Dispensadores de soluciones contra el Dolor

Mi hija pequeña ha traído hoy la maleta viajera de su escuelita, y en ella tres cuentos. Me ha parecido alucinante como un cuento para mi hija de 15 meses me ha conectado tan fuerte con mi historia personal y mi rol profesional.

Cuando vemos sufrir a los demás, las personas tendemos a desear eliminar este dolor e iniciamos una serie de acciones dirigidas a enmendar aquello que, a menudo, no nos corresponde. Mi madre hacía y hace esto a menudo, tiene soluciones para todo. Y a mí, muchas veces, esta relación no me ha ayudado.

Como la tortuga del cuento que está en apuros, girada hacia arriba, a mí no me ha servido el zapato ofrecido por el zorro. Desde mi experiencia, la mayoría de las veces una solución no ha logrado mitigar la experiencia de sufrir y a veces incluso ha generando, con la mejor de las intenciones, más malestar. Supongo que la sociedad del bienestar nos ha llevado a actuar así, a convertirnos en dispensadores de soluciones que eliminen cualquier elemento displacentero. En esta misma línea, las instituciones, y en última instancia el sistema, nos piden a los profesionales de la salud mental aliviar, reparar y eliminar el sufrimiento.

En el cuento, el erizo es el único que no ofrece ninguna solución a la tortuga, simplemente se queda a su lado, se intenta poner en su misma postura, empatizar, y con su presencia la acompaña y la escucha activamente. Más tarde, le hace un comentario que hace reír a la tortuga que consigue, por sí misma, girarse. Y así es como me va bien a mí también cuando soy yo la tortuga. Por ello, escojo en lo personal y en lo profesional manejar la situación como el erizo. Aun así hay veces que me veo actuando como el zorro, sin pensamiento mediador que frene esta irremediable condición de solucionar, de eliminar el dolor del otro. Y reflexiono: qué difícil y qué necesario es, para las personas, transitar el dolor entendidas y acompañadas, respetando los tiempos de cada una y dándoles su lugar.