Cariño, amistad, amor... son conceptos vinculados al hecho de manifestar una vinculación emocional con otra persona, la cual es relevante para nosotros y a la cual nos sentimos unidos.
Se trata de un tipo de relación afectiva de gran importancia para nosotros y que surge ya desde la infancia con nuestros padres, familiares o cuidadores principales (posteriormente ello marcará nuestra forma de relacionarnos no solo con ellos sino también con el resto de personas).
Pero no todos tenemos los mismos modos de relacionarnos o vincularnos con los demás, dependiendo ello de nuestras vivencias y percepciones respecto a lo que implica tipo de relación que mantenemos (predictibilidad, seguridad, expresión física del afecto…) o de factores como el temperamento. Es por ello que en realidad podemos hablar de varios tipos de apego. En este artículo veremos cuáls son.
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¿Qué es el apego?
Se entiende como apego al tipo de lazo emocional y afectivo que surge entre dos individuos y que genera la voluntad de permanecer en la cercanía o en contacto con el otro, con preferencia por lo general por la cercanía física. Este concepto es fundamental en las relaciones cercanas y la capacidad para sentirlo está presente durante toda la vida.
Es posible sentir apego por todo tipo de personas y seres, incluyendo mascotas, o incluso a objetos inanimados. No es algo específicamente humano, pudiendo observarse manifestaciones de apego en una gran cantidad de animales.
Este fenómeno ha sido estudiado por una gran cantidad de investigadores. Entre ellas destaca la figura de John Bowlby, creador de la teoría del apego. Este autor analizó el apego en los bebés para con las figuras maternas, explorando cómo los cuidadores se transforman para los niños en elementos que les transmiten seguridad, bienestar y afecto.
Su teoría inicialmente veía el apego como una relación cuya meta era la búsqueda de dichos elementos por parte del bebé, siendo un mecanismo de origen evolutivo y marcado en nuestros genes (no se trata de algo consciente) que permite resguardar al menor y hacerlo sobrevivir.
Otra gran figura del estudio del apego fue Mary Ainsworth, la cual investigó y realizó diversos experimentos que de hecho condujeron a la generación de una clasificación entre diferentes tipos de apego en la infancia.
Para ello llevó a cabo el conocido experimento de la situación extraña, en la que se analiza el comportamiento de los niños en presencia y en ausencia de la figura materna en una serie de situaciones que incluyen dejarlo solo, en presencia de un extraño y diversas combinaciones en las que se analiza la conducta con respecto al entorno y la búsqueda de seguridad en la madre cuando esta está presente.
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Los grandes tipos de apego en la infancia
Se han observado cuatro grandes tipo de apego en la infancia, extraídos de la observación del comportamiento de los bebés en experimentos como el de Ainsworth.
Estos tipos de apego se dividen principalmente en un único tipo de apego seguro (siendo este el tipo de apego mayoritario) y tres modalidades de apego inseguro.
1. Apego seguro
El denominado apego seguro, que se ha desvelado como el tipo de apego más habitual en la infancia, hace referencia a la existencia de un tipo de vinculación en la cual la presencia de la figura relevante permite una exploración del entorno relativamente tranquila, empleándola como un mecanismo o base segura a la cual volver en momentos de malestar o miedo. Dicha búsqueda se volverá activa de manera necesaria.
La ausencia o marcha de la figura de apego genera malestar y angustia, disminuyendo su actividad y manifestando preocupación, y su vuelta es siempre o casi siempre bien recibida. Esta búsqueda se deriva del conocimiento de que la figura de apego responderá a las propias necesidades en caso de necesidad.
2. Apego ambivalente
Un tipo de apego diferente del anterior, que entraría dentro de los tipos de apego inseguro, es el ambivalente o resistente. Este tipo de apego parte de la existencia de dudas con respecto a si la figura de apego va a responder verdaderamente a sus necesidades, no estando seguros de poder contar con su presencia.
Ello puede deberse a un contacto inconsistente en que las necesidades del niño a veces son atendidas correctamente y en otras o no son atendidas o bien no son bien entendidas, no sabiendo el pequeño qué puede esperar.
Los niños con este tipo de apego suelen mantenerse cerca de la madre o figura de apego en todo momento, en parte debido a la inseguridad, y su marcha genera un sufrimiento extremo. Pese a ello,la vuelta de esta no implica un acercamiento rápido y feliz sino un cierto rechazo y rencor ante lo que podrían llegar a considerar un abandono, aunque tienden a acercarse y buscar el contacto.
3. Apego evitativo
En este tipo de apego, también inseguro, podemos observar como el sujeto tiende a no buscar seguridad y protección en la figura de apego. Cuando se va no suelen mostrar grandes niveles de sufrimiento o miedo y su retorno no resulta especialmente celebrado, existiendo cierto nivel de indiferencia o evitación del contacto con ella.
El motivo de ello puede estar en que la figura de apego puede haberse considerado lenta o poco sensible a las necesidades del menor, especialmente en lo que se refiere a afecto y protección. Pueden sentirse no apoyados o que sus necesidades son rechazadas, lo que puede conducir a la evitación como manera de defenderse del malestar asociado a la sensación de abandono.
4. Apego desorganizado
Un tipo de apego mucho menos prevalente que ninguno de los anteriores, el apego desorganizado correspondería a una mezcla de los dos anteriores tipos de apego inseguro. Generalmente se suele observar en entornos en que las figuras de apego son a la vez positivas y negativas, fuente tanto de satisfacción como de daño. Es más habitual en situaciones de maltrato y violencia intrafamiliar.
Las conductas mostradas son inconsistentes: por un lado la ausencia de la figura de apego resulta intranquilizadora, pero a su vez puede relajarse debido a ello. Asimismo su regreso puede ser recibido con miedo o con alegría pero sin buscar la cercanía. Pueden buscar una evitación activa del contacto, o ir manifestando patrones extraños o cambiantes dependiendo de la situación .
Los estilos de apego en la adultez
Los anteriores tipos de apego están principalmente centrados en los que surgen a lo largo de la primera infancia, en interacción con la madre. Pero estos tipos de apego no se quedan igual, sino que a medida que el niño va creciendo y volviéndose un adulto el tipo de apego va generando un estilo de pensamiento y de relación interpersonal más o menos habitual.
En este sentido, podemos encontrar hasta tres grandes tipos de apego en adultos, según la investigación llevada a cabo por Hazan y Shaver en que hacían que personas adultas definieran el tipo de sentimientos que tenían en sus relaciones personales.
1. Apego seguro adulto
Alrededor de la mitad de la población tiene este tipo de apego, en el que por lo general no existe una preocupación frecuente por el abandono del entorno o por el excesivo compromiso.
En la interacción con los demás prevalece la comodidad, la tranquilidad y la confianza, siendo capaz de tener interacciones equivalentes con sus iguales y con otras figuras de apego. Se consideran merecedores de afecto y tienden a la calidez y estabilidad. La autoestima es buena, tienen independencia y buscan relaciones positivas.
2. Apego evitativo adulto
Una persona con apego evitativo va a tender de adulto a tener dificultades a la hora de confiar en los demás y a sentirse incómodo en relaciones íntimas. Generalmente los contactos suelen ser más superficiales, pudiendo existir incomodidad y dificultades a la hora de expresar aspectos profundos a los demás. Suelen ser menos sociables, aunque ello no implica que no puedan disfrutar de las relaciones. Pueden ser autorrepresivos, huidizos y aparentar frialdad.
3. Apego ambivalente adulto
El apego ambivalente se muestra en la adultez como una manera de relacionarse en la que se puede pensar que se es menos valorado de lo merecido. Las propias identidad y autoconcepto pueden estar dañadas, existiendo inseguridad con respecto a querer/no querer o ser/no ser querido. Se desea una relación íntima y profunda, pero ello puede generar a su vez una cierta reticencia y miedo. No es infrecuente que este apego genere situaciones de dependencia o codependencia, así como miedo al abandono.