Eugène-François Vidocq: biografía del primer detective privado

La historia de Vidocq, ex convicto que trabajó para la policía de París y se convirtió en leyenda.

Eugène-François Vidocq

Con justicia le han llamado “el primer detective de la historia”. Y es que el mundo de la investigación criminal debe mucho a Eugène-François Vidocq, puesto que fue él quien, a principios del siglo XIX, estableció las bases de la criminología moderna.

Por otro lado, ¿qué habría sido la literatura policíaca sin él? El mismísimo Edgar Allan Poe se inspiró en Vidocq (o eso dicen) para dar vida al detective Auguste Dupin de Los crímenes de la calle Morgue, y Émile Gaboriau, el célebre escritor de novela negra francés, lo tomó como modelo para su Monsieur Lecoq (el nombre, con esa “q” que cierra el apellido, ya es bastante “sospechoso”).

Pero si por algo es famoso Eugène-François Vidocq (en algunas fuentes, su nombre aparece al revés, François-Eugène) es por haber inspirado a uno de los personajes más grandes de la literatura universal: Jean Valjean, el exconvicto al que dio vida Victor Hugo en su novela Los miserables y que, como veremos, guarda muchas semejanzas con nuestro personaje.

Breve biografía de Eugène-François Vidocq: de exconvicto a detective

La vida de Vidocq es digna de una película de aventuras. De hecho, ya se han realizado dos producciones cinematográficas basadas en su historia: Vidocq, el mito, dirigida en 2001 por Pitof y protagonizada por Gérard Depardieu, y la más reciente El emperador de París (2018), de Jean-François Richet, en la que Vincent Cassel da vida al legendario personaje.

Incluso sus contemporáneos sabían el filón que suponía la vida del exconvicto convertido en detective. Cuando, en 1828, se publicaron sus Memorias (nada menos que en cuatro tomos), estas fueron un éxito de ventas sin precedentes. Todos querían saber sobre el famoso Vidocq, el mítico ladrón que había conseguido fundar la primera agencia de detectives de la historia.

Robos, cárceles y deserciones

De Vidocq se puede decir, como afirma el refrán, que ya apuntaba maneras. Y es que con sólo trece años mete mano al cajón del dinero de su padre, un modesto panadero de la ciudad de Arrás, en el Artois francés, y le roba nada menos que 2000 francos, con los que pretende embarcarse a América. Antes que eso, según algunas fuentes, ya robaba barras de pan a su propio progenitor, confabulado con su hermano.

Enterado el padre del robo, denuncia al pequeño Eugène-François y el adolescente pasa diez días en la cárcel. Al salir no parece haber aprendido la lección (era, además de ladrón, frívolo, seductor y pendenciero), por lo que el hastiado Monsieur Vidocq padre lo alista en el ejército, donde, para variar, se convierte en un soldado poco o nada ejemplar. Parece ser que en una ocasión agrede a un superior (acto que está condenado con la pena capital) al renunciar este a batirse en duelo con él, por lo que debe huir rápidamente y refugiarse de nuevo en Arrás.

No le durará mucho el acto de contrición que realiza ante su familia. Tras servir al ejército revolucionario francés, Vidocq se alista en las fuerzas contrarrevolucionarias austríacas, las supuestas enemigas de su patria. Al parecer, al joven François (tiene ya casi veinte años) le importa bien poco de qué lado están sus simpatías. Lo único que le interesa (y lo único que le interesará aparentemente en toda su vida) es su propio beneficio.

A partir de entonces, la existencia de Vidocq hasta su reclutamiento por parte de la policía de París va a ser una peregrinación por todas las cárceles de Francia, en las que a veces cumple condena y otras, directamente, escapa, usando una táctica que luego le dará gran fama: el disfraz. Y entre cárcel y cárcel, robos y tejemanejes varios. En Bélgica, por ejemplo, se une a una banda de criminales, tras lo que regresa a la capital francesa y derrocha el dinero en fiestas y prostitutas. En 1801, en Boulogne, se une a un barco de corsarios que se dedica a asaltar navíos ingleses (recordemos que es la época de las guerras napoleónicas), por lo que es llevado de nuevo a prisión… Lentamente, se va forjando la leyenda.

El criminal que trabaja para la policía

No están muy claros sus pasos hasta que se instala definitivamente en París a sueldo de la policía de la ciudad. En sus Memorias encontramos evidentes exageraciones y deformaciones de la realidad, cuando no invenciones directas. Es difícil reconstruir la trayectoria de Vidocq antes del año 1809, cuando, tras ser detenido por la policía parisina, les hace una curiosa propuesta.

De nuevo podemos poner en duda la veracidad de la anécdota, pero así es como ha trascendido a la historia. Parece que la policía echa finalmente el guante al criminal, pero, en el momento en que se lo llevan a prisión, Vidocq propone que lo contraten para trabajar para ellos. Ante la sorpresa del responsable, François sonríe y les dice: “Está bien, llevadme a prisión. Si consigo deshacerme de estos grilletes por el camino y regresar aquí con usted, me contratais”.

Dicho y hecho. Sorprendido por la eficacia del preso, el superior consiente en contratar los servicios de Vidocq. En un primer momento, su misión es permanecer atento en las prisiones de París (Bicêtre y La Force), y dar el soplo a la policía de lo que allí se cuentan los presos. Y Vidocq realiza tan sumamente bien su papel que pronto las autoridades simulan una fuga para sacarlo de allí. A partir de ahora, Vidocq trabajará para ellos directamente en las calles de París.

La Sûreté

La presencia de Eugène-François Vidocq en París conlleva el arresto de centenares de criminales muy buscados por la policía. El ex convicto es único para rastrear, olfatear las pistas y dar con los susodichos. Al parecer, es gracias a él que la investigación policial adquiere una nueva dimensión; se le adjudican diversas innovaciones, entre ellas, los primeros análisis de balística, a través de los cuales se pudo empezar a determinar con qué arma había sido disparada una bala.

En 1811, y bajo la protección del prefecto Pasquier, François propone la creación de la Brigada de Seguridad (embrión de la futura Sûreté Nationale), y se adhiere a ella al mando de doce detectives, en su mayoría ex criminales como él. Sin duda, estos procedimientos serían más que discutibles hoy en día, pero a principios del siglo XIX no existían demasiados escrúpulos, como vemos.

Diversos acontecimientos se suceden en Francia en ese convulso siglo XIX; después del imperio de Napoleón y la restauración monárquica, vienen las nuevas revoluciones. Tras la de 1830 y la subida al trono de Luis Felipe de Orléans, Eugène-François cae en desgracia y es obligado a abandonar la Sûreté. Comienza una nueva etapa para el incombustible Vidocq.

El primer detective privado

La agencia de detectives que Vidocq funda en 1833 está considerada la primera de la historia, puesto que, si bien a finales del siglo XVIII ya existían ciertas “agencias de información”, la verdadera innovación de François será añadir la investigación privada.

Vidocq tiene casi sesenta años cuando se pone al cargo de Le bureau des renseignements, que no sólo se dedicará a temas de carácter económico, sino también de ámbito privado. Para no perder la costumbre, los detectives bajo su mando son también ex convictos. El caso es que el Bureau tuvo un increíble éxito, que no hizo más que alimentar la fama de Vidocq.

Recelosa, la policía “oficial” hizo todo lo posible por cerrar el negocio de nuestro protagonista. Parecía que lo conseguirían en 1842, año en que se acusó a François de detención ilegal y de malversación de fondos. Vidocq apeló y salió absuelto, aunque el asunto de la malversación no debería ser tan desatinado, puesto que el exconvicto había acumulado nada menos que un millón de francos (y, como agente de la Sûreté, “sólo” cobraba 5000 al año).

El fin del Bureau vino en 1847, cuando, viejo y cansado, Vidocq se retiró de la escena pública y cerró el negocio. Para entonces ya era una celebridad en Francia, pues sus Memorias (1828) habían tenido un sonado éxito, al igual que las novelas que, animado por el triunfo, escribió más tarde (Los ladrones, de 1830, y Los verdaderos misterios de París, de 1844). En su obra literaria funde los recuerdos de toda una vida rastreando los bajos fondos, entre robos, duelos (era un pendenciero sin arreglo) y amoríos.

El que fuera una auténtica estrella mediática en el siglo XIX es casi un desconocido en nuestro mundo actual. El nombre de Eugène-François Vidocq apenas le suena a nadie, a no ser que se evoque a su alter ego literario: Jean Valjean, el eterno convicto de Los Miserables condenado por haber robado un pedazo de pan.

Vidocq, F.A. (2003). Memoirs of Vidocq, master of crime. Ak Press /Nabat.

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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