Imaginemos que estamos en un concurso y nos ofrecen dos opciones: darnos un total de 1000€ o bien arriesgarnos a ganar 1200€ con un 80% de posibilidades de lograr hacernos con ellos (si bien con un 20% de posibilidades de no llevarnos nada).
¿Qué haríamos? Es posible que algunos decidieran arriesgarse a la segunda opción, si bien otros muchos optaría por la opción más segura.
Esta diferencia se debe a la presencia de diferentes maneras de pensar y a la presencia de distintas tendencias y sesgos cognitivos y emocionales. En el caso de quienes optan por no arriesgarse y obtener la cantidad menor pero segura, su acción puede explicarse en gran medida ante el concepto conocido como aversión a la pérdida, sobre el que vamos a hablar a lo largo de este artículo.
Aversión a la pérdida: ¿de qué estamos hablando?
Se le da el nombre de aversión a la pérdida a la fuerte tendencia de priorizar el hecho de no perder antes que ganar. Esta tendencia es entendible como una resistencia a la pérdida debido al alto impacto emocional que la posibilidad de perder genera, una posibilidad de hecho la presencia de pérdidas genera una activación emocional mucho mayor que el que provoca una posible ganancia (concretamente alrededor de dos veces o dos veces y media más).
Estamos ante un tipo de heurístico o atajo mental que puede provocarnos un sesgo cognitivo que favorezca conductas no arriesgadas por miedo a las pérdidas: podemos no arriesgarnos para obtener un bien de mayor utilidad o incluso arriesgar y perder más de lo necesario si lo que intentamos es evitar una pérdida. Le damos a lo que tenemos mayor valor que lo que podemos llegar a ganar, algo que se traduce en que tendemos a intentar evitar perder por encima de todo a menos que lo haya por ganar sea muy atractivo.
Hay que tener en cuenta que la aversión a la pérdida no resulta buena o mala por sí misma, y en el fondo tiene un sentido evolutivo: si tenemos una fuente de comida a pocos metros pero podemos ver a un depredador a varios metros de distancia, es posible que arriesgarse nos provoque la muerte. O en el ejemplo de la introducción: nos vamos a llevar 1000€, ¿esos 200 extras compensan la posibilidad (aunque sea pequeña) de no ganar 1000?
En definitiva, la aversión a la pérdida parece ser una predisposición psicológica que se corresponde con los mecanismos de supervivencia que han ido evolucionando a lo largo de nuestro linaje, y esto se expresa tanto en lo relativo a las pérdidas físicas como en las económicas.
Punto fundamental de la teoría prospectiva
Este concepto es uno de los elementos clave de la teoría prospectiva de Kahneman y Tversky, los cuales investigaron la toma de decisiones humana y desarrollaron la hipótesis de la utilidad esperada (la cual establece que ante un problema o situación en la que tenemos que tomar una decisión, tendemos a escoger la opción que consideramos más útil en términos de coste/beneficio). Así, la aversión a la pérdida se contextualiza en el marco de la toma de decisiones, y se basa en la creencia de que la opción conductual arriesgada puede llevarnos a experimentar mayores costes que beneficios.
Ahora bien, aunque exista esta aversión a la pérdida ello no quiere decir que nuestro comportamiento vaya a ser siempre el mismo. Nuestras elecciones dependen en gran medida del marco de referencia del que partamos: si nos enfrentamos a una elección que puede granjearnos ganancias con seguridad, solemos optar por la opción más probable aunque sea menor, mientras que en caso de enfrentar una elección que solo nos puede generar pérdidas el comportamiento suele ser el opuesto (preferimos tener un 80% de posibilidades de perder 120€ en vez de tener garantizada una pérdida de 100€).
Este último aspecto nos lleva a tener que indicar que la aversión a la pérdida no es una aversión al riesgo en sí: podemos arriesgarnos a perder más en vez de a perder una cantidad fija menor.
Es importante tener en cuenta que esta aversión a la pérdida no es siempre igual de potente: no es lo mismo garantizar 100 euros o poder llegar a 120 que garantizar 100 pero optar a ganar 100000. Lo relevante que sea para nosotros, o dicho de otro modo el valor de incentivo, que tenga el estímulo en cuestión que podemos llegar a conseguir es también un factor que puede influenciar en nuestras elecciones.
¿En qué ámbitos nos afecta?
El concepto de aversión a la pérdida ha sido por norma general asociado a lo económico, valorando por ejemplo el comportamiento en entornos de empresa, juegos de azar o bolsa. Sin embargo, estamos hablando más bien de economía conductual, no únicamente monetaria.
Y es que hay que tener en cuenta que la aversión a la pérdida es un sesgo cognitivo que se encuentra presente en otras facetas de la vida: forma parte de nuestras tomas de decisiones a nivel de empleo, estudios (un ejemplo fácil de ver es cuando nos enfrentamos a un examen tipo test con penalización por error) o incluso a la hora de establecer planes de acción.
También se ha observado aversión a la pérdida en el comportamiento ante estímulos emocionales aversivos, e incluso se ha analizado esta tendencia en sujetos con psicopatologías tales como la depresión mayor, en el que la aversión a la pérdida parece darse en mayor medida y generar una menor tendencia a la actuación arriesgada que en sujetos no clínicos.
Implicación neuroanatómica
La aversión a la pérdida ha sido estudiada generalmente a nivel conductual, pero algunos estudios (como el de Molins y Serrano de 2019) también han investigado qué mecanismos cerebrales pueden estar detrás de esta tendencia.
Los diferentes estudios analizados parecen indicar que existirían dos sistemas, uno apetitivo y uno aversivo, que interactúan y nos permiten tomar una decisión. Dentro del primero, el cual tendría actividad cuando se registran posibles ganancias y no ante pérdidas y que se asocia a la búsqueda de recompensas, destacan el estriado y gran parte de la [corteza frontal](/neurociencias/corteza-prefrontal. En el segundo, el aversivo, destacan la amígdala (algo lógico si pensamos que es una de las estructuras más vinculadas al miedo y la ira) y la ínsula anterior, además de otras regiones cerebrales.
Así, el cerebro procesa la información de manera diferente dependiendo de si tiene que ver con posibilidades de ganar, o de si está más relacionada con las pérdidas. Esto hace que ambos procesos puedan ser diferentes en cuento a sus implicaciones emocionales, produciéndose la asimetría que está detrás de la aversión a la pérdida.
Si bien estos sistemas son complejos y aún no se tiene del todo claro cómo funcionan, cuando el sujeto se halla ante una elección en la que puede perder, se desactiva el sistema apetitivo (a menos que se considere que lo que se puede ganar sea un incentivo suficiente como para arriesgarse) y a la vez se activaría el sistema aversivo. Ello haría que a nivel cognitivo y conductual existiera reticencia a perder. Asimismo, se plantea que pueda haber patrones de funcionamiento cerebral que, aún sin enfrentarse a una decisión, se vincularan a un estilo cognitivo que tienda a esta aversión a la pérdida.
Referencias bibliográficas:
- Gal, D.; Rucker, D.D. (2018). Loss Aversion, Intellectual Inertia, and a Call for a More Contrarian Science: A Reply to Simonson & Kivetz and Higgins & Liberman. Journal of Consumer Psychology, 28(3): pp. 533 - 539.
- Kahneman, D., Knetsch, J. y Thaler R. (1991). The endowment effect, loss aversion, and status quo bias: anomalies. J Econ Perspect, 5: pp. 193 - 206.
- Kahneman, D. y Tversky, A. (1979). Prospect theory: an analysis of decision under risk. Econometrica, 47: 263-91.
- Molins, F. y Serrano, M.A. (2019). Bases neurales de la aversión a las pérdidas en contextos económicos: revisión sistemática según las directrices. Prisma Revista de Neurología, 68: pp. 47 - 58.
- Seymour, B.; Daw, N.; Dayan, P.; Singer, T.; Dolan, R. (2007). Differential Encoding of Losses and Gains in the Human Striatum. Journal of Neuroscience 27(18): pp. 4826 - 4831.
- Yechiam, E.; Hochman, G. (2013). Loss-aversion or loss-attention: The impact of losses on cognitive performance. Cognitive Psychology, 66(2): pp. 212 - 231.
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