¿Somos realmente dueños de nuestros actos o, por el contrario, estamos condicionados por un determinismo biológico? Estas dudas han sido ampliamente debatidas a lo largo de los siglos de la filosofía y la psicología, y el experimento de Libet ha contribuido a intensificarlas.
A lo largo de este artículo hablaremos del experimento realizado por el neurólogo Benjamin Libet, así como de sus procedimientos, sus resultados y reflexiones, y de la polémica que envuelve este estudio.
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¿Quién fue Benjamin Libet?
Nacido en Estados Unidos en 1916, Benjamin Libet se convirtió en un reconocido neurólogo cuyos primeros trabajos se centraron en la investigación de las respuestas sinápticas y postsinápticas, para a continuación centrarse en el estudio de la actividad neural y de las sensaciones umbrales de estas (es decir, el punto en el que la intensidad de un estímulo genera una sensación consciente de cambio).
Sus primeras investigaciones relevantes estaban encaminadas a establecer la cantidad de activación que ciertas zonas cerebrales concretas necesitan para liberar las percepciones somáticas artificiales. A raíz de estos trabajos, Libet comenzó sus famosas investigaciones sobre la conciencia de las personas, así como sus experimentos que relacionaban neurobiología y libertad.
A raíz de sus estudios y reflexiones sobre la libertad, el libre albedrío y la conciencia, Libet se convirtió en un pionero y una celebridad dentro del mundo de la neurofisiología y la filosofía. A pesar de todo estos, sus conclusiones no han estado exenta de críticas de los investigadores de ambas disciplinas.
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El experimento de Libet
Antes de que Libet iniciase sus conocidos experimentos, otros investigadores como Hans Helmut Kornhuber y Lüder Deecke ya acuñaron el término “bereitschaftspotential”, que en nuestro idioma podríamos traducir como “potencial de preparación” o “potencial de disposición”.
Este término hace referencia a una dimensión que cuantifica la actividad del cortex motor y del área motora suplementaria del cerebro cuando estas se preparan para una actividad muscular voluntaria. Es decir, se refiere a la actividad cerebral cuando se planea realizar un movimiento voluntario. A partir de esto, Libet construyó un experimento en el cual se buscaba una relación en la libertad subjetiva que creemos tener al iniciar un movimiento voluntario y las neurociencias.
En el experimento, cada uno de los participantes era colocado delante una especie de reloj el cual estaba programado para dar una vuelta de manecilla completa en 2,56 segundos. A continuación, se le solicitaba que pensase en un punto de la circunferencia del reloj elegido al azar (siempre el mismo) y en los momentos en los que la manecilla pasase por allí, debía realizar un movimiento de muñeca y, a la vez, recordar en qué punto del reloj estaba la manecilla en el momento de tener la sensación consciente de ir a realizar ese movimiento.
Libet y su equipo denominaron a esta variable subjetiva como V, haciendo referencia a la voluntad de la persona de moverse. La segunda variable fue acuñada como variable M, asociada al instante real en el que el participante realizó el movimiento.
Para conocer estos valores M, también se le solicitó a cada participante que informara del momento exacto en el que había realizado el movimiento. Las cifras temporales obtenidas mediante las variables V y M aportaron información acerca de la diferencia de tiempo que existía entre el momento en el que la persona sentía el deseo de realizar el movimiento y el momento exacto en el que se realizaba el movimiento.
Para dotar de mucha más fiabilidad al experimento, Libet y sus colaboradores se sirvieron de una serie de medidas o registros objetivos. Estos constaban de la medición del potencial de preparación de las zonas cerebrales relacionadas con el movimiento y una electromiografía de los músculos implicados en la actividad concreta que se les pedía a los participantes.
Resultados del experimento
Los descubrimientos y conclusiones realizadas una vez hechas la mediciones y haber concluído el estudio no dejaron indiferente a nadie.
En un primer momento, y como era de esperar, los participantes del estudio situaban la variable V (voluntad) antes de la variable M. Esto significa que percibían su deseo consciente de realizar el movimiento como anterior a este. Este hecho es fácilmente entendible como una correlación entre la actividad cerebral y la experiencia subjetiva de la persona.
Ahora bien, los datos que realmente supusieron una revolución fueron aquellos extraídos de los registros objetivos. Según estas cifras, el potencial cerebral de preparación aparecía antes de que el sujeto fuera consciente de que quería mover la muñeca; concretamente entre 300 y 500 milisegundos antes. Esto se puede interpretar como que nuestro cerebro sabe antes que nosotros mismos que queremos realizar una acción o movimiento.
El conflicto con el libre albedrío
Para Libet, estos resultados entraban en conflicto con la concepción tradicional del libre albedrío. Este término, propio del ámbito de la filosofía, hace referencia a la creencia de que la persona tiene el poder de elegir libremente sus propias decisiones.
El motivo era que el deseo de realizar un movimiento considerado como libre y voluntario está, en realidad, precedido o anticipado por una serie de cambios eléctricos en el cerebro. Por lo tanto, el proceso de determinación o deseo de realizar un movimiento comienza de manera inconsciente.
No obstante, para Libet el concepto de libre albedrío continuaba existiendo; puesto que la persona aún conservaba el poder consciente de interrumpir voluntaria y libremente el movimiento.
Finalmente, estos descubrimientos supondrían una restricción a la concepción tradicional de cómo funciona la libertad y el libre albedrío, considerando que este no sería el encargado de iniciar el movimiento pero sí de controlarlo y finalizarlo.
Críticas a esta investigación
Los debates científico-filosóficos acerca de si las personas son realmente libres a la hora de tomar decisiones o si, por el contrario, estamos sometidos a un determinismo materialista biologicista, se remontan a muchos siglos antes del experimento de Libet y, cómo no, todavía continúan en la actualidad. Así que, como era de esperar, el experimento de Libet no se libró de las críticas ni por parte de la filosofía, ni por parte de la neurociencia.
Una de las principales críticas realizadas por algunos pensadores de las teorías del libre albedrío consiste en que, según ellos, la existencia de este anticipo cerebral no tendría por qué ser incompatible con esta creencia o concepto. Este potencial cerebral podría tratarse de una serie de automatismos ligados a un estado de pasividad de la persona. Para ellos, Libet no estaría centrándose en aquello realmente importante, los actos o decisiones más complicadas o complejas las cuales requieren de una reflexión previa.
Por otra parte, en cuanto a la evaluación de los procedimientos llevados a cabo en el experimento, se han cuestionado los métodos de contaje y medición de tiempos, puesto que no tienen en cuenta cuánto que tardan las diferentes zonas cerebrales en emitir y recibir los mensajes.