han leído en esta obra colosal la infelicidad de Camille: la joven desnuda sería ella; el hombre maduro, Rodin, y la Parca, Rose Beuret, su madura amante, que se lo lleva de su lado.
La infeliz mujer
La situación insostenible lleva a Camille a abandonar a Rodin. Se establece por cuenta propia en su propio taller, y allí sigue cosechando éxitos escultóricos, como la que se considera una de sus obras maestras, El gran vals (1903). La obra, que muestra a dos amantes entrelazados en un sensual baile, fue un auténtico escándalo para la época, puesto que los cuerpos desnudos de ambos se interpretaron como un reflejo del acto sexual.
En cualquier caso, y a pesar de ser una escultora reconocida, Camille vive con la obsesión de ser comparada con su maestro. Empieza entonces una espiral autodestructiva que la lleva demasiado a menudo a buscar en la bebida cierto consuelo. Su salud mental se resiente, y la madre y el hermano de Camille barajan la posibilidad de internarla en un sanatorio. Solo Louis-Prosper, el padre, los detiene. Él nunca lo permitiría.
Pero Louis-Prosper fallece en 1913 y, con su muerte, el destino de Camille está sellado. Un día, de repente y sin previo aviso, una especie de enfermeros penetran en su estudio y se la llevan a la fuerza. La escultora es internada entonces en un sanatorio mental, del que solo saldrá durante las evacuaciones de la Segunda Guerra Mundial, y solo para ser trasladada a otro centro.
El régimen de vida en estos lugares es terrible. A Camille no se le permite ni siquiera dar rienda suelta a su vena artística, lo único que todavía la hace feliz. Por orden de su familia, tiene terminantemente prohibido esculpir.
En una ocasión, el director del centro, conmovido, la deja salir al patio después de un aguacero para que modele el barro. Cuando Louise y Paul se enteran, exigen que se terminen estas ‘libertades’. Camille Claudel muere lentamente en vida.
La escultora falleció el 19 de octubre de 1943, olvidada por todos, incluso por su familia. Eso sí; en 1951, durante la primera exposición en su memoria, su hermano Paul, afamado escritor (y uno de los partícipes de su encierro), escribe el catálogo. ¿Quién fue, pues, el verdugo de Camille Claudel, Rodin o su propia familia?


Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad