Las fiestas navideñas pueden ser un momento de conexión, descanso y celebración. Pero para muchas personas, también son un periodo donde la comida, el cuerpo y los comentarios familiares se convierten en una fuente intensa de ansiedad. Es esa mezcla incómoda de mesas llenas de comida, reuniones que obligan a socializar y la sensación de estar bajo una lupa familiar que lo observa todo.
Aunque suele vivirse en silencio, este malestar es extremadamente común. No solo afecta a personas con dificultades alimentarias o con problemas de autoestima, sino también a quienes han crecido rodeadas de comentarios sobre su cuerpo o su forma de comer. Y lo que debería ser una época agradable se convierte, a veces, en un escenario lleno de tensión emocional, culpa y autocontrol excesivo.
Por qué las fiestas pueden activar la inseguridad corporal
Las reuniones familiares suelen activar antiguos esquemas emocionales, especialmente cuando involucran comentarios sobre apariencia, peso o hábitos alimentarios. Desde la teoría del aprendizaje social sabemos que la forma en que una familia habla del cuerpo o de la comida influye directamente en la autopercepción y en los patrones alimentarios. Comentarios como “te veo más delgado/a”, “deberías cuidarte más” o “no comas tanto” pueden interiorizarse desde edades tempranas y reactivarse con fuerza en entornos familiares.
Además, investigaciones en psicología social han mostrado que las personas tienden a evaluar su propio cuerpo de forma más negativa cuando anticipan ser observadas o juzgadas. En Navidad, ese miedo a la evaluación se mezcla con una cultura que idealiza la delgadez y penaliza la flexibilidad alimentaria.
Todo esto incrementa la autovigilancia: comer sintiéndote observada, medir cada bocado, ajustar la ropa, compararte con otros miembros de la familia… Una combinación que favorece la ansiedad, la culpa y los pensamientos intrusivos.
¿Por qué la comida puede vivirse como una amenaza?
La comida en Navidad no es solo comida: es cultura, tradición, abundancia y convivencia. Para muchas personas, también es un disparador emocional. Los estudios sobre conducta alimentaria señalan que los entornos con alta disponibilidad de comida y gran presión social pueden activar mecanismos de restricción, atracón o compensación, especialmente en quienes tienen historial de dieta, perfeccionismo corporal o autoexigencia elevada.
La presión externa -“come más”, “come menos”, “prueba esto”, “¿otra vez repitiendo?”- dificulta escuchar las señales internas del cuerpo. El sistema nervioso responde desde la defensa: tensión, evitación, pérdida de control o necesidad de restringir después.
¿Por qué los comentarios familiares duelen más de lo que deberían?
Los comentarios sobre el cuerpo o el peso no son neutrales, aunque se hagan “con buena intención”. Para muchas personas, tocan memorias emocionales, experiencias de vergüenza o dinámicas familiares donde la apariencia era un criterio de valía.
Sabemos que el entorno cercano tiene un impacto muy elevado en la regulación emocional. Por eso, una frase que en otro contexto se ignoraría, dicha por un familiar, puede sentirse como una herida. Además, cuando la familia trata el cuerpo como un asunto público, la identidad personal se ve invadida. No solo se evalúa el cuerpo: también la autonomía.
¿Cómo protegerte emocionalmente en estas situaciones?
Aquí no voy a decirte que “no te afecte” o que “ignores los comentarios”. Es comprensible que duela. En lugar de obligarte a ser inmune, vamos a centrarnos en estrategias realistas y basadas en evidencia.
1. Revisa tus expectativas: no tienes que demostrar nada
No necesitas “comer perfecto”, “controlarte” ni “dar buena imagen”. Ajustar expectativas reduce la autovigilancia y la rigidez, dos factores asociados al aumento del malestar alimentario en estas fechas.
2. Prepara respuestas neutrales
Tener frases listas disminuye la ansiedad anticipatoria: “Prefiero no hablar de mi cuerpo.”, “Agradezco tu preocupación, pero no quiero hablar de mi alimentación” - “Gracias, pero estoy bien así.” Establecer límites no es agresivo: es autorespetarse.
3. Haz pausas
Si el ambiente te activa, tomar distancia puede ayudar a regularte (ir al baño a lavarnos las manos o respirar, salir del salón a por un vaso y dedicarme un momento para regular mis emociones, etc). La autorregulación también incluye permitirte retirarte unos minutos.
4. Come desde la conexión, no desde el control
Centrarte en señales internas (hambre, saciedad, disfrute, comodidad) que puedan favorecer la regulación interoceptiva. Practiquemos el mindfulness alimentario, centrándonos en la textura, sabor, olor de la comida, conectando con nuestras sensaciones para poder decidir qué y cuánto me apetece comer.
5. Busca personas que te hagan sentir segura
La regulación emocional es social. Estar cerca de personas respetuosas reduce la activación fisiológica. En algunos estudios, la co-regulación puede disminuir significativamente los niveles de estrés. Busca ese familiar con el que sientes que conectas y siéntate cerca.
6. Evita la restricción compensatoria
“Compensar” antes o después aumenta la ansiedad, el riesgo de atracón y la desconexión corporal. Tu cuerpo necesita estabilidad, no castigos.
Si te afecta demasiado, tiene sentido que duela
No estás exagerando. Si las fiestas te remueven, es porque tocan heridas reales y mecanismos psicológicos bien estudiados. Validarlo es clave. La terapia puede ayudarte a reconstruir una relación más sana con tu cuerpo, tu comida y tus límites. No hace falta llegar al límite para pedir ayuda.
Las fiestas no deberían girar en torno a controlar tu cuerpo ni defenderte de comentarios que nunca debieron hacerse. Mereces un espacio donde comer no sea un examen, donde tu cuerpo no sea un tema de conversación y donde puedas estar sin tensión. Cuidarte también es protegerte. Y aunque no puedas cambiar a tu familia, sí puedes empezar a construir una relación nueva contigo misma.


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