El Efecto Pigmalión es el fenómeno mediante el cual las expectativas y creencias de los adultos hacia sus hijos tienden a confirmarse con el transcurso del tiempo.
El Efecto Pigmalión en niños
Recibe ese nombre en referencia a Pigmalión, un antiguo rey de Chipre, que se enamoró de una estatua femenina que él mismo había creado e imploró a Afrodita que otorgase vida a la estatua. Finalmente Afrodita accedió a las pretensiones de Pigmalión, materializando su deseo. Pigmalión contrajo matrimonio con Galatea, que así se llamaba la mujer nacida de esa estatua original, y tuvo una hija llamada Pafo.
Metafóricamente, el Efecto Pigmalión describe el modo en que los padres, docentes y personas con vínculos afectivos pueden transferir o influir en el estilo de vida del niño, mutando sus capacidades, gustos y conductas. Esta clase de expectativas que se depositan en el niño se le transmiten mediante el lenguaje verbal y no verbal, y expresan tanto lo que anhelamos como lo que rechazamos.
El lenguaje puede transmitir inseguridad al niño
Una buena cantidad de los mensajes que transmitimos son subrepticios, y operan tanto en el campo gestual como en la connotación de lo que expresamos. Por tanto, difieren del mensaje verbal que se transmite, y el niño es capaz de captar ese sentimiento de trasfondo más allá del mensaje estrictamente verbal. Sin ir más lejos, muchos mensajes que se les manda a los niños pueden ser del tipo: “Compórtate como un hombre”, “Sé más inteligente”, “No puedes hacer esto”.
Sin embargo, lo que se transmite es el anhelo o el temor expresado en la forma imperativa del lenguaje; el niño aprehende cuál debe ser su rol o su comportamiento (y más importante: cómo no debe ser). Así, el verdadero mensaje que capta el niño reza: “No eres suficientemente hombre, demuéstralo”, “Eres tonto”, “Vas a fracasar”. Por consiguiente, resulta decisivo intentar describir de forma más precisa lo que sentimos, e intentar asegurarse de los sentimientos propios antes de expresarlos.
En resumen, las familias suelen depositar una serie de creencias inconscientes (buenas o malas, constructivas o limitantes) respecto al futuro de cada uno de sus retoños. El producto tangible de este agregado de creencias y anhelos es lo que se conoce como el Efecto Pigmalión.
Investigaciones sobre el Efecto Pigmalión
Uno de los estudios sobre los que se sostiene la teoría del Efecto Pigmalión fue realizado en los Estados Unidos. Se trabajó con dos grupos de estudiantes, uno de los cuales estaba formado por alumnos de inteligencia superior y buenas calificaciones académicas, mientras que el otro lo integraban alumnos con notas por debajo del promedio. El maestro durante la experimentación no conocía el verdadero origen de los alumnos ni el criterio con que se había separado los estudiantes en dos grupos.
En cambio, se le dio al maestro una información invertida acerca del desenvolvimiento intelectual y académico de los estudiantes.
A los maestros se les informó que el primer grupo (que era el integrado por los alumnos aplicados) estaba formado por los peores estudiantes del estado. En cuanto al segundo grupo (el constituido por estudiantes mediocres), a los maestros se les dijo que estaba formado por alumnos con un nivel intelectual superior, y que obtenían excelentes calificaciones.
Después de un tiempo dando clases, fue reportado que el grupo de los chicos intelectualmente brillantes sufrió un bajón ostensible en las calificaciones, mientras que aquellos que tenían un nivel académico deficiente, incrementaron significativamente la calidad de sus notas. Por tanto, la conclusión es clara: la creencia del maestro influyó sobre su interacción y sobre los logros en los objetivos académicos por parte de los estudiantes. Así, la creencia sobre la capacidad de los alumnos desembocó en una suerte de “profecía autocumplida”.
En ocasiones los adultos son conscientes de estas expectativas y anhelos depositados en los niños, por ejemplo pueden ser conscientes de que han tenido un hijo para no sentirse solos durante la vejez, para poder solidificar los lazos matrimoniales, para dotar de sentido la vida, para sustituir alguien que falleció, para heredar un negocio, etc. Sean o no más conscientes de estas razones, lo cierto es que desarrollan todo un conjunto de estrategias encaminadas a maximizar las posibilidades de que esos anhelos se cumplan, ya desde el nombre que se le pone al bebé, hasta las más inusitadas fantasías acerca de sus capacidades, su físico o su futura vocación.
La creencia como elemento protector
Las creencias son tan poderosas que puedan llegar a invertir el futuro de una persona, que por ejemplo tenga una tendencia hacia un carácter complicado y arisco, tan solo por la influencia de la reiteración de mensajes inconscientes que ha ido oyendo e interiorizando durante su niñez, y que marca el camino sobre cómo debe terminar su historia o, en este caso, un rasgo de personalidad en concreto. De este modo se han podido forjar personalidades y biografías que, lejos del mecanicismo esencialista, han ido consolidando su manera de ser y sus metas de la mano de unas creencias vertidas sobre ellos.
En este sentido, es importante señalar que esta influencia del entorno familiar es capaz de proteger al infante en contextos sociales vulnerables, pues desde esta visión, la confianza logra resguardar al niño en una red de optimismo sobre sus capacidades y su futuro, actuando como vacuna del virus de la desdicha.
Estas buenas intenciones nacidas del amor ciertamente poseen la capacidad de construir realidades, como reflejó la inolvidable película “La Vida es Bella”, de Roberto Benigni. En el film aprendimos cómo es posible fundar una realidad alternativa, cuando el padre moduló la visión de los acontecimientos en su hijo, transformando la terrible experiencia de vivir la guerra y los campos de concentración del III Reich en un evento lleno de retos, desafíos y juegos, con personajes que hacían el papel de villanos, contribuyendo decisivamente a salvar la vida carnal, pero sobre todo sus ganas de vivir y de poder afrontar la barbarie con entereza.
Cómo evitar los efectos nocivos asociados al Efecto Pigmalión
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Tratarse mediante algún proceso de autoexploración (psicoterapia o técnicas de desarrollo) que permita acceder a las expectativas profundas, quizá inconscientes, sobre tu(s) hijo(s), así como a tu percepción de la realidad y del futuro.
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Liberar los pensamientos enfocados a las expectativas, usando un método o disciplina eficaz.
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Volver a formular algunas formas en que miras a tus hijos y cambiar el modo en que te expresas con cada uno de ellos, la proximidad física, reconocer las cualidades y habilidades genuinas, eliminando las imágenes fantasiosas sobre lo que querríamos que fueran o que hicieran. En definitiva, intentar respetar que el niño elija con la máxima libertad posible sus sueños y aspiraciones.
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Acompañar al niño en su proceso evolutivo natural mediante sistemas expresivos, tales como el arte o la música, que puedan visibilizar reformulaciones, modificaciones perceptuales, desarrollando así el hábito de la auto-observación.
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Los métodos basados en la terapia familiar pueden ser efectivos a la hora de analizar, predecir e intervenir en el papel prefijado por la familia ante el nacimiento de un hijo, los condicionamientos limitantes y por consiguiente indicar el camino donde se desarrollará el retoño. Gracias a esta metodología, podemos asumir los cambios y modificar el destino del niño.
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Como padres, debemos aprender estrategias para que nuestro hijo crezca con una autoestima saludable.
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