“Sólo sé que no sé nada”. Con toda probabilidad, habrás escuchado esta frase en un sinnúmero de ocasiones. También probablemente conocerás a su autor, el gran filósofo griego Sócrates, que revolucionó el panorama filosófico de la Atenas del siglo V a.C. y sentó las bases de la posterior obra de Platón y Aristóteles. Porque, a pesar de no haber dejado nada por escrito, el pensamiento socrático es crucial para comprender la evolución de la filosofía occidental.
En esta biografía de Sócrates repasamos la vida y la trayectoria del padre de la mayéutica o método inductivo; el primer pensador que basó la sabiduría en el diálogo interno y el conocimiento de uno mismo, cosa que, como veremos, le reportó no pocos enemigos.
Sócrates: biografía del filósofo que sentó las bases del pensamiento occidental
Puede parecer una afirmación exagerada, pero, en realidad, no lo es tanto. De Sócrates no conocemos ningún escrito, pero su filosofía sobrevivió en la obra de sus discípulos, especialmente en la de Platón (427-347 a.C), uno de los mayores filósofos de todos los tiempos que influyó en el pensamiento europeo durante siglos, incluso después de la llegada del cristianismo. En este sentido, podemos decir que Platón sin Sócrates no habría existido, y de esto se recoge que, efectivamente, es en Sócrates donde se encuentra el germen de la filosofía occidental.
Su método inductivo, es decir, basado en preguntas y respuestas, es la raíz de cualquier pensamiento científico; lo encontramos en René Descartes (1596-1650) muchos siglos después, así como en la escolástica medieval. Y es que Sócrates fue un revolucionario; revolvió los cimientos sobre los que se asentaba la filosofía en Grecia, y fue más allá de los sofistas al afirmar que el auténtico conocimiento sólo puede radicar en uno mismo.
El hijo de la comadrona que fue militar antes que filósofo
Se dice que el mismo Sócrates solía bromear con su nacimiento. Su madre había sido comadrona y, por tanto, ayudaba a nacer a las personas, igual que él ayudaba a nacer a la verdad. El insigne filósofo había venido al mundo en una fecha indeterminada (se calcula que hacia el 470 a.C.) en la ciudad de Atenas, que en aquellos tiempos despertaba al calor del luminoso “Siglo de Pericles”. Se trata de unas décadas marcadas por el desastre de las Guerras Médicas, que enfrentaron a las diversas polis griegas con el enemigo persa. El impulsor de estos años dorados de reconstrucción cultural y política fue Pericles (495-429 a.C.), el gran estratega ateniense que, con la ayuda inestimable de artistas como Fidias (500-431 a.C.) levantó Atenas de sus cenizas.
Tras las Guerras Médicas vinieron las llamadas Guerras del Peloponeso, que enfrentaron a diversas polis entre ellas, especialmente a las poderosas Atenas y Esparta. Fue precisamente en esta contienda en la que participó Sócrates como hoplita (soldado de infantería), un pasado militar que a menudo se olvida por no encajar del todo con la posterior trayectoria vital del filósofo. Conocemos este episodio porque Alcibíades, un orador que fue rescatado por él, menciona el valor de Sócrates en el campo de batalla.
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El filósofo que no dejó nada escrito
Pero de la vida de Sócrates poco se sabe, y lo que se conoce es a través de testimonios de terceros, no siempre halagadores. De hecho, el personaje despertó admiración y odio a partes iguales, cosa que le valió, como veremos, su condena a muerte por parte del gobierno de Atenas.
Tres son los filósofos a través de los cuales podemos acceder a las enseñanzas de este pensador. El primero y más importante, por supuesto, es su discípulo Platón, que recoge varios episodios de su vida, especialmente en el Fedón y en la Apología de Sócrates, donde plasma algunas consideraciones sobre su juicio. Otras fuentes dignas de mención son las de Jenofonte y Aristófanes, sin olvidar que Aristóteles, discípulo de Platón, también lo menciona.
Especialmente en el caso de Platón hay que ir con cuidado con las fuentes, puesto que en muchos casos suponen una idealización del personaje, fruto de la gran admiración que el alumno sentía por el maestro. De cualquier forma, estos textos son esenciales para comprender las bases de las ideas socráticas, punto de partida para la filosofía posterior.
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Odiado por los sofistas
A pesar de que tradicionalmente se le engloba como parte del sofismo (y, de hecho, su sentencia de muerte lo valoraba como tal), en realidad Sócrates poco o nada tiene que ver con esta corriente de pensamiento griega. Pero vayamos por partes; ¿quiénes eran los sofistas?
Desde muy antiguo, la filosofía griega se había interesado vivamente por el cosmos y su funcionamiento. Más tarde, los sofistas, con Protágoras y Gorgias a la cabeza, pusieron énfasis en el conocimiento del ser humano y del acceso al conocimiento. La intención era buena, por supuesto, pero estos filósofos terminaron siendo unos mercenarios de las palabras; es decir, usaban el razonamiento para ganar en los enfrentamientos y justificar su posesión de la verdad. Además, y este es otro dato importante, cobraban por sus servicios.
Sócrates también se interesaba por el acceso al conocimiento, pero no vivía de ello. Ante la superioridad intelectual de los sofistas, que pregonaban poseer la verdad, Sócrates afirmaba aquello de “sólo sé que no sé nada”, un acto de humildad que ponía en entredicho la valía de los otros como filósofos. Por otro lado, Sócrates aseguraba que el auténtico conocimiento provenía de uno mismo, y que la única manera de acceder a él (si es que era posible acceder a la verdad última) era a través de una severa introspección.
El filósofo ofrecía sus discusiones en los lugares públicos, para desesperación de sus enemigos. Y en este grupo no sólo estaban los sofistas, sino también los gobernantes de Atenas, a los que no hacía ninguna gracia que el pensador animara a la gente a cuestionarse las cosas y a pensar por sí mismos. En esencia, el discurso de Sócrates, basado en la famosa mayéutica, pretendía que el individuo buscara la verdad y se elevara de lo particular a lo universal.
Esta mayéutica o método inductivo basaba su procedimiento en las preguntas y las respuestas: a la pregunta del maestro, el interpelado exponía su visión sobre el asunto, y acto seguido aquel le mostraba las contradicciones de su idea y le hacía más preguntas, y así seguidamente. Como ya hemos comentado en la introducción, este procedimiento inductivo siguió presente durante la Edad Media a través de la escolástica y continuó en la filosofía de la época moderna.
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La condena que lo inmortalizó
El fin de Sócrates es bastante conocido: acusado por la ciudad de “corromper a la juventud” y “no creer en los dioses”, fue declarado culpable y obligado a beber él mismo la cicuta que lo llevaría a la muerte. Sus discípulos y amigos le ofrecieron ayuda para huir, pero él rechazó contundentemente esta solución y aceptó estoicamente la muerte que se le había ordenado. Pasó sus últimas horas charlando con sus allegados, hasta que el veneno hizo su efecto. Platón, en su obra Fedón, recrea estos instantes postreros de su bienamado maestro.
La muerte de Sócrates inspiró a la escuela estoica y a muchas corrientes filosóficas posteriores. Durante la Revolución Francesa y la era napoleónica la dignidad suprema del filósofo fue vista como símbolo de la firmeza y el valor, y la escena de su muerte ha sido recreada hasta la saciedad en múltiples obras de arte. Sócrates fue, en vida, el abanderado del pensamiento crítico y el acceso individual al conocimiento, y siempre abogó por este tipo de educación en la juventud ateniense (aunque, según algunos testigos, tenía casi olvidados a sus propios hijos). Pedante y casi grosero para algunos, auténtico mártir de la verdad para otros. Sea como fuere, Sócrates es y será uno de los mayores filósofos del pensamiento occidental.