A lo largo de la historia de la psicología, han sido múltiples los planteamientos y teorías que han surgido con el objetivo de explicar de qué manera funciona la mente humana, qué mecanismos psicológicos influyen y participan en nuestra conducta e incluso cómo pueden ser alterados de manera que se produzcan patrones de pensamiento y actuación desadaptativos en forma de trastornos mentales.
A nivel de psicología clínica se ha intentado ayudar a quienes padecen trastornos y patrones desadaptativos y productores de malestar a través de la conocida como terapia de conducta y las tres olas o generaciones de tratamientos que ha ido produciendo.
Terapia de conducta: una breve definición
Denominamos terapia de conducta al tipo de tratamiento basado en la psicología experimental en el que se considera que la conducta, si bien predispuesta por la biología, se ve determinada y puede cambiar por el aprendizaje y aplicación de patrones de comportamiento y pensamiento.
Ante la presencia de comportamientos desadaptativos y que generan un malestar significativo en la persona, es posible modificar dichos patrones enseñando otros más útiles.
De este modo, el objetivo general de este tipo de terapia es el de generar un cambio en la persona que pueda aliviar su sufrimiento y mejorar su adaptación, potenciando y optimizando sus habilidades y oportunidades en el medio. Para ello se pretende eliminar, añadir o cambiar una o varias conductas al repertorio del individuo mediante procesos de aprendizaje.
Este tipo de terapias se centra en el momento presente, trabajando el problema actual y siendo la historia solo algo que nos informa de cómo se ha llegado a la situación actual. El psicoterapeuta aplicará el tratamiento en función a las características del sujeto a tratar y sus circunstancias, habiéndose de adaptar la terapia a cada situación.
Las tres olas o generaciones de terapias
Si bien muchas de las técnicas y terapias aplicadas han ido permaneciendo desde que las terapias de conducta o de modificación conductual hicieran su aparición, la terapia de conducta no ha dejado de ir evolucionando en pos de mejorar tanto su efectividad como la comprensión de los procesos mentales y conductuales sobre los que trabaja.
Hasta el momento, se puede hablar de un total de tres grandes olas o generaciones de terapias que se han sucedido en el tiempo según predominaba una u otra corriente de pensamiento, superando cada una de ellas muchas de las limitaciones explicativas y metodológicas de los modelos anteriores.
1. Primera ola: Terapias conductistas
La terapia conductual nació en un momento de la historia de la psicología en que el conductismo surgía con fuerza como reacción a las terapias de corte psicoanalítico nacidas con Sigmund Freud. Estas últimas se centraban en constructos hipotéticos no contrastables empíricamente, y consideraban que los trastornos del comportamiento eran la expresión de la mala resolución de conflictos inconscientes relacionadas con la represión de los instintos y necesidades.
Sin embargo, los modelos conductistas se oponían a estas consideraciones, predicando la necesidad de afrontar los trastornos a partir de datos comprobables y contrastables por la experiencia. Los conductistas se centraron en tratar la conducta presente en el momento del problema, preocupándose por las relaciones entre estímulos, las reacciones y las consecuencias de éstos.
La metodología de la primera ola
El comportamiento se entendía como un mediado principalmente por la asociación entre estímulos y las consecuencias de las respuestas dadas a ellos. Las terapias aparecidas en esta época se basan pues en el condicionamiento, trabajándose aspectos como la asociación de estímulos, la habituación o sensibilización a ellos o la extinción de las reacciones a los estímulos. Se provocan cambios de primer orden en la conducta, trabajando sobre el comportamiento directamente observable.
Algunos de los tratamientos pertenecientes a esta primera generación de terapias de conducta que se siguen aplicando son las terapias de exposición, el reforzamiento diferencial de conductas, las técnicas aversivas, el moldeamiento, la desensibilización sistemática o la economía de fichas y el contrato conductual (si bien en la actualidad se aplican acompañadas de tratamientos más cognitivos).
Las propuestas de la primera ola de Terapias de Conducta se utilizaban y se siguen utilizando para el tratamiento de fobias, crear o restablecer patrones conductuales y/o realizar entrenamientos en personas con capacidades reducidas.
El modelo conductista fue durante un gran tiempo el paradigma imperante en el ámbito de la psicología y el tratamiento de determinados trastornos mentales. Sin embargo, su concepción y utilidad son limitados: estos tratamientos solo tienen éxito en circunstancias y contextos concretos en los que pueden manipularse las variables que tienen que ver con la conducta, y tienen poco en cuenta el efecto de variables psicológicas como la cognición o el afecto.
El principal problema del conductismo es que aunque reconoce la existencia de un elemento intermedio entre estímulo y respuesta, debido a la falta de datos empíricos este punto era obviado y considerado una caja negra inexplorable. Por estos motivos, con el tiempo surgió otra corriente que intentó suplir las carencias de este modelo.
2. Segunda ola: Terapias cognitivo-conductuales
La falta de respuesta a múltiples interrogantes sobre los procesos que mediaban entre la percepción y la reacción y la poca efectividad de las terapias puramente conductuales sobre muchos trastornos con una afectación más propia del contenido del pensamiento provocó que numerosos expertos consideraran que el conductismo no era suficiente para explicar y producir un cambio en comportamientos derivados de elementos como convicciones o creencias.
En este punto se empezó a considerar que el principal elemento que origina la conducta no es la asociación entre estímulos sino el pensamiento y el procesamiento que se hace de la información, naciendo las teorías cognitivas y del procesamiento de la información. Es decir, la segunda ola de Terapias de la Conducta.
Desde esta perspectiva se consideraba que los patrones anómalos de conducta son debidos a la existencia de una serie de esquemas, estructuras y procesos de pensamiento distorsionados y disfuncionales, los cuales causan una gran cantidad de sufrimiento a quien los experimenta.
Los impulsores de la segunda ola de terapias no descartan la importancia de la asociación y el condicionamiento, pero consideran que las terapias han de ir dirigidas modificar las creencias y pensamientos disfuncionales o deficitarios. Así, esta corriente de hecho ha incorporando muchas de las técnicas conductuales a su repertorio, si bien dotándolas de una nueva perspectiva y añadiendo componentes cognitivos. De esta combinación surgieron las terapias de tipo cognitivo-conductual.
Poniendo énfasis en los procesos mentales
Dentro de este paradigma se presta gran atención al grado de eficacia del tratamiento, maximizándolo en la medida de lo posible, si bien a costa de dedicar menos esfuerzo a saber por qué funciona.
Esta segunda ola presenta un porcentaje de éxito mucho mayor al resto en una gran cantidad de trastornos, siendo de hecho el paradigma cognitivo-conductual uno de los más predominantes a nivel de psicología clínica en la actualidad. El objetivo es el cambio de las cogniciones o emociones que provocan la conducta desadaptativa, ya sea restringiéndolas o modificándolas. Algunas de las terapias de conducta más conocidas a nivel general son propias de este periodo, como la Terapia Cognitiva de Aaron Beck para la depresión, la terapia de autoinstrucciones o la Terapia Racional Emotiva de Albert Ellis, entre otras.
Sin embargo, a pesar de su éxito clínico este tipo de terapias tiene también algunos problemas. Entre ellos destaca el hecho de que se tiende a intentar erradicar todo lo que genera malestar, sin tener en cuenta que eliminar todo lo negativo puede causar patrones de comportamiento rígido que a su vez pueden ser desadaptativos. De hecho, el intento de control puede acabar incitando efectos contrarios a lo pretendido.
La segunda ola de terapias también tiene la dificultad añadida de que el hecho de haberse centrado tanto en hacer que las terapias sean efectivas descuidando el estudio del porqué provoca que no se conozca bien qué partes del proceso producen exactamente un cambio positivo. Por último, generalizar los resultados de esta terapia al contexto habitual de la vida del paciente y mantenerlos resulta complicado, y problemas como las recaídas aparecen con cierta frecuencia
Estos problemas han provocado el relativamente reciente nacimiento de nuevas terapias que intentan dar cuenta desde una perspectiva renovada; se trata de la tercera ola de Terapias de Conducta.
Tercera ola: Terapias de tercera generación
Esta es la más reciente oleada de terapias de modificación de conducta. Se consideran pertenecientes a estas terapias de tercera generación aquellas elaboradas bajo la perspectiva de la necesidad de establecer una aproximación más contextualizada y holística de la persona, teniendo en cuenta no solo los síntomas y problemas del sujeto sino la mejora de la situación vital y la vinculación con el medio, así como la generación de un cambio real y permanente en el individuo que permita la superación definitiva del malestar.
Este tipo de Terapias de Conducta considera que los problemas psicológicos son debidos en buena parte al contexto sociocultural y comunicacional del individuo, y al hecho de que un comportamiento dado sea considerado normal o aberrante. Más que en la lucha contra la sintomatología la terapia debe centrarse en reorientar y refocalizar la atención del individuo hacia metas y valores para él importantes, mejorándose el ajuste psicosocial de la persona.
Una perspectiva terapéutica centrada en el contexto
Desde las terapias de tercera generación se busca un cambio a nivel profundo, entrando más en el núcleo de la persona y menos en la situación concreta del problema, lo cual ayuda a que los cambios producidos sean más permanentes y significativos. La tercera ola se centra también en proporcionar una mejor comprensión y legitimación de los síntomas. Asimismo, el objetivo deja de ser evitar el malestar o los pensamientos negativos a toda costa para pasar a ayudar al sujeto a ser capaz de variar el tipo de relación y visión que tiene de él mismo y del problema.
Otro elemento a remarcar es las importancia dada a la relación terapeuta-paciente, que se considera que puede por sí misma producir cambios en la situación del sujeto. A través de la comunicación entre ambos se busca hacer que la funcionalidad de la conducta del paciente o cliente cambie, produciendo cambios a nivel profundo.
Dentro de esta tercera ola encontramos terapias como la psicoterapia analítico-funcional, la terapia conductual dialéctica o la Terapia de Aceptación y Compromiso. También el Mindfulness resulta muy relevante dentro de esta ola de terapias, aunque no como tipo de terapia en sí mismo sino como herramienta.
Referencias bibliográficas:
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