"¡No quiero que me bañes tú, quiero a mamá!" Esta frase, aparentemente sencilla y frecuente en la infancia, puede convertirse en un auténtico terremoto emocional para muchos padres. ¿Qué significa ese “no”? ¿Es un rechazo real? ¿Está el padre fallando? ¿Debería la madre intervenir o mantenerse al margen? La realidad es que, aunque pueda doler, este tipo de comportamientos forma parte del desarrollo emocional y afectivo del niño. Y comprenderlos desde la psicología, la neurociencia y la experiencia clínica puede ayudar a vivirlos con mayor serenidad.
Este tipo de actitudes suele aparecer entre los 18 meses y los 4–6 años, coincidiendo con momentos clave del desarrollo: el inicio de la autonomía, la construcción de la identidad de género y el establecimiento de rutinas afectivas.
El pediatra José Bilbao Sustacha, del centro 3Ducktors de Tarragona, en España, explica a Psicología y Mente que “no se trata de una elección consciente, ni de una comparación racional entre progenitores; el niño está organizando su mundo emocional, y busca seguridad y regulación”. Si una figura le ha ofrecido más contención recientemente, es natural que el niño tienda a preferirla.
La psicóloga infantil Nerea López coincide: “No es un rechazo personal, es una forma de comunicación. El niño está expresando, con los recursos que tiene, una necesidad emocional puntual”. En ocasiones, el “¡Tú no!” es también una forma de explorar los límites, reafirmar su autonomía o “probar” el amor incondicional del adulto. Detrás de ese “¡Tú no!”, explica López, “hay una demanda de vínculo, una búsqueda de regulación emocional y una expresión, aún inmadura, de sus preferencias afectivas. Es importante no interpretarlo como un desprecio, sino como una forma de comunicación que necesita ser comprendida”.
¿Qué se esconde detrás?
Ambos especialistas coinciden en que lo que parece rechazo es en realidad una demanda de vínculo. Para Bilbao, “el niño actúa como un pequeño científico emocional”, como plantea la psicóloga Allison Gopnik. Es decir, explora, prueba hipótesis y observa las reacciones de sus figuras de apego. Por ejemplo: ¿Si lloro, mamá viene más rápido? ¿Si rechazo a papá, cómo reacciona?
Desde una mirada más profunda, el psicólogo Carl Jung sugiere que estos momentos pueden activar en los adultos sus propias “sombras”: inseguridades, heridas de la infancia o sentimientos de incompetencia. Comprender esto, en palabras de Bilbao, “no solo ayuda a gestionar la situación, sino que puede ser una puerta hacia el crecimiento emocional como padre”.
La neurociencia también lo explica
El cerebro infantil está aún en construcción. Predominan estructuras como la amígdala y el sistema límbico, encargados de procesar emociones y amenazas. La parte racional (la corteza prefrontal) está en desarrollo, por lo que sus decisiones son viscerales, no lógicas.
El neurólogo Antonio Damásio plantea que nuestras elecciones están guiadas por lo que él llama marcadores somáticos: asociaciones emocionales encarnadas. “El niño no elige al padre o a la madre por razonamiento, sino por cómo se sintió con ellos en el pasado reciente. Si al estar con mamá se calmó más rápido, tenderá a buscarla”, explica Bilbao.
Un estudio reciente con tecnología fNIRS (espectroscopia funcional de infrarrojo cercano) reveló que madres y padres no se sincronizan igual con sus hijos en términos cerebrales. Mientras que las madres reaccionan más al malestar emocional, los padres se vinculan más desde la regulación externa y el disfrute compartido. Esto refuerza la idea de que ambos tienen roles complementarios en el desarrollo emocional del niño.
¿Qué hacer como padre?
• No lo tomes como algo personal. Tu hijo no está evaluando tu capacidad como padre, está hablando desde su emoción. • Mantente presente. Aunque no te elija en ese momento, tu disponibilidad emocional es fundamental. “El niño acabará sintiéndose seguro también contigo si respondes con calma y respeto a su ritmo”, asegura López. • Crea momentos exclusivos, sin presión, sin competir con la madre. Pueden ser simples: un cuento, una merienda, una tarde de juegos. • Evita desacreditar a la otra figura parental. Comentarios como “conmigo te vas a divertir más” solo generan confusión e inseguridad. • Pon palabras a lo que ocurre. Validar con frases como “Veo que hoy prefieres a mamá, y está bien. Yo también estoy aquí” ayuda al niño a integrar su experiencia emocional. • Revisa tus propias emociones. ¿Qué parte de ti se activa cuando tu hijo te dice “no”? ¿Qué herida toca esa frase? Como propone Jung, lo que incomoda puede ser una puerta al autoconocimiento.
¿Y si no cambia?
“Estas fases son normales, pasajeras y muchas veces cíclicas”, afirma Bilbao. La clave está en la constancia afectiva. Un “no” hoy no significa un “nunca”. La calidad del vínculo no se mide en momentos aislados, sino en el tiempo, la presencia y la capacidad de sostener el amor incluso cuando no es correspondido al instante.
En resumen, el “¡Tú no; mamá!” no es una declaración de guerra ni un fracaso como padre. Es una expresión emocional propia del desarrollo infantil, una señal de que el niño está aprendiendo a vincularse, a elegir, a explorar. Como adultos, nuestro papel no es exigir ser elegidos, sino ofrecer seguridad sin condiciones, incluso en la incertidumbre.
Nerea López propone un enfoque positivo: “Este tipo de situaciones son una oportunidad para crecer como familia. Nos invitan a revisar los vínculos, a cultivar la paciencia y a recordar que el amor que damos, aunque a veces no se vea reflejado de inmediato, deja una huella profunda”.
“Los niños no rechazan por maldad: rechazan porque están aprendiendo a vincularse, a expresar emociones, a manejar sus límites. Acompañarlos desde el respeto, sin dramatizar, les ofrece una base emocional sólida que les servirá para toda la vida”, concluye la psicóloga.
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