La poetisa americana Emily Dickinson (1830-1886) es una de las personalidades más enigmáticas de la literatura. Los veinte años que pasó recluida en la casa paterna en Amherst, Massachusetts, han dado pie a numerosas teorías acerca del porqué de su soledad y retraimiento.
Sea como fuere, Emily Dickinson compuso durante su vida más de 1.000 poemas, redactados con un lenguaje críptico, tan misterioso como ella. Solo después de su muerte estos poemas vieron la luz y la consolidaron como uno de los grandes exponentes de la poesía de Estados Unidos.
Hoy hablamos de una de las grandes poetisas de la Edad de Oro de la literatura norteamericana: Emily Dickinson.
Breve biografía de Emily Dickinson, la gran poetisa norteamericana
De la biografía de Emily Dickinson no es que se sepa poco; es que no hay mucho que saber. Nuestra poetisa tuvo una vida absolutamente convencional: durante prácticamente la mitad de su vida apenas salió de la casa familiar.
Sin embargo, su poesía no era para nada convencional. De hecho, su extraña belleza y su críptico mensaje han cautivado durante decenios al público, y los especialistas en su obra se han desesperado por saber qué pretendía Emily transmitirnos.
Una vida (muy) convencional
Emily Dickinson nació en Amherst, Massachusetts, el 10 de diciembre de 1830. Era la segunda de tres hermanos, con los que siempre mantuvo una buena relación. De hecho, Lavinia, su hermana pequeña (llamada Vinnie por sus allegados) tampoco se casó y también permaneció en la casa familiar de Amherst, hogar que la familia denominaba cariñosamente Homestead.
Su padre era el abogado Edward Dickinson, con el que Emily siempre mantuvo una relación fría y distante. Con su madre, que llevaba su mismo nombre, tampoco tuvo un vínculo demasiado cercano, hasta el punto de que, en una de las cartas que escribió al editor Thomas W. Higginson, le preguntó qué creía él que era un hogar. Después, Emily añadió: “Yo nunca he tenido madre...”.
Emily Dickinson siempre osciló como un péndulo entre su necesidad de introspección y su exacerbado amor por los suyos (familia y amigos), a los que amaba y necesitaba profundamente. Cuando murió su padre, en 1874, y a pesar de la relación distante que siempre habían mantenido, la poetisa escribió aquella célebre cita: “El Hogar está tan lejos del Hogar, después que mi Padre murió”.
No obstante su aislamiento (o quizá, gracias a él), Emily mantuvo toda su vida una extensa relación epistolar con amigos y con diversos personajes; entre ellos, su editor y amigo Thomas W. Higginson (1823-1911) que realizó una curiosa semblanza de Emily cuando la visitó por primera y única vez en su retiro de Amherst. Higginson la describió como una mujer “menuda y sencilla”, un tanto azorada, con ademanes infantiles...
¿Era verdad aquel retrato, y Emily estaba atrapada por su espíritu de niña? ¿O puede que (y como sostiene Laura Freixas, especialista en mujeres escritoras) todo fuera una "pantomima" para justificar su tan ansiado aislamiento? Recordemos que, en el siglo XIX, los únicos papeles reservados para la mujer eran, precisamente, el de "virgen" o el de "esposa". Si Emily no era lo segundo, forzosamente tenía que ser lo primero... si no quería que la tacharan de "loca", el amable epíteto reservado para aquellas mujeres que no seguían el camino impuesto a su sexo.
Convirtiéndose en Emily Dickinson
Tras acabar sus estudios en la Amherst Academy (fundada, por cierto, por su abuelo) Emily ingresa en el Mount Holyoke Female Seminary, una institución donde imperaba un calvinismo severo e intransigente que pronto empieza a ahogarla.
Y es que Emily tiene fe, pero se trata de una fe extremadamente particular, tan particular como sus poemas. Su espíritu entero desprecia la religiosidad que la rodea; ella se siente más cómoda profundizando por sí misma en lo misterioso y lo eterno, que intuye en cada minuto, en cada rincón, y que transcribe, casi mecánicamente ("espasmódicamente", como sentenciará su amigo Higginson) en sus poemas. Son estos los años de sus primeras poesías, en las que aparecerán los temas que le acompañarán el resto de su existencia: la vida, el amor, la muerte, la eternidad.
En 1852, su hermano mayor, Austin Dickinson, se casa con una amiga de la infancia de Emily, Susan Gilbert, que será (y especialmente a partir de su traslado a la casa vecina, The Evergreens) la persona más querida de la poetisa.
Susan Gilbert: ¿un gran amor?
Precisamente sobre esta relación han corrido ríos de tinta entre los estudiosos de Emily Dickinson. Últimamente, triunfa la tesis de que, efectivamente, Susan Gilbert fue el gran amor de la poetisa, aunque sigue sin quedar claro si este amor era correspondido y si traspasó la barrera de amor platónico para convertirse en real.
Existen otros estudiosos que dudan acerca de denominar "lésbico" el amor de Emily hacia su cuñada. En verdad, Susan fue la receptora de un sinnúmero de cartas de la poetisa de Amherst, y el tono de todas ellas es apasionado, casi sensual. Sin embargo, debemos ir con cuidado, puesto que se trata de otra época y de otras costumbres. Nos explicamos.
En la época victoriana, era bastante frecuente utilizar un lenguaje romántico para dirigirse a personas muy queridas, aunque no constituyeran intereses amorosos. Por ejemplo, se conservan las cartas de una condesa que se dirige a su hija en términos parecidos: "no puedo dejar de pensar en ti" o "no te apartas de mi pensamiento". En base a todo ello, no podemos sentenciar de forma clara que, en efecto, lo que sentía Emily hacia su cuñada fuera un amor sensual, y más teniendo en cuenta la manera tan peculiar con que la poetisa expresaba su amor hacia sus seres queridos.
De lo que sí podemos estar seguros es de que Susan Gilbert (Sue o Susie en la intimidad) fue una persona tremendamente importante para Emily, hasta el punto de que solo a ella hacía caso en cuanto a posibles correcciones o cambios de sus poemas. Para los demás, Emily Dickinson era muy hermética, y, a pesar de las recomendaciones de su amigo Thomas W. Higginson, que le dijo que sus versos eran "espasmódicos", la escritora siguió cultivando su más que peculiar estilo.
Los años desgraciados
La última etapa de la vida de Emily Dickinson está cubierta de sombras. Son los años de su reclusión casi absoluta en su casa de Amherst, de donde casi nunca sale. Existen testigos que aseguran que, para hablar con alguna visita, la poetisa lo hace a través de una puerta entornada, evitando así encontrarse cara a cara con su interlocutor.
¿Por qué Emily se encerró en Homestead? Si bien algunos autores sostienen que su reclusión obedeció a sus inseguridades y a su inestabilidad psíquica, otros afirman que solo la enfermedad de su madre la mantuvo en casa. Y es que Emily Norcross tuvo un terrible ataque en 1875, que la dejó postrada en cama y a merced de los cuidados de su hija. Por otro lado, también Vinnie, la hermana menor, cayó enferma en aquellos años, por lo que podemos imaginarnos a Emily ocupada entre los quehaceres de cuidadora y su poesía, que solía escribir en el amparo de la noche y en la intimidad de su habitación.
En 1874 falleció su padre; en 1878, su querido amigo Samuel Bowles, con quien también se había carteado largamente. En 1882, fallece el reverendo Wadsworth, de quien se dice que fue el primer y truncado amor de la poetisa, y también su madre. Finalmente, en 1883 fallece su sobrino, hijo de Austin y de su querida Susie, y al año siguiente, 1884, muere Otis Lord, con quien se sabe que Emily matuvo un romance y que incluso había pedido su mano.
Puede que todo este cúmulo de desgracias ensombrecieran el alma errante de Emily Dickinson. Además de todas estas muertes, la poetisa tuvo que soportar el adulterio de su hermano Austin, que engañaba a la querida Sue con Mabel L. Todd, una hermosa mujer casada recién llegada a la ciudad. De hecho, este romance separó definitivamente a las dos ramas de la familia, en lo que se ha venido a denominar "La guerra de las casas", e influyó enormemente en la publicación póstuma de los poemas de Emily, que ambas ramas se disputaban.
Emily Dickinson falleció en noviembre de 1885. Parece ser que sus últimas palabras se dirigieron a sus primas, que estaban con ella: "Primitas, me reclaman". La gran poetisa del infinito había entrado, por fin, en su elemento.


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