En una comida familiar, hablando sobre el uso de pantallas en la infancia, mi suegra comenta el caso de una estafa a través de una criatura de once años. Nombra la deep web. Todas las personas allí presentes parecen saber de qué se trata. En la mesa soy la segunda persona más joven, prescindiendo de las criaturas en el contaje. Y yo no tengo ni idea de qué va. Y pregunto.
Para los que como yo no sepáis lo que es, la deep web es aquello que no podemos ver en la red, las profundidades, lo prohibido, lo que está fuera del límite. El debate estaba sobre la mesa: el riesgo de que, si nosotras saberlo, en un futuro nuestras criaturas accedieran a contenidos de lo más brutales y escabrosos. No negaré mi primera reacción de miedo, de paralisis.
Esta mañana, en mi lugar preferido para pensar y conectar -el coche- he revivido, sin tanto susto, esta misma conversación. Despojada de la emoción y con la nueva información algo más digerida, he empezado a pensar. Vivimos en la sociedad de la inmeditez, con menos cultura del esfuerzo que la que me inculcaron a mí. Vivimos en un sistema de recompensas rápidas, y una gran variedad de experiencias e información desde edades muy tempranas. Este marco, a mi parecer, ponía luz a algunos interrogantes de ayer. Me descubrí comparando mi infancia y adolescencia con la actual, los límites recibidos y los ahora establecidos por mí como madre.
Ahora la información esta rápidamente disponible, no hay que ir a las bibliotecas y buscar entre libros lo que se necesita; todo esto está a un click. Esto ofrece una nueva realidad con más tiempo libre e información más rápidamente disponible. La adolescencia se define, parcialmente, como un periodo de cambio e inestabilidad en el que las personas necesitamos ir más allá de lo establecido, poner a prueba los límites. La mente se define, además, como esa parte de nosotras inquieta, que siempre se dirige hacia lo que falta. En este contexto no me sorprende que en un mundo que ofrece tanto de forma immediata las mentes adolescentes busquen todavía más allá, en lo más profundo, aquello que falta, aquello que se esconde, aquello que no se ve. Lo hemos hecho siempre, pero antes llegabamos a ver mucho menos que ahora y una película porno o un par de copas a escondidas ya significaban «romper el límite», «ir hacia de lo desconocido».
Hoy, con las nuevas tecnologías, todo esto son minucias. Pero las mentes adolescentes no han cambiado, y siguen queriendo explorar e ir más allá del límite.