¿Cómo era el cristianismo primitivo?

Desmentimos algunos de los mitos sobre los primeros cristianos.

Cómo era el cristianismo primitivo

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Actualmente, según las estadísticas del Pew Research Center, el cristianismo es la primera religión del mundo (28,8% del total) seguida de muy de cerca por el Islam (25,6%). Durante sus 2.000 años de historia, la fe cristiana ha sufrido altibajos y múltiples vicisitudes, relacionadas con el contexto histórico y los cambios culturales y sociales.

En general, conocemos bastante bien qué fue del cristianismo cuando ya estaba consolidado, es decir, una vez estaba ya cohesionado con el poder y tenía sus propias infraestructuras y jerarquías. Pero ¿qué pasaba con el cristianismo primitivo? ¿Cómo vivían los cristianos durante los primeros siglos de la existencia de su fe? ¿Cómo se expandió un credo que era esencialmente judío a los ciudadanos paganos de la antigua Roma? ¿Es cierto que estos primeros cristianos se ocultaban en las famosas catacumbas para escapar de la persecución?

En este artículo realizamos un breve recorrido por la fe cristiana en sus inicios y desmentimos algunos de los mitos más extendidos sobre los primeros cristianos.

El cristianismo primitivo: una rama de la religión judía

Aunque ahora se consideren religiones independientes, en sus inicios el cristianismo estaba irremediablemente vinculado con la religión judía. No podía ser de otra manera: Jesús había sido judío y, por lo tanto, sus primeros seguidores eran judíos practicantes, que estaban circuncidados y seguían los ritos de purificación relacionados con el judaísmo.

La primera pregunta que nos puede venir a la mente es: ¿existió Jesús de Nazaret como personaje histórico, al margen de la fe? Hoy en día, a pesar de que las pruebas históricas contemporáneas son nulas (toda la documentación al respecto se escribió muchos años después de su muerte), la mayoría de historiadores están de acuerdo en que el personaje bíblico está basado en un personaje real, que vivió en la Judea del siglo I y que, probablemente, lideró un movimiento mesiánico antirromano.

Este tipo de movimientos eran comunes en la época. Es el caso, por ejemplo, de los zelotes, una secta judía de corte violento que instigaba a los judíos a movilizarse contra los romanos. Así pues, el Yoshua histórico podría haber sido uno de los muchísimos alborotadores anti-romanos que levantaron a las gentes a principios de nuestra era.

Hay que recordar que los judíos creían en la llegada de un Mesías, el elegido de Dios para liberar a su pueblo del yugo romano y conducirles a un nuevo reino. Es muy probable que el Jesús histórico se considerara a sí mismo el Mesías, o bien que sus seguidores lo consideraran como tal después de su muerte. En todo caso, este concepto de Mesías, vinculado esencialmente con la fe judaica, se transformó con la expansión del cristianismo (especialmente, de la mano de Pablo de Tarso): Jesús ya no se contemplaba como el elegido de Dios para salvar a los judíos, sino como el Cristo (del griego Χριστός, ‘ungido’) que iba a salvar al mundo. El cristianismo se convertía, pues, en una religión universal.

Las comunidades judío-helénicas

Algunos años después de la muerte de Jesús encontramos en diversas ciudades helenizadas de Oriente (como Tarso o Antioquía) algunas comunidades judías que habían realizado una diáspora desde Jerusalén. Estas comunidades proto-cristianas llevaron el mensaje al mundo heleno, muy permeable a la idea de que Dios se había hecho hombre a través de una virgen.

No en vano, si examinamos la mitología griega, encontramos numerosos casos de mujeres que son fecundadas por dioses. A todo esto hay que añadir que en el mundo griego existían una serie de ritos mistéricos (como, por ejemplo, el culto a Démeter o el de Dionisos) que ponían el acento en el curso iniciático del aspirante, y que, igual que el cristianismo, prometían una salvación en la otra vida.

Por otro lado, en el muy extendido culto al dios Mitra (proveniente de Persia) se exaltaba la figura de un dios que venía acompañado de luz y aseguraba el triunfo de la vida sobre la muerte. De hecho, su celebración se realizaba el 25 de diciembre, el Día del Sol Invicto, festividad de la que más tarde se apropió el cristianismo, asimilándola con la Natividad de Cristo. El objetivo: permeabilizar los restos que todavía quedaban del culto pagano en el imperio. En resumen, la expansión del primitivo cristianismo, de la mano de las comunidades judías de Oriente, no es sorprendente: la cultura helénica estaba perfectamente abonada para que esta nueva fe proveniente de Judea diera sus debidos frutos.

Pablo de Tarso, el gran artífice del cristianismo

La figura de Pablo de Tarso es tan importante en la evolución del cristianismo tal y como lo conocemos hoy en día que muchos historiadores lo consideran el creador verdadero de la fe cristiana. Porque, si bien la nueva religión se basaba en ese Jesús crucificado por los romanos, fue Pablo quien adaptó la doctrina para que los gentiles (es decir, los no judíos) pudieran entenderla y hacerla suya. No por casualidad al cristianismo se le ha denominado en alguna ocasión ‘paulismo’.

Como judíos que eran, estos primeros seguidores de Jesús que se habían establecido en las ciudades helenas de Oriente seguían a rajatabla los preceptos judaicos, como la circuncisión o la restricción de ciertos alimentos. Estos preceptos tan estrictos chocaban estrepitosamente con la población no judía y, en muchas ocasiones, hacía que esta no se decidiera a ingresar en la comunidad cristiana.

Pablo de Tarso y sus seguidores supieron ganarse a los gentiles permitiendo que entraran en el cristianismo sin necesidad de seguir estas prácticas. Todo ello se concretó en el llamado Concilio Apostólico, celebrado en Jerusalén en el año 49 d.C.

De este modo, el cristianismo se convirtió en una religión universal, abierta a todos. Una característica que, por cierto, debió ser enormemente atractiva, especialmente si consideramos que la salvación y la vida eterna ya no estaban supeditadas al linaje o a la casta y que, además, no estaban ya reservadas para unos pocos escogidos (como sí sucedía con el mitraísmo y las otras religiones mistéricas).

Sin embargo, Pablo y los suyos no prescindieron de ciertos requisitos indispensables para ser cristiano que provenían del judaísmo. En especial, suspender cualquier indicio de idolatría o el consumo de carne sangrante. Además, durante estos primeros siglos, el aspirante debía pasar tres años estudiando la doctrina cristiana, guiado por preceptores cristianos. Durante este periodo, los iniciados recibían el nombre de catecúmenos y, en las iglesias, debían seguir los ritos apartados de los cristianos bautizados.

Una vez el iniciado realizaba el aprendizaje, tenía lugar su bautismo en la fe, para el cual el catecúmeno se desnudaba por completo (como símbolo del acceso a una nueva vida, un nuevo ‘parto’) y se sumergía en una piscina. Estos primeros bautizos (al menos, hasta el siglo IV) se realizaban a personas adultas, debidamente instruidas en la fe. La costumbre de bautizar a los recién nacidos debió surgir ante la alarmante mortalidad infantil y como consecuencia del miedo a que un infante muriera sin estar en el seno de la comunidad.

Algunos mitos relacionados con el cristianismo primitivo

Las primeras comunidades cristianas no tenían ningún sacramento más que el bautismo, idea que, por cierto, recuperaron más tarde los reformistas luteranos. La Eucaristía como tal también tardó en aparecer; si bien al principio las comunidades cristianas se reunían en ágapes durante las celebraciones y la liturgia, no tenemos constancia de que el misterio eucarístico (el concepto de la transubstanciación, es decir, la conversión del pan en el cuerpo de Cristo, así como del vino en su sangre) tuviera lugar en fechas tan tempranas.

Es necesario desterrar uno de los grandes mitos del cristianismo primitivo, que no es otro que los cristianos se reunían en las catacumbas para huir de las persecuciones. Ni esto es cierto, ni las persecuciones romanas fueron tantas ni tan atroces como nos las ha vendido la leyenda. Más bien se trató de episodios esporádicos; solo la de Diocleciano (precisamente llamada la ‘Gran Persecución’), acaecida entre 303 y 313, fue verdaderamente sangrienta.

Quizá la más conocida de estas persecuciones es la que llevó a cabo el emperador Nerón en el 64 d.C., justo después del famoso incendio de Roma, del que, según el mito, acusó a los cristianos. En verdad, no existe prueba alguna de que Nerón tuviera algo que ver en el suceso (se encontraba lejos de la ciudad en aquel momento), ni tampoco de que esta persecución, que hizo famosa la novela Quo Vadis del escritor polaco Henryk Sienkewicz, fuera realmente tan atroz. Es absurdo, pues, considerar las catacumbas como lugares de refugio.

Si bien en alguna ocasión de crudeza especial pudieron servir para este fin, su principal objetivo era sepultar a los cristianos cuando estos empezaron a enterrarse separados de sus compañeros paganos. Por otro lado, sí se tiene constancia de que en las catacumbas se realizaba la liturgia o algún tipo de celebración, en especial ante la tumba de algún mártir o santo especial. Pero estas construcciones subterráneas no constituían, de ningún modo, un lugar exclusivo de escondite. De hecho, la mayoría de celebraciones se llevaban a cabo en las domus de los patricios cristianos, antes de que la iglesia (del griego ecclesia, asamblea) se convirtiera en el edificio litúrgico por excelencia.

“ Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador”

Sí que es cierto que estas primeras comunidades cristianas debían ser cautelosas, porque Roma no veía con buenos ojos la proliferación de una fe que, entre otras cosas, negaba la divinidad del emperador. La cultura romana no tenía ningún problema en aceptar dioses extranjeros, siempre y cuando se respetara al estado y, por tanto, el origen divino de su gobernante. Cosa que, por supuesto, los cristianos no hacían.

Así pues, para poder expresar su mensaje, los cristianos primitivos tuvieron que echar mano de símbolos. Los dos más importantes, cuyo origen data de estos primeros siglos, son el pez y el crismón. La palabra griega para pez, ἰχθύς (Ichthys), estaba formada por las iniciales de estas palabras: Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ (‘Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador’). El crismón se componía con las letras Χ y P, iniciales del nombre de Cristo (ungido en griego). Estas letras se colocaban dentro de un círculo y se completaron con el alfa y la omega (Α- Ω), el principio y el fin que representa Cristo.

Otro símbolo frecuente en los frescos de las catacumbas es el pavo real, que simboliza la resurrección, que en muchas ocasiones aparece picoteando granos de uva, una alusión directa a la vida eterna a través de la Eucaristía. Por otro lado, encontramos también al Buen Pastor, una figura joven e imberbe que lleva sobre sus hombros un cordero. Esta última iconografía hace referencia a Jesús como el pastor de almas, así como al Agnus Dei, el Cordero de Dios, una alusión al sacrificio de Cristo. La iconografía tiene antecedentes paganos en el Moscóforo, un joven que lleva un becerro para su sacrificio.

Una religión abierta y comunitaria

Parece ser que el cristianismo primitivo fue una religión eminentemente abierta y de carácter comunitario. Cada ciudad tenía su comunidad, y no existía un poder centralizado que unificara, ni siquiera teológicamente, a todos los cristianos de Europa, Asia y África. Eso sí, todas estas comunidades se comunicaban mediante cartas, en las que los obispos se hacían preguntas doctrinales unos a otros e intercambiaban información.

Este primer cristianismo fue un fenómeno exclusivamente urbano, precisamente porque provenía de las grandes ciudades de Oriente. En el mundo rural prevalecieron las antiguas creencias romanas; no en vano, estos primeros seguidores de Cristo llamaban a los no cristianos paganos, que etimológicamente quiere decir ‘del campo’ (del latín paganus).

Esta carencia de jerarquía y de un poder centralizado que dirigiera la nueva fe dio como resultado la proliferación de ‘muchos cristianismos’. Y es que, en estos primeros siglos de su historia, la fe cristiana no tenía unos fundamentos fijos; estos dependían de la comunidad y de los dirigentes que la guiaran.

Así, por ejemplo, surgió el cristianismo gnóstico, una rama del cristianismo primitivo que sostenía que Cristo no tenía ninguna naturaleza humana, aunque así lo pareciera a ojos de los mortales. No podía tenerla, ya que, para estas comunidades, la materia era sustancialmente mala, y solo el espíritu era bueno. Por otro lado, los arrianos, que surgieron más tarde, sostenían que Cristo no era consustancial al Padre, sino que había sido creado por él.

A raíz de estas estas disidencias teológicas, hacia el siglo II surgió el concepto de herejía, que tan importante sería para el cristianismo posterior. Era herejía todo lo que salía de la ortodoxia, es decir, de la fe ‘única y verdadera’. El problema era: ¿cuál era esta fe?

A lo largo de los primeros siglos del cristianismo se fueron sucediendo los concilios que pretendían unificar la doctrina cristiana y, por tanto, determinar qué era definitivamente herejía y qué no. El Concilio de Nicea, celebrado en 325, fue determinante en este sentido: convocado por el emperador Constantino, promulgó el llamado credo niceno que, con algunas ligeras diferencias, sigue en vigor hoy en día en la Iglesia Católica.

Conclusiones

El primer cristianismo era una rama de la religión judía. No podía ser de otra manera, ya que los primeros seguidores de Jesús de Nazaret eran judíos. Sin embargo, no faltaron los conflictos entre los judíos ortodoxos y estos disidentes, conflictos que causaron una diáspora de comunidades hacia las ciudades helénicas de Oriente y, posteriormente, hacia las urbes del núcleo del imperio romano, verdadero caldo de cultivo de la futura religión.

Porque, a pesar de haber nacido en Judea, el cristianismo es una religión romano-helena. Principalmente, porque uno de sus principales artífices, Pablo de Tarso, era judío de cultura helena. Fue él quien configuró el cristianismo que conocemos hoy en día, y también quién lo expandió entre los gentiles (es decir, los no judíos), permitiendo que estos entraran en la comunidad sin seguir algunos de los ritos esenciales de los judíos (como la circuncisión o la restricción de ciertos alimentos).

De esta forma, el cristianismo pasó de ser una religión local y estrictamente vinculada a un pueblo a ser una fe universal. Probablemente, esta es una de las causas de que resultara tan atractiva. Sin embargo, y a pesar de que en numerosas ocasiones se ha hablado de que el cristianismo se difundió rápidamente, lo cierto es que durante el primer siglo su extensión fue lenta, aunque progresiva.

Estos primeros cristianos tenían su propia ecclesia en su ciudad de origen. Todas estas comunidades mantenían contacto entre sí, pero no poseían una figura central que les guiara (el Papa como eje vertebrador del cristianismo se configuró más tarde). Por ello, proliferaron diferentes visiones de la fe, que finalmente se homogeneizaron en el Concilio de Nicea (325 d.C), verdadero puntal de la fe católica.

Existen muchos mitos acerca del cristianismo primitivo. Uno de ellos es que los cristianos de los primeros siglos de nuestra era se ocultaban en las catacumbas para sobrevivir a las persecuciones romanas. Falso. Si bien es cierto que, en momentos de mayor hostilidad, estas construcciones subterráneas ofrecían un lugar seguro, su principal objetivo era, simplemente, enterrar a los fallecidos y realizar liturgias ante la tumba de un santo concreto. En realidad, los cristianos del primer siglo de nuestra era se reunían en las casas de los patricios cristianos.

Más tarde apareció la iglesia (del griego ecclesia, asamblea), inspirada en la basílica romana. La iglesia cristiana fue una innovación, puesto que tanto romanos como griegos realizaban sus ritos fuera del templo, que estaba exclusivamente reservado como ‘casa del dios’. Las comunidades cristianas, en cambio, empezaron a reunirse dentro del templo y a practicar la liturgia en él.

Si bien estos primeros cristianos no siempre estuvieron perseguidos, sí es cierto que debían conducirse con cautela, porque su fe no estaba bien vista en Roma. Para ello, desarrollaron un lenguaje simbólico, que incluía elementos como el pavo real, símbolo de resurrección y vida eterna, y el Buen Pastor, el joven imberbe (Cristo) que lleva a hombros un cordero. Sin embargo, los elementos más famosos de este lenguaje paleocristiano son el pez y el crismón. Este último fue, según la leyenda, la visión que tuvo el emperador Constantino en los instantes previos a la batalla del Puente Milvio, que a la postre le dio la victoria.

Fue precisamente Constantino (s.IV) quien legitimó la religión cristiana en el imperio. Con él, los cristianos podían vivir su fe libremente. Más tarde, en 380, el emperador Teodosio estableció el cristianismo como la religión oficial del imperio romano.

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  • DENOVA, R., El cristianismo primitivo, en https://www.worldhistory.org/ , 12 de marzo de 2024
  • FIGUERAS PALÀ, P. (2017), Introducción al cristianismo primitivo, ed. CLIE
  • MARQUÉS, N. (2019), Fake News de la Antigua Roma, ed. Espasa
  • PHILIP, E. (2004), The Early Christian World, Routledge
  • THEISSEN, G. (2002), La religion de los primeros cristianos, ed. Sígueme
  • VV.AA.(2011), Así empezó el cristianismo, ed. Verbo Divino
  • Arte paleocristiano, del canal Vitruvio Arte (Hugo García, historiador del arte): ARTE PALEOCRISTIANO

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Sonia Ruz Comas. (2025, diciembre 23). ¿Cómo era el cristianismo primitivo?. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/cultura/como-era-cristianismo-primitivo

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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