Todo buen padre y madre quiere a sus hijos pero, a veces, los más pequeños de la casa no saben controlarse, se portan mal y pueden hacer que más de algún disgusto.
Es por ello que, para garantizar una buena dinámica en el hogar y la felicidad de todos los miembros de la familiar, es necesario marcar unos límites claros a los niños. La forma en que debe hacerse debe ser sana y sin que sientan que se les está privando de explorar el mundo y poner a prueba sus capacidades y curiosidad, rasgos muy propios de toda infancia saludable.
Por eso en este artículo, a modo de guía para todo padre desesperado intentando saber cómo poner límites a los niños, vamos a hacer un recopilatorio de algunos consejos y estrategias eficaces para hacer que los niños aprendan qué pueden y qué no pueden hacer.
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¿Cómo poner límites a los niños?
En las últimas décadas ha ido habiendo una mayor sensibilidad hacia la infancia y se ha tomado una visión contraria al maltrato y el abuso físico y emocional hacia los niños. Sin embargo, como efecto colateral a esto, cada vez son más padres que, en un intento por agradar a sus hijos, han acabado teniendo unos niños malcriados que no respetan a sus mayores.
Es por esto tan importante saber cómo poner límites a los niños y evitar situaciones que, al crecer, les convertirá en adultos poco ajustados tanto social como laboralmente. A continuación veremos cómo hacerlo.
1. Límites proporcionados y justos
El niño debe percibir el límite como algo justo y, para ello, realmente debe tratarse de un límite adecuado, no el resultado de una imposición a gusto del adulto quien lo pone.
Cuando se ponen límites el objetivo está en hacer comprender al niño qué está bien que haga y qué no, y por qué existe ese límite.
Así pues, no se debe tratar de humillar al niño y hacerle ver que no puede hacer una acción en concreto porque el adulto lo manda y a callar.
Los límites desproporcionados contribuyen a que el niño se frustre, además de que puede afectar a la larga a su personalidad, teniendo miedo de atreverse a hacer cosas por temor a ser injustamente castigado.
2. Amabilidad no es lo mismo que permisividad
Los padres deben ser amables, evitar que el mal día que hayan podido tener en el trabajo o a causa de una rabieta de sus hijos les haga sacar toda una serie de malas emociones que, por supuesto, repercutirán negativamente en el niño. Pero esto no quiere decir que se deba tolerar cualquier acción del niño, evitando que se sienta triste o enfadado en algún momento.
Permitir que cualquier travesura del niño siga adelante, sin que los padres se atrevan a regañarle, claramente significa hacer que el infante no tenga unos límites marcados y se crea en el derecho de hacer lo que le venga en gana.
3. Hacer que el niño reflexione sobre lo que ha hecho
La típica situación en casa: el niño rompe un jarrón y los padres se enfadan mucho, castigándole sin poder jugar con la consola. Es lógico pensar que mediante un refuerzo negativo el niño dejará de hacer lo que ha hecho; sin embargo, ¿será consciente de que lo que ha hecho está mal?
Si el niño hace algo e inmediatamente los padres contestan con enfados y castigos, realmente se está omitiendo un paso muy importante en la educación y el aprendizaje: la reflexión.
Cuando el niño haga algo mal es necesario sentarse un momento con él y, con calma, explicarle por qué lo que ha hecho no está bien. El castigo viene después de darle una explicación clara y concisa de por qué no debe volver a hacer lo que ha hecho.
4. Hacer que ayude a solucionar lo que ha hecho mal
El aprendizaje no únicamente consiste en aprender en cómo se tienen que hacer las cosas, sino también ver los propios errores y aprender a cómo remediarlos.
Es por ello que hacer que el niño contribuya a buscar una solución al daño que haya podido hacer se convierte en una gran oportunidad educativa, haciéndole ver el esfuerzo que implica tener que arreglar una acción mala que ha hecho.
Por ejemplo, si ha roto un jarrón se le puede hacer pensar cómo puede arreglar lo que ha hecho, y una vez haya llegado a la conclusión de que deberá recomponer el jarrón, que sea él mismo o con la ayuda de un adulto quien se ponga manos a la obra.
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5. Desaprobar la conducta, no al niño
Un error que muchos padres cometen a la hora de poner límites es el de ser demasiado estrictos, tanto que pueden equivocarse y en vez de castigar lo malo que ha hecho el niño castigar una parte de su personalidad.
Es bastante común que se riña al niño por cómo es en vez de por lo que ha hecho, y eso, claro está, va a perjudicarle a la larga, dado que se puede castigar rasgos tan interesantes como son la curiosidad o la asertividad.
Si el niño ha salido a la calle sin permiso para quedar con un amigo, no se debe castigarle prohibiéndole salir más. Se le debe castigar por otras vías, pero no prohibiéndole socializar o tener contacto con el mundo exterior.
A la hora de aplicar el castigo, se debe explicar qué acción está siendo castigada, y evitar que el niño piense que se le está castigando porque se le tiene manía.
6. Ser firmes
Muchas veces, los padres, ante el hijo revoltoso, deciden ponerse firmes de una vez por todas y aplicar el castigo pero, cuando el niño empieza a hacer pucheros o poner ojitos de cordero degollado, se ablandan y se dicen a sí mismos que por una vez lo van a dejar pasar.
Esto es un error. Hay que ser firmes y dejar que el castigo llegue hasta el final. Así el niño no verá a sus padres como unos adultos fácilmente manipulables que los tiene comiendo de su mano y que, por lo tanto, puede hacer lo que le dé la gana.
Pero no únicamente se debe ser firme con los castigos, sino también a la hora de aplicar una rutina en el niño. Por ejemplo, no se puede permitir que un día se vaya a la cama a las 9, otro a las 10 y otro a las 11.
7. Proponer alternativas
Es muy posible que a la hora de establecer un límite, el niño lo vea como algo muy autoritario y que no le invita a dar su opinión ni su visión sobre la nueva norma a cumplir, percibiendo al adulto como si de un dictador se tratara.
Es por eso que, para evitar que se vea el límite como algo demasiado estático y fijo, una buena opción es proponer alternativas en forma de una serie de comportamientos aceptables.
Así, el niño verá que realmente dispone de un amplio repertorio de posibilidades y que, realmente, no se le está privando de la libertad que pudiera pensar en un principio.
8. Acentuar lo positivo
Las órdenes se pueden percibir como algo deseable de hacer si son percibidas en términos positivos.
Con esto se quiere decir que si el adulto cambia su lenguaje por uno más positivo, además de poner en relieve las cosas que está haciendo bien el niño, es más probable que se motive e intente hacer las cosas con más empeño y de forma cuidadosa.
Por ejemplo, en vez de decir al niño cuando está hablando con un tono fuerte ‘no grites’, es mejor reformular esta frase en términos menos negativos, como ‘por favor, habla un poco más bajo’. No suena como una orden tan impositiva.
9. Controlar las emociones
Puede que este consejo parezca el más obvio de todos y el que ‘todos’ los padres asumen que siguen a la hora de aplicar límites y castigos a sus hijos. Seamos sinceros, ¿quién no ha perdido los estribos en más de una ocasión?
Cuando se está de mal humor, ya sea enfadado, cansado o triste, es más probable que se sea desproporcionado a la hora de aplicar un castigo hacia la travesura del pequeño de la casa o no se sea del todo objetivo a la hora de decidir un límite o nueva norma a seguir.
Es por ello que, y aunque sea difícil, antes de decir o hacer algo que no va a beneficiar a nuestra progenie, respiremos, intentemos calmar la mente y, si no podemos, le pidamos a otro adulto que se encargue del niño o hable con él.
Es mucho más responsable saber en qué momento no se está capacitado para educar a nuestros hijos que tratar de hacerlo totalmente fuera de nuestros cabales.
10. Gestionar las rabietas
Todos los niños tienen rabietas. Surgen con la intención de llamar la atención de los adultos y hacer que les den lo que quieren. Es posible que el reclamo del niño sea legítimo, pero la forma en que lo hace no es la adecuada.
La mejor manera de hacerle ver que de esta forma no se piden las cosas es no darle lo que está buscando en ese momento, que es ser el centro de atención. Si el niño ve que el adulto no le presta atención, tarde o temprano se cansará de hacer lo que está haciendo porque, seamos francos, gritar, llorar y pegar patadas es una actividad muy cansada y el infante no tiene energía ilimitada.
Pero, ojo, esto se debe hacer con cierto cuidado, dado que si el niño empieza a romper cosas o molestar a otras personas podemos meternos en serios problemas. En ese caso, hay que intervenir, parándole y, además, castigándole sin lo que nos estaba pidiendo.
En resumidas cuentas, si la pataleta es inocua se le debe ignorar y esperar a que se calme, en caso de que haga daño a otros, se le debe parar y dejar claro que lo que nos estaba reclamando ahora ya no lo va a tener por su propia culpa.
Referencias bibliográficas:
- Palacios, J.; Marchesi, A. y Coll, C. (Comps.) (1999). Desarrollo Psicológico y Educación, Vol. 1: Psicología Evolutiva. Madrid: Alianza Editorial.
- Shaffer, D. R. y Kipp, K. (2007). Psicología del desarrollo. Infancia y adolescencia (7ª. Ed.). México: Thompson.
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