Poner límites es fundamental si deseamos adaptarnos de manera activa a nuestro entorno laboral. La práctica de saber decir “hasta aquí” puede ser particularmente difícil cuando la persona que tenemos enfrente es alguien a quien apreciamos —por ejemplo, un compañero de trabajo—; cuando se trata de alguien que se encuentra en una jerarquía superior a nosotros —un jefe—; o, quizás, ante un cliente. A muchos de nosotros se nos ha instruido bajo el eslogan de “el cliente siempre tiene la razón” y, aunque cada uno puede tener su propia opinión al respecto de tal lema, lo cierto es que encubre la posibilidad de que el cliente esté comportándose de determinada manera que, dado el contexto, el trabajador considere que no es pertinente, correcto, o le gustaría que fuera de forma distinta.
Saber cómo establecer límites nos permite construir un clima laboral más armonioso y saludable, tanto para nosotros mismos como para los demás. Cuando hablamos de límites, es primordial poner el énfasis en el cómo poner límites, porque esta habilidad no se trata exclusivamente de expresar nuestras necesidades: influye también el tono que utilizamos, la claridad y precisión del vocabulario del que nos valemos, nuestra postura, gestos y lenguaje no verbal… Todas estas maneras de expresarse a la hora de poner un alto de forma beneficiosa pueden ser englobadas dentro de una categoría: la asertividad.
Aunque muchas personas consideran que ya saben cómo poner límites en el trabajo, la realidad es que el arte de expresar nuestras necesidades es un ejercicio del que siempre se puede aprender un poco más, porque no todos han desarrollado formas asertivas de comunicación en el entorno laboral. En este artículo reflexionaremos acerca de la asertividad y su importancia cuando queremos poner límites en el trabajo.
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¿Qué es la asertividad?
Como señalamos anteriormente, la asertividad es crucial para poner límites saludables en el contexto laboral, pero ¿qué es exactamente la asertividad? Pues bien, hay muchas definiciones acerca de la asertividad, pero podríamos convenir que es la habilidad necesaria para comunicar de forma respetuosa y pertinente lo que uno siente y, asimismo, tomar con respeto lo que sienten los demás.
Esto último es importante, ya que los preconceptos que las personas suelen tener de la asertividad están teñidos de cierto egoísmo; se considera que es una habilidad útil para hablar con honestidad, expresar los propios deseos y opiniones, pero no se pone en evidencia que tiene un componente receptivo, el de entender a los otros y respetarlos aunque estemos en desacuerdo.
Hay personas que se vinculan de forma interpersonal con mayor asertividad que otras debido a sus rasgos de personalidad, los entornos en los que han sido criadas, la cultura circundante y sus historias de aprendizaje. De todas formas, esto no significa que una persona no pueda aprender a desarrollar la asertividad para aprender a comunicarse de forma más adecuada, clara y precisa.
Lo primero que hace falta para comenzar a desplegar una mayor asertividad en las relaciones sociales, en primera instancia, es tener la intención de aprender a hacerlo y la disposición y aceptación a los errores que se cometerán en el proceso. En ese sentido, Eva Bach dice que “la asertividad es para gente extraordinaria”: la extraordinariedad no supone tener una capacidad innata para vincularse de forma asertiva. Al contrario: son las personas que asumen su imperfección a la hora de relacionarse con otros, que admiten sus propias limitaciones, que reconocen que sus puntos débiles inciden en los demás y que, así y todo, están dispuestas a trabajar en sí mismas para vincularse de una forma distinta con ellas mismas y la gente que las rodea.
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La asertividad a la hora de poner límites en el trabajo
Desarrollar la asertividad en el trabajo brinda la posibilidad de forjar vínculos más honestos, saludables y recíprocos entre personas que han de compartir una suma de tiempo significativa, semana tras semana. La asertividad no puede asegurar que todas las relaciones sociales en el trabajo culminen en una amistad, sino que, incluso en momentos de conflicto y discordancias, sea posible intercambiar información para arribar a una solución.
Los diálogos poco asertivos en los que una persona intenta ponerle un límite a otra se caracterizan por tener poca o nula precisión en las palabras elegidas para expresarse. La comunicación asertiva al poner límites supone que la persona sea capaz de lograr cuatro claves: describir de la forma más precisa y explícita posible cuál es su necesidad, señalar por qué se considera que la otra persona está transgrediéndola, sugerir qué conducta alternativa podría adoptar el otro y mostrarse receptiva al feedback o retroalimentación.
1.Expresar una necesidad
Lo primero para poner un límite es expresar qué es lo que uno mismo necesita de forma clara y evitando teñir de juicios o de “culpas” esta afirmación. Por ejemplo, en lugar de decir a nuestro jefe “me has hecho sentir un tonto cuando me llamaste la atención frente al resto del equipo”, una forma más efectiva de comunicarnos con él para llegar a una solución podría ser: “me sentí un tonto cuando (…) y necesito conversar contigo al respecto”.
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2.Describir la conducta del otro
En segunda instancia, es crucial adoptar una actitud descriptiva, es decir, ceñirse a los hechos que verdaderamente ocurrieron en la realidad y que pueden servirnos para explicitar qué actitud de la otra persona nos ha molestado o quisiéramos que modifique. Siguiendo con el ejemplo anterior, si le decimos a nuestro jefe que nos sentimos tontos cuando nos “llamó la atención frente al resto del equipo”, podría tratarse de una descripción algo general y vaga y que podría prestarse a confusiones.
A fin de cuentas, no existe un consenso universal acerca de lo que supone llamar la atención; una reprimenda podría tener un contenido u otro, ser expresada de forma clara o agresiva, tener un tono de voz fuerte o suave, etcétera. Por ese motivo, lo más eficaz es ajustarse lo más que podamos a la realidad: “Me sentí un tonto cuando, en la reunión del viernes por la tarde, expusiste que mi informe tenía graves problemas mientras tomábamos un café con mis compañeros”.
3.Sugerir una conducta alternativa
De poco sirve decir que cierto comportamiento de otra persona nos molestó si no ofrecemos una alternativa. La alternativa es la forma en la que nos gustaría que la otra persona sustituya su conducta inicial de manera que respete el límite. Por ejemplo, podríamos decir: “Entiendo que mi informe no haya cumplido con los requisitos esperados y que necesite de una revisión. Sin embargo, me gustaría que la próxima vez expongas los problemas de mi informe en privado y no frente al resto del equipo”.
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4. Mostrarse receptivo
Por último, un aspecto que suele olvidarse en la comunicación es mostrarse receptivo a la opinión del otro. Existe la posibilidad de que nuestro jefe nos diga que él considera que exponer los problemas de un informe en público puede ser de gran utilidad para el resto del equipo. Ser receptivos a la discordancia con los demás no es sinónimo de estar de acuerdo, sino mostrarnos disponibles a escuchar a la otra persona de forma atenta y respetuosa. No debemos interrumpir mientras el otro está hablando aunque estemos en desacuerdo. Cuando sea nuestro turno de hablar, podemos afianzar nuestra posición o modificarla.