La psicoterapia no surge en el vacío, sino que se apoya en una serie de ideas y prácticas que hunden sus raíces en la Historia. Sin embargo, al haber surgido en las sociedades occidentales, no siempre ha estado en contracto directo con las ideas y las prácticas provenientes de otras culturas.
Es por ello que en las últimas décadas, a medida que la globalización ha ido intensificándose, la psicología ha ido incorporando otras miradas y otros procedimientos para intervenir en la gestión de los estados mentales, como por ejemplo la meditación. Sobre este tema hablaremos en las siguientes líneas, en las que entrevistamos a la psicóloga Sandra García Sánchez-Beato, interesada desde hace mucho tiempo en estas prácticas milenarias.
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Sandra García Sánchez-Beato: psicología y meditación trabajando al unísono
Sandra García Sánchez-Beato es psicóloga de orientación humanista integrativa, y lleva muchos años atendiendo a personas tanto de manera presencial en su consulta de Madrid como a través de sesiones online. En esta entrevista nos habla acerca de cómo prácticas ligadas a la meditación y el pensamiento creativo refuerzan el proceso terapéutico.
¿Cómo se combina la terapia psicológica, por un lado, y la práctica milenaria de la meditación, por otra? ¿De qué manera se encuentran esas dos prácticas?
La meditación es un vehículo que han utilizado los yoguis y grandes maestros realizados para profundizar en el conocimiento de la mente. Son grandes psicólogos, estudiosos de la conciencia.
La reflexión, el análisis, la investigación también forman parte de la vía de la meditación. Buda nos decía “No creas en algo simplemente porque lo has escuchado… Más bien, después de la observación y el análisis, cuando te encuentres con algo que está de acuerdo con la razón y conduce al bien y al beneficio de todos y cada uno, entonces acéptalo y vive conforme a ello”.
La psicología occidental es una corriente muy nueva, si la comparamos con la tradición de la meditación. Se construye desde nuestra mirada sobre cómo observamos y analizamos el mundo. La integración de ambos es una manera de aunar caminos y ofrecer un lenguaje adaptado a nuestro mundo actual. Hoy, afortunadamente a través de la exploración científica se está demostrando como la práctica de Mindfulness genera cambios en el cerebro al engrosar el lóbulo prefrontal, nuestra área más evolucionada como especie.
En la meditación tenemos la percepción directa de la mente que se observa a sí misma. Fomentamos la metacognición y la autoconciencia. Se integran valores como la empatía y el altruismo y favorece una mejor gestión de las emociones. Esto nos ayuda a desidentificarnos de nuestros condicionamientos, a observar desde un espacio más amable nuestras neurosis y nos aporta la experiencia de reposar en nuestra propia naturaleza. Algo que no se consigue desde lo conceptual, porque la esencia de la mente es, precisamente, no conceptual.
La psicología recorre un camino complementario. Nos ayuda a construir un Yo fuerte, centrado y a suavizar cargas emocionales. Con la meditación soltamos el aferramiento al Yo y descubrimos nuestra verdadera esencia. Puede parecer un camino contradictorio, pero no podemos soltar el aferramiento al Yo, si no tenemos un Yo bien anclado e integrado. Si no se hace de esta manera, puede dar lugar a problemas emocionales serios. En la psicología trabajamos desde la dualidad.
La experiencia de la meditación nos conduce a la unidad. A un espacio donde las barreras de lo tuyo y lo mío se desvanecen. No desde un aspecto psicótico, sino desde un espacio no conceptual y libre de sufrimiento. Nos fomenta los valores de la compasión y el altruismo porque nos aleja del egocentrismo. En la medida que psicológicamente estamos más estables e integrados, podremos dar ese paso.
¿Ante qué tipo de problemas te parece especialmente útil la meditación?
Cuando existe una identificación emocional limitante que supedita nuestra vida, o condicionamientos que nos atrapan en conductas dañinas una y otra vez, la meditación nos ayuda a darnos cuenta de las cualidades inherentes de nuestra mente, como su espaciosidad, luminosidad y bondad.
Esto tan sencillo nos permite percibir que no hay nada fijo ni sólido en ella. Podemos observar como los pensamientos, emociones, sentimientos, ideas... son manifestaciones de la mente que surgen y se disuelven en ella, como las olas se funden en el océano.
Esta experiencia nos ayuda a confiar en poder transformar nuestro sufrimiento en oportunidad de crecimiento y liberarnos de él, porque no forma parte de nuestra naturaleza primordial. Personas con baja autoestima, inseguridad, ansiedad, obsesiones... se sienten mejor y se sorprenden cuando conectan, aunque sea por un instante, con esa experiencia directa: la bondad inherente y la calma de ese espacio interno. Descubren su potencial fortaleciendo su autoconfianza. Dirigen la mirada hacia dentro y empiezan a responsabilizarse de sus vidas.
El manejo de las emociones conflictivas también cambia en la medida en que nos entrenamos en la práctica meditativa: gestión de la ira, los impulsos, autolesiones, dependencias emocionales, celos, conductas disruptivas, déficit de atención, pensamientos limitantes, obsesivos, miedos, etc. Al darnos cuenta de su insustancialidad nos hacemos menos reactivos y les damos menos poder. Nos enganchamos menos y nos habituamos a atravesarlas, soltarlas y transformarlas.
¿Cómo se va produciendo el proceso de mejoría a través de la meditación? ¿De qué manera lo van notando las personas que acuden a ti?
Los pacientes van observando que son menos reactivos a las circunstancias externas, aumentando su capacidad de reflexión y aceptación. Están más ajustados con su realidad, sin dramatizar las situaciones, ni devaluar, ni idealizar. Esto favorece su capacidad de centrarse en el presente, disfrutar de lo que tienen, y no ocupar tanto tiempo en proyectar acontecimientos negativos ni engancharse en un pasado doloroso.
La práctica del observador desidentificado de la meditación se integra en su continuo mental, aportando un espacio de conciencia protector ante las emociones conflictivas. Al no identificarse tanto con ellas, están menos condicionados.
Otro de los beneficios es que al estar más centrados e integrados se permiten ser más ecuánimes y estables en situaciones adversas. Aprenden a quererse, cuidarse y hacerse responsables de sus vidas tomando conciencia de las causas y condiciones de sus acciones.
El observar la mente, investigar lo que ocurre dentro de ella, les aporta sensación de control sobre ellos mismos y les ofrece la oportunidad del cambio. Flexibilizan su mente y se muestran más compasivos con los demás porque el ego se va disolviendo reposando más en su naturaleza primordial. Esto se entrena especialmente en meditaciones con visualizaciones, donde se conecta con esta energía sutil de la mente.
Presenté un caso clínico en el primer Congreso de Psicoterapias Humanistas en Barcelona, con el que trabajé desde el método de psicomeditación, término que acuñé hace años para definir esa integración de meditación y psicoterapia. Se trataba de una paciente que empezó a practicar la meditación, en un grupo semanal, y la práctica la introducíamos en las sesiones.
Hoy en día ha integrado la meditación en su día a día y los cambios son muy significativos. Es muy consciente del beneficio que ha aportado dentro de su proceso terapéutico, en aspectos como su estabilidad emocional, autonomía, su capacidad de afrontamiento ante las dificultades (por ejemplo la de esta pandemia), la disminución de su reactividad y la confianza en su naturaleza como un espacio sin daño emocional.
Como profesional, ¿cuáles crees que son las ventajas de adoptar una perspectiva integrativa a la hora de ofrecer servicios de asistencia psicológica?
Los seres humanos somos complejos y tenemos múltiples facetas. Nos relacionamos desde lo cognitivo influenciados por nuestros pensamientos; hablamos y nos comunicamos con nuestra palabra y nuestro cuerpo, que da lugar a un comportamiento conductual determinado.
Poseemos un variado y complejo mundo emocional, que condiciona las relaciones con nosotros, con los demás y con los sistemas en los que vivimos. Gozamos de un mundo interno y espiritual que algunos dejan de lado, pero forma parte inherente de nuestra naturaleza humana.
Me parece incoherente abordar un proceso terapéutico desde parcelas reducidas, cuando nos vivimos desde un todo. Nuestro cuerpo, palabra y mente forman una unidad indisoluble. Todas nuestras áreas han de estar integradas y coordinadas, es un trabajo en equipo que podemos abordar desde la terapia, la meditación y el trabajo corporal. Para conseguir un cerebro pleno, y una personalidad integrada, debemos trabajar de manera holística.
Tu formación en Bellas Artes también es una de las influencias de las que partes en tu trabajo como psicóloga. ¿De qué manera utilizas el dibujo en este ámbito?
Me encanta el arte y todas sus manifestaciones, por eso estudié Bellas Artes como primera opción. El arte y la psicología están muy vinculados. Ahora lo incorporo en mis sesiones porque está relacionado con esa expresión única y creativa que surge de un espacio más intuitivo y menos racional. Los dibujos me aportan mucha información porque no pasan por la razón. Suelo utilizarlos después de dinámicas de psicomeditación, donde se llega a espacios de conciencia más sutiles y profundos obteniendo resultados muy interesantes.
A través de un proceso secuencial de dibujos se puede seguir la pista de cómo el inconsciente, que pude albergar hechos traumáticos, va desvelando esas experiencias de una forma transformadora y sanadora. A veces hay secuencias muy reveladoras sobre facetas negadas o reprimidas de uno mismo. Funciona muy bien en todas las edades, tanto con adultos como con niños y adolescentes.
Con los pacientes con rasgos rígidos u obsesivos, me gusta utilizarlo (a ellos no tanto), porque descubren facetas o núcleos de conflicto que de otra manera no se permitirían. De pronto ven reflejado algo inesperado y comentan “no quería dibujar eso…”, “no sé porque ha salido esta imagen…” y eso les sorprende porque les ayuda a tomar conciencia de lo negado. Se abre una puerta más sutil al inconsciente que al expresarse con una imagen, no deja tanto margen para poder escapar con la palabra o la lógica.