En muchas familias, ya sea de forma consciente o inconsciente, se deposita en el hijo mayor la responsabilidad de ser un modelo a seguir para el o los pequeños de la casa. Los padres suelen dar por supuesto que el primogénito debe dar ejemplo, guiar, corregir e incluso educar y cuidar al pequeño, sin tener en cuenta que este reparto de roles entre hermanos puede conllevar consecuencias psicológicas muy negativas, tanto para el mayor como para los pequeños. ¿Entonces, cómo debería ser una relación saludable entre hermanos y qué roles y responsabilidades pertenecen a cada uno?
David Moleiro, psiquiatra y psicólogo clínico, asegura a Psicología y Mente que: “Las exigencias que algunos padres imponen al hermano mayor pueden llegar a ser devastadoras, ya que en la mayoría de casos el niño se siente responsable de todo lo que les sucede a sus hermanos pequeños”. Y añade: “Esta carga emocional complica que este actúe como lo que es: hijo y hermano”.
Es normal que los padres se centren en educar a sus hijos mayores en la responsabilidad y que quieran implicarles en el cuidado y la evolución de los pequeños de la casa, pero siempre deben tener presente su edad, su momento vital y su rol, que nunca deberá ser el de educar o hacerse cargo de sus hermanos menores, porque no es lo que les corresponde. No hay que olvidar que “los padres son los encargados de educar a todos sus hijos, independientemente de su edad, condición y forma de pensar”, asegura el experto.
El peso emocional de tener que dar ejemplo
Cuando al hermano mayor se le repite constantemente que debe dar ejemplo, lo que en realidad se le está transmitiendo es que, de alguna manera, lo que hagan sus hermanos pequeños será su responsabilidad, ahora y siempre. Y por ello, “sentirá que tiene que aprender a controlar sus emociones y a modular sus conductas más allá de lo que corresponde a su edad”, explica Moleiro.
Como consecuencia, esta presión puede llegar a generar cuadros de ansiedad, pérdida de la espontaneidad por miedo a “dar mal ejemplo” o asumir un rol de adulto. En algunos casos también pueden darse “resentimientos” hacia los padres y hermanos, al percibir que se le exige más que al resto, comenta el psicólogo.
Impacto emocional en los pequeños
Los hermanos menores tampoco salen beneficiados de esta dinámica, ya que pueden sentir cierto sentimiento de abandono por parte de sus padres y, al mismo tiempo, la presión de que deben seguir siempre el ejemplo del hermano mayor. En este caso, también hay consecuencias, asegura Moleiro.
Pueden darse casos de falta de autonomía o dependencia excesiva e imitación del mayor para la toma de decisiones, en vez de desarrollar criterio propio. Las comparaciones constantes, indica el experto, pueden hacer sentir al pequeño que vive inmerso en una comparación permanente, hecho que puede impactar directamente sobre su autoestima. También se genera una confusión de roles porque se ve al hermano como una figura de autoridad más que como un compañero de juegos y vivencias.
Junto a todo lo anterior, la psicopedagoga María José Roldán asegura a Psicología y Mente que todavía existe otro efecto colateral de asignar este rol: la aparición de rivalidad y resentimiento entre hermanos. El mayor puede sentir que el resto de hermanos reciben más atención y permisividad, mientras él carga con ciertas obligaciones que, a priori, no le pertenecen. Por su parte, los pequeños pueden sentir frustración por el hecho de estar siempre bajo la sombra y el control del hermano mayor y considerar que no están a su altura. Este desequilibrio alimenta comparaciones y conflictos que deterioran la relación entre hermanos.
La responsabilidad de los padres
Roldán coincide en que pedir ayuda al hijo mayor de manera puntual es algo “natural y positivo”, pero convertirlo en una obligación supone una carga excesiva. “Deben ser los padres quienes lideren, corrijan o interpelen en las ideas de sus hijos, no los hermanos”, asegura la experta.
La educación —ya sea académica, de hábitos o de conducta— corresponde a los padres y no a los hijos, continúa Roldán. Tal como menciona Moleiro, esta experta asegura que cargar al primogénito con esta tarea puede interferir en su propio desarrollo y rendimiento escolar, en su bienestar y autoestima, y, además, generar tensiones en el ámbito familiar que influyen en la relación con el menor.
Roldán añade que es habitual que los hermanos pequeños imiten al mayor, especialmente si hay una gran diferencia de edad entre ellos, puesto que lo suelen ver como el mejor ejemplo a seguir. Sin embargo, el hecho de que el mayor sienta —directa o indirectamente— que es un modelo de conducta “al que hay que imitar” implica que el pequeño le crea, acepte que quizás se equivoca y rechace que también es un niño en proceso de aprendizaje, porque siente que ya “ha vivido esta experiencia”.
Por todo ello, hay que tener presente que la relación entre hermanos debe construirse sobre la complicidad, el respeto y la libertad. De lo contrario, esta carga no solo le roba parte de su infancia al mayor, sino que también impide que el pequeño desarrolle autonomía y autoestima. El mejor ejemplo que los padres pueden dar es acompañarlos a descubrir que ser hermanos significa crecer juntos, aprender los unos de los otros, equivocarse y reconciliarse, sin presiones ni comparaciones.
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