Sororidad: por qué la solidaridad entre mujeres es tan importante

Para luchar contra injusticias sociales, la cooperación y el rechazo al individualismo son la clave.

La sororidad es una de esas palabras que deberían aparecer obligatoriamente en cualquier diccionario de feminismo. Tanto ella como sus derivadas (“saludos sórores”, “sororear”, etc.) nos hablan acerca de una idea: la solidaridad y cooperación entre mujeres. Dicho de otro modo, es un término que se está haciendo cada vez más popular porque el individualismo entre mujeres va perdiendo adeptas.

En este artículo veremos a qué hace referencia exactamente eso de la sororidad, y por qué ha aparecido la palabra relacionada con el feminismo y en general las corrientes de activismo de izquierdas.

¿Qué significa sororidad?

Uno de los aspectos que causa más polémica acerca del feminismo tiene que ver con su tendencia a, con matices, dar un trato preferente a lo femenino, las experiencias que solo las mujeres viven. Desde una óptica no feminista, el concepto de la sororidad refleja justamente eso: una palabra de creación reciente que llama la atención por ser, aparentemente, una forma de evitar el uso de un término “fraternidad”, por ser masculina y hacer referencia a los hermanos.

Pero lo interesante de esta elección de palabras es que tiene el poder de hacer que nos cuestionemos cosas. En vez de pensar que el término sororidad forma parte de una estrategia para esquivar todo lo que haga referencia a los hombres, puede hacer que nos preguntemos por qué hay tan pocas palabras de connotaciones femeninas que se apliquen a todos los seres humanos, hombres y mujeres.

Cuando decimos sororidad estamos haciendo referencia no solo a la solidaridad entre mujeres, sino que además tenemos en cuenta el contexto en el que se da esa solidaridad. Y ese contexto tiene que ver con la discriminación y el sexismo histórico que se dan y se han dado durante milenios a través de lo que en teoría feminista se conoce como patriarcado.

El uso patriarcal del lenguaje

El hecho de que “fraterno” venga de “hermanos” y que se use indistintamente del género de las personas a las que se aplica puede ser considerado una simple anécdota, algo sin la mayor importancia política o social. En realidad, de buenas a primeras pocas personas se molestarían en dedicar un rato a pensar en esto.

Sin embargo, no deja a ser extraño, si lo pensamos bien, que la palabra por defecto se emplee indistintamente para grupos masculinos o para grupos mixtos, siendo que esto crea situaciones de ambigüedad: cuando decimos “hermanos”, son todo hombres o también hay al menos una mujer en el grupo?

Simone de Beauvoir, una de las filósofas que sentó las bases del feminismo de segunda ola, dio una de las claves para entender esto. Ella escribió que el significado de lo femenino y el concepto de lo que es ser una mujer es, básicamente, lo que sobra cuando se equipara lo humano y lo masculino. Es decir, que históricamente, a causa de un conjunto de dinámicas de poder desiguales entre hombre y mujer que se conoce como patriarcado, se da por supuesto que la humanidad equivale a la masculinidad, mientras que lo femenino se define por ser la negación de lo que no es masculino y, por consiguiente, tampoco humano.

Así pues, para Beauvoir la figura de referencia siempre es un hombre, y la mujer surge restándole y añadiéndole cualidades a este “molde”. Es lo que no es masculino, “lo otro”.

Por ejemplo, algunas marcas ofrecen una línea de productos que formados por la versión para mujeres de su producto estrella, y para ello lo suelen comercializar jugando con el color rosa. Sin embargo, ni el producto original puede ser considerada la versión masculina del producto, ni el color que lleva hace evidente que sea para hombres. Normalmente lo femenino es una filial de lo masculino, y la sororidad es una de las muchas iniciativas que combaten este principio para, desde el lenguaje, influir en cómo analizamos la realidad social y las desigualdades entre sexos.

Eso sí, la idea de que modificando el lenguaje es posible favorecer el establecimiento de dinámicas de igualdad ha sido muy debatida y criticada, sobre todo desde las posiciones teóricas vinculadas al materialismo filosófico, como por ejemplo el marxismo. Esto es así porque se ve con escepticismo, primero, que cambiando el lenguaje se modifiquen significativamente las ideas en el sentido pretendido desde un principio, y segundo, que lo importante sea el cambio de ideas antes de que se haya producido un cambio material en la realidad objetiva en la que viven las personas.

Partiendo de la desigualdad

Una de las ideas en las que se basa el concepto de la sororidad es que las mujeres, por el hecho de serlo, están en una posición de desventaja. Es por eso que deben cooperar para acceder a derechos y libertades que les han sido negados históricamente.

Una tarea tan complicada no puede ser enfrentada desde el individualismo, sino que necesita de la acción conjunta de muchas personas, capaces de romer viejas dinámicas de sometimiento: micromachismos, leyes injustas, entornos laborales en el que las mujeres tienen más dificultades para prosperar, etc.

La equivalencia entre mujeres

Tal y como hemos visto, el concepto de sororidad es la idea que expresa hasta qué punto es importante la cooperación y la solidaridad entre mujeres y la toma de conciencia de la deshumanización de la mujer. Se entiende que, dado que los problemas específicos de la mujer van más allá del individuo, deben ser afrontados no desde el individualismo, sino a través de la solidaridad entre iguales.

La palabra en sí misma, sororidad, pone énfasis en el hecho de que solo se aplica a las personas de género femenino, ya que “soror” es otra manera de decir “hermana de sangre”, y a la vez refuerza la idea de que las mujeres son iguales en su situación de desventaja ante el hombre.

Así pues, no es que se desprecie a los hombres, sino que se entiende que, al no estar sometidos por cuestión de género, no tiene sentido que se espere una estructura de cooperación similar que sea transversal entre todos los hombres. Un tipo de alianza así apenas tendría objetivos a conseguir, dado que ya se han alcanzado desde el principio.

Referencias bibliográficas:

  • Lincoln, B. (2008). Mujeres y espacio público: construcción y ejercicio de la ciudadanía. México C. F.: Universidad Iberoamericana.
  • Simón Rodríguez, M. E. (2002). Democracia vital : mujeres y hombres hacia la plena ciudadanía. Madrid: Narcea.

Psicólogo

Licenciado en Sociología por la Universitat Autónoma de Barcelona. Graduado en Psicología por la Universitat de Barcelona. Posgrado en comunicación política y Máster en Psicología social.

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