El miedo a las conversaciones es un factor que puede limitar la calidad de vida de muchas personas. Hay gente que tiende a verse recluida y aislada en su propio universo mental simplemente por el miedo a no saber gestionar los diálogos o a dar una mala imagen de sí misma, bloquearse sin saber qué decir o, simplemente, a mostrarse visiblemente nerviosa.
Por supuesto, hay diferentes grados e intensidades en las que se puede dar el miedo a hablar, pero lo cierto es que el hecho de quedarnos anclados en una timidez contraproducente puede limitar nuestras opciones y nuestra libertad haciendo de nuestras vidas algo innecesariamente complicado.
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¿Cómo tener más labia? Aprendiendo a hablar sin temor
Solucionar estos miedos aprendidos requiere esfuerzo, tiempo y sobre todo práctica, pero tener unas referencias teóricas puede ayudar a que este proceso resulte más fácil y llevadero. La lectura de las claves que se presentan a continuación puede ser una buena manera de afrontar este reto durante las primeras etapas de ir mejorando esa capacidad para "tener labia".
1. Culturizarse
Este es una paso que exige dedicación durante años y cuyo valor, por supuesto, va mucho más allá de sus implicaciones en nuestra manera de relacionarnos con las personas... además de ser muy estimulante y divertido. Simplemente, podemos hacer que nuestro mundo de referencias se amplíe aprendiendo sobre nuevos temas y empapándonos con cosas que antes no conocías.
Recuerda que una buena conversación casi siempre está enriquecida con referencias culturales que tienen que ver con elementos que no están presentes en el entorno inmediato en el que se produce el diálogo. ¿Por qué no empezar amando lo que nos gusta para ir ampliando nuestro conocimiento?
Así, una conversación acerca de nuestros intereses o áreas de estudio y trabajo puede ganar en valor y relevancia si hay muchos temas que te interesan y sobre los que sabes cosas. Pero, además, nuestra autoestima mejorará si creemos que siempre vamos a tener temas de conversación en prácticamente cualquier situación, lo cual hará que sea más difícil que nos bloqueemos por no saber qué decir.
2. Salir de la zona de confort con autoinstrucciones
Si partimos de una situación en la que iniciar una conversación o participar en una que ya está en curso nos suele producir nervios, hay que asumir que mejorar nuestra labia conllevará esfuerzo y momentos de cierta incomodidad inicial. Este hecho hará que, si no hacemos nada para remediarlo, adoptemos una actitud pasiva cuando podríamos estar hablando, evitando iniciar diálogos con otras personas o respondiendo con monosílabos y frases cortas para no poner en riesgo nuestra imagen ante los demás. Para, en definitiva, hacer que no nos lleguen a conocer demasiado.
Si queremos romper esta dinámica, necesitamos "autoobligarnos" a participar en diálogos complejos, renunciando a los objetivos a corto plazo (no exponernos a los nervios y al riesgo de quedar mal) en favor de los objetivos a largo plazo (tener una vida social más rica y mejorar nuestro modo de relacionarnos con las personas). El simple hecho de empezar a crear situaciones de comunicación fluida en complicidad con nuestros interlocutores es, en sí, la base de aquello en lo cual consiste tener labia.
Las autoinstrucciones
Las autoinstrucciones son parte de esta solución. Su aplicación consiste, simplemente, en ponernos objetivos y metas personalizadas y muy concretas a ir realizando de manera secuencial al inicio del proceso de hablar con alguien. Para que las autoinstrucciones sean simples, debemos tenerlas en mente cuando queramos empezar a hablar, y también deberemos aprender a relacionar lo que nos pasa y lo que experimentamos con estas instrucciones que hemos memorizado.
Renunciando a las excusas
Un primer grupo de autoinstrucciones deben estar dirigidas a detectar las excusas que utilizamos para no tener que hablar y, así, neutralizarlas. De este modo, si nos damos cuenta de que estamos aferrándonos a una idea que nos permite seguir sin dialogar con alguien y mantenernos en nuestra zona de confort (por ejemplo, "parece cansado, mejor no molestarle") el hecho de ir prevenidos contra esta forma de racionalización de las excusas hará que nos veamos forzados a seguir con el plan previsto.
Usando autoinstrucciones para romper el hielo
El segundo grupo de autoinstrucciones puede aplicarse para poder iniciar la conversación, forzarnos a dirigirnos a la persona con la que queremos hablar y haciendo que ella se involucre en el diálogo. Sin embargo, cabe decir que las autointrucciones deben ser dejadas de lado una vez que el diálogo ya ha empezado, porque seguir un guión para hablar con alguien hará que este resulte artificial y poco espontáneo.
3. Aprender a escuchar
Una de las facetas más fáciles de participar en una conversación es dejar que la otra persona lleve las riendas del diálogo y el tema de la conversación. Así, si estamos empezando a tomar medidas par abandonar el miedo a conversar y aún hay cosas que nos cuesta mucho esfuerzo hacer, adoptar el rol de "el que escucha" es una muy buena opción para más tarde poder ir progresando a partir de ahí.
De este modo te acostumbrarás a relajarte y a, simplemente, ir siguiendo el hilo de la conversación. De este modo, como no experimentarás los nervios que a veces aparecen cuando se duda constantemente si es mejor decir algo o no, podrás prestar atención a lo que se dice y tener más oportunidades para idear formas creativas de utilizar la información que recibes para devolverla en forma de respuestas adecuadas, ingeniosas o, en general, significativas para los demás.
De hecho, la capacidad para saber escuchar y aportar elementos interesantes a partir de lo que la otra persona ha dicho es una característica típica del buen conversador. ¿Conoces el concepto de escucha activa?
Para aprender a conversar hay que aprender a olvidarse de la imagen que estamos dando y, simplemente, sumergirnos en lo que la otra persona está diciendo, dirigiendo hacia su discurso casi toda nuestra atención. Esto puede ser complicado si empezamos el diálogo estando muy nerviosos, pero con práctica se puede conseguir.
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4. Perderle el miedo a la creatividad
Si cambiamos nuestra filosofía de vida para que los elementos más creativos y estridentes puedan tener cabida en ella, nuestras conversaciones pueden ganar en naturalidad y capacidad para divertir. Para ello es bueno empezar con nuestras amistades cercanas.
Más que utilizar chistes, que muchas veces resultan típicos y no son de nuestra invención, lo que se puede hacer es comunicar, directamente, aquellas ideas o asociaciones que se nos han ocurrido y que nos resultan divertidas. Independientemente de que lo sean o no, normalmente el humor con el que las comuniquemos contagiará a los demás por nuestra sonrisa y el modo en el que la decimos.
El hecho de ver que los demás reaccionan positivamente a esas pequeñas invenciones verbales espontáneas hará que, a su vez, ganemos mayor confianza en nosotros mismos, lo cual nos lo pondrá más fácil la próxima vez, reforzará nuestra autoestima y nos permitirá conversar de manera más fluida.
5. Evitar los monólogos postizos
A la hora de perder el miedo a hablar, una parte de nosotros puede pedirnos que, ya que vamos a tener que relacionarnos con alguien, al menos actuamos como si ese alguien no existiera, adoptando nosotros el papel de monologuistas y apabullando a nuestra audiencia con un torrente de frases (memorizadas) sin esperar demasiado feedback de aquellos que nos escuchan. Es por eso que hay que tener en cuenta que en todo diálogo ha de haber un espacio para la naturalidad y la empatía.
Si estamos planeando participar en un diálogo y nos damos cuenta de que nos estamos preparando frases largas o directamente un párrafo de lo que podría ser nuestra biografía, lo mejor que podemos hacer es cambiar de estrategia y apostar por el cortoplacismo: simplemente, iniciar una conversación de manera simple y haciendo que la otra persona pueda participar inmediatamente después, para establecer una conexión empática.
De este modo, ya habremos hecho lo más difícil: iniciar un diálogo. Ya nos encargaremos después de convertir este intercambio de ideas en algo significativo; normalmente, esto ocurre de forma natural si tenemos algo que decir y no nos ciega el miedo.
6. Prestar atención a lo que ocurre en el contexto
Una parte de las conversaciones está siempre relacionada con el contexto en el que se realiza. Por eso, a la hora de hablar hay que tener en cuenta que hay ciertas convenciones y expectativas relacionadas con el espacio y el momento en el que se establece el diálogo. Es necesario tener en cuenta esto para poder adaptarse a la situación, pero más allá de los contextos muy formales como los que tienen que ver con el ámbito profesional y laboral, tampoco merece mucho la pena obsesionarse con el tema, ya que eso puede matar nuestra creatividad y nuestra capacidad para sorprender.
Pero, además, prestarle atención a lo que ocurre a nuestro alrededor en tiempo real nos dará oportunidades para hacer que la conversación siga fluyendo a partir de lo que vamos observando. Ver el entorno en el que hablamos más como un cúmulo de posibilidades para alimentar el diálogo más que como un aspecto limitante de este hará más fácil que le perdamos el miedo a las conversaciones.
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