Profecías autocumplidas, o cómo labrarte un fracaso tú mismo

¿Por qué algunas personas son rehenes de sus propias creencias?

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Voy a contarles la historia de Edipo, pero no la parte que todo el mundo conoce, cuando el personaje de la mitología griega se enamora y se casa con su madre, sino lo que ocurre antes; la serie de eventos desafortunados que llevan al extravagante desenlace.

La precuela, para estar en sintonía con los tiempos que corren.

Edipo y el destino del Oráculo de Delfos

Edipo vivía feliz con sus padres en Corinto. Sin embargo, parece que tenía una naturaleza algo ansiosa… Preocupado por lo que le deparaba el futuro, en cierta ocasión decidió consultar al Oráculo de Delfos, algo parecido al horóscopo moderno pero más sofisticado, emparentado con las habilidades adivinatorias de ciertos dioses griegos.

Ante la incertidumbre y la inseguridad de Edipo sobre su futura suerte, el Oráculo se pronunció de manera trágica y contundente: “Tu destino es asesinar a tu padre y casarte con tu madre”. Por supuesto, Edipo quedó horrorizado ante la idea.

¿Cómo podría él llegar a hacer semejante cosa? Le parecía algo impensable, inconcebible; pero lo cierto era que el Oráculo tenía una reputación impecable: Jamás se equivocaba a la hora de vaticinar el destino de quien le consultaba. Lo que el Oráculo anticipaba, se cumplía. Era ley.

Edipo lo sabía perfectamente, al igual que todos los habitantes de la antigua Grecia. No obstante, se negaba a resignarse a su suerte, debía hacer algo inmediatamente para evitar verse envuelto en semejante atrocidad. Sin conocer las razones que podrían llevarlo al parricidio y al incesto, pero convencido de que así sería si no tomaba cartas en el asunto, decidió abandonar la casa donde vivía sin dar mayores explicaciones y marcharse a otra ciudad, bien lejos de las tentaciones que lo acechaban en el futuro.

Así, montó en su caballo y se dirigió a Tebas.

La travesía transcurrió sin problemas, hasta que cierto día, en un paraje desolado cerca de la entrada de la ciudad que lo acogería y libraría de su funesto destino, según Edipo creía, tuvo un altercado con un anciano que conducía un carruaje. Discutieron sobre quién debía pasar primero, se insultaron, y antes de que ambos hombres pudieran darse cuenta se habían enfrascado en una terrible pelea que tendría el peor final: En el forcejeo, y cegado por la ira, Edipo terminó matando al anciano y huyendo asustado del lugar. En cuestiones de tránsito, nada ha cambiado desde entonces.

Algún tiempo después, ya instalado en su nuevo hogar, Edipo conoció a Yocasta, la reina de Tebas, que recientemente acababa de enviudar, y se enamoraron. Para simplificar un poco la historia y ahorrar detalles que no vienen al caso, voy a decir que estuvieron de novios unos meses y luego se casaron.

Lo que continúa es la parte de la historia que todo el mundo conoce. Edipo descubre que a quienes creía sus verdaderos padres, en realidad no lo eran, pues había sido adoptado cuando era muy pequeño. El anciano con el que había tropezado camino a la ciudad no era otro que Layo, el rey de Tebas y padre biológico de Edipo, y la mujer con la que se había casado, su verdadera madre. Un desastre de proporciones griegas, ni más ni menos.

Horrorizado por lo que había hecho, y preso de la más acuciante desesperación, Edipo se arrancó los ojos con sus propias manos y se condenó a sí mismo al destierro, el peor de los castigos por aquel entonces, y solo aplicable a quienes cometían los crímenes más aberrantes.

Los dramáticos designios del Oráculo se habían cumplido al pie de la letra. Finalmente Edipo había sido alcanzado por su destino.

La profecía autocumplida que nos aboca al fracaso

Es probable que el lector se esté preguntando por qué le estoy contando esto en un artículo que en su título promete otra cosa. Bueno, me parece un interesante punto de partida, una bonita metáfora para entender lo que sigue.

En realidad, fue la “creencia” en la certeza del oráculo lo que provocó, justamente, que el pronóstico del Oráculo se convirtiera en realidad. Cuando Edipo decide abandonar Tebas, en lugar de buscar más información al respecto, puso en marcha los mecanismos que lo llevarían directamente a su destino final.

Más allá de la evidente paradoja, aquí es interesante observar el poder de la creencia por sobre la realidad.

Las expectativas y cómo somos rehenes de ellas

Por definición, una creencia es una afirmación o una premisa que influye sobre nuestro pensamiento y nuestra conducta, sin que en realidad esa afirmación se encuentre fehacientemente demostrada o tengamos pruebas válidas que sustenten su veracidad.

Creer “algo” no es sinónimo de que ese “algo” efectivamente exista. Sin embargo, el mero hecho de creerlo, muchas veces alcanza para convertirlo en una realidad luego comprobable. Es por eso que debemos cuidar la influencia que juegan nuestras expectativas en nuestra forma de pensar. En la historia de Edipo, “creer” que iba a terminar con la vida de su padre fue lo que gatilló, ni más ni menos, a acabar con la vida de su progenitor.

El conjunto de nuestras creencias, antes que nuestra propia realidad, muchas veces determina las cosas que nos ocurren en la vida, y cómo nos sentimos. Así somos. Así funcionamos.

Creencias que nos generan estrés y ansiedad

Ciertas creencias suelen estar en la base de la vulnerabilidad al estrés. Veamos algunos casos típicos.

1. Ramiro, quiere ligar mostrándose excéntrico

Ramiro cree que para poder atraer y conquistar a una chica, se tiene que mostrar excéntrico, ingenioso y sofisticado. “Si me muestro tal cual soy, no le voy a gustar a nadie”, se dice a sí mismo.

Bajo esta premisa, cuando Ramiro sale por primera vez con una chica, se calza un personaje que en realidad le resulta totalmente ajeno. En su afán por agradar, no para de hablar de sí mismo, de destacar sus valores, de alardear abiertamente de sus virtudes y maximizar sus logros.

Que a nadie le sorprenda que Ramiro no tenga novia. Las mujeres que han salido con él lo califican como poco espontáneo, ególatra y aburrido. El pobre muchacho nunca pasa de la primera cita. Una vez más, este Edipo moderno toma el vuelo que lo lleva sin escalas a la perdición.

2. Silvia, siente la necesidad de tener pareja

Silvia, por otra parte, cree que es imposible vivir sin amor. Y con tal de sentirse querida por su pareja es capaz de todo.

Evita los conflictos por cualquier medio, porque piensa que una pelea puede desencadenar en la ruptura de la relación. En este contexto, Silvia nunca discute por nada con Franco, cierra la boca ante cada cosa que hace él y le molesta; y acepta de inmediato, ya sea que esté de acuerdo o no, todo lo que él dice o propone.

Silvia cree que hay que inmolarse por amor, y así se desarrolla su relación de pareja, hasta que un buen día, Franco, exasperado por tanta sumisión, pasividad y falta de iniciativa, decide terminar repentinamente con la relación.

A quien le pregunte, Franco no tiene reparos en explicar que él necesita una auténtica mujer a su lado, no una hija, ni mucho menos una sirvienta.

3. Carla, está convencida de que su prometido le es infiel

Carla está de novia con Fernando, un importante abogado, y desde hace algún tiempo se le ha metido en la cabeza la idea de que su pareja le es infiel.

Por su profesión, el hombre pasa mucho tiempo fuera, pero más allá de eso, en realidad Carla no tiene ninguna prueba de que su novio la engañe.

No obstante, Carla está obsesionada. Permanentemente le revisa el teléfono celular en busca de algún indicio incriminatorio, lo llama infinidad de veces al día solo para controlar donde se encuentra, y se enoja y lo regaña con frecuencia, ante pequeños deslices de él, como por ejemplo llegar diez minutos tarde cuando se encuentran para hacer algo juntos, hecho que para ella siempre es significativo y la lleva a sospechar que “anda en algo turbio”.

Asustada y resentida con su novio por las ideas que se gestan en su propio cerebro, antes que por la realidad, Carla pasa buena parte del día de mal humor. A modo de venganza ante las improbables fechorías de él, la mitad del tiempo lo trata con fría indiferencia y la otra mitad está bien predispuesta para discutir a propósito de cualquier nimiedad.

No importa cuántas veces él le diga todo lo que la quiere, que le regale bombones, que la lleve a cenar todos los fines de semana, o le obsequie para el día de la novia un día completo en un spa; Carla desatiende sistemáticamente todos estos gestos positivos y continúa obstinada en su búsqueda infructuosa por demostrar la veracidad de sus creencias paranoides.

En este contexto, Fernando, por supuesto, se siente desatendido, no correspondido en su amor por ella y muchas veces maltratado. En ocasiones hasta bromea con sus amigos diciendo que se ha enamorado de una oficial de la Gestapo.

Un día, por casualidad, sin que se lo proponga, Fernando conoce a una chica que es la hermana de un cliente. Ella le impresiona como cordial, simpática y desestructurada. Se gustan y antes de que quieran darse cuenta, terminan tomando un café y conversando en un bar cercano a Tribunales, y luego… Bueno, dejo librado a la imaginación del lector lo que ocurre luego.

Alcanzado este punto, probablemente si la relación con Carla no hubiese estado tan deteriorada por su infatigable desconfianza, Fernando no se hubiera tentado ni tenido la necesidad de buscar afecto en otra mujer.

Carla, al igual que los personajes anteriores de estas pequeñas historias de ficción inspiradas en casos reales de mi experiencia clínica, ha sido la artífice de su propio destino.

La importancia de no dejarnos guiar ciegamente por nuestras creencias

Dejamos así establecido que nuestras creencias y expectativas afectan la forma en cómo nos percibimos y percibimos a los demás, y puede llevarnos por el camino equivocado.

Para colmo de males, estamos siempre bien predispuestos a buscar evidencias que confirmen nuestras creencias previas, y somos muy remolones para buscar evidencias en contra. Somos grandes entusiastas a la hora de corroborar lo que pensamos, y de igual pereza para indagar en los motivos por los que podríamos estar equivocados.

La paradoja aquí es que, muchas veces, procurar desestimar nuestras propias opiniones constituye el camino más sensato para saber si estamos en lo cierto o no.

Creo que conviene revisar periódicamente todo aquello en lo que creemos, sobre todo si es negativo, porque podría estar ejerciendo un poderoso impacto en nuestro día a día, sin que seamos conscientes de ello, y empujarnos, sin que nos demos cuenta, a crear una realidad que no nos favorece.

Alguien dijo en una ocasión: “define una realidad, y será una realidad en sus consecuencias”. Es absolutamente cierto. Edipo puede dar cátedra de esto.

Psicólogo y neuropsicólogo

Licenciado en Psicología, graduado con diploma de honor y medalla al mérito académico. Cuenta con un doctorado en neurociencias cognitivas y se especializó en neuropsicología. Desde hace años, su interés de investigación se centra en el estudio del cerebro y su relación con la conducta. Ha publicado trabajos acerca de psicología experimental en revistas especializadas, y disertado como invitado en diversas jornadas afines a estos temas. Es asimismo escritor y columnista sobre psicología, neuropsicología y neurociencias cognitivas en publicaciones de divulgación cultural y científica.

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