La ansiedad es una emoción que, en esencia, tiene una función adaptativa y es fundamental para la supervivencia y el funcionamiento diario del ser humano. Nos ayuda a mantenernos alerta ante posibles peligros, a prepararnos para afrontar retos y a movilizar los recursos necesarios para responder a las demandas del entorno.
Sin ansiedad, no sentiríamos la motivación para levantarnos por la mañana, trabajar, estudiar o tomar decisiones importantes. Es, en muchos sentidos, una aliada que nos impulsa a la acción. Sin embargo, cuando la ansiedad se experimenta con una frecuencia, duración o intensidad que sobrepasa los parámetros normales, deja de ser funcional y se convierte en un obstáculo.
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En estos casos, hablamos de ansiedad desadaptativa, que en lugar de ayudarnos a afrontar los desafíos de la vida, nos paraliza o genera un malestar significativo.
¿Por qué experimentamos ansiedad?
Las emociones cumplen una función fundamental en nuestra supervivencia. La ansiedad, en particular, activa el sistema de respuesta al estrés del organismo, preparándolo para la acción.
Cuando percibimos una amenaza, el cerebro envía señales al cuerpo para liberar hormonas como el cortisol y la adrenalina, lo que aumenta el ritmo cardíaco, acelera la respiración y tensa los músculos. Este mecanismo es útil en situaciones de peligro real, pero cuando se activa sin una amenaza objetiva, puede generar malestar y afectar nuestra calidad de vida.
El problema surge cuando la ansiedad deja de ser una reacción ocasional y se convierte en un estado persistente. En estos casos, la persona puede experimentar síntomas como inquietud, dificultad para concentrarse, fatiga, insomnio, tensión muscular y problemas digestivos. También puede manifestarse en forma de ataques de pánico, pensamientos intrusivos y preocupaciones constantes sobre el futuro.
El miedo como base de la ansiedad: afrontamiento y exposición
En la base de la ansiedad encontramos siempre un miedo subyacente, lo que podríamos denominar el miedo nuclear. Identificar este miedo central es fundamental para abordar la ansiedad de manera efectiva, pero también es uno de los mayores desafíos terapéuticos.
Muchas veces, el paciente solo es consciente de la manifestación superficial de su miedo, pero no de la raíz que lo perpetúa. Tomemos como ejemplo el miedo a volar. En consulta, es común encontrar pacientes que han decidido enfrentarse a su ansiedad y han tomado un vuelo.
Sin embargo, al analizar su experiencia, observamos que, en muchos casos, han recurrido a estrategias de evitación encubierta. Por ejemplo, se distraen viendo una serie de Netflix, racionalizan los ruidos del avión para convencerse de que son normales, recurren a pensamientos tranquilizadores o buscan imágenes mentales que los relajen.
En otros casos, recurren a fármacos ansiolíticos, como el bromazepam (Lexatín), para mitigar la ansiedad. Aunque estas estrategias pueden parecer funcionales a corto plazo, en realidad constituyen mecanismos de evitación, pues el paciente sigue sin enfrentarse directamente al miedo real.
Desde un enfoque terapéutico basado en la exposición gradual, no basta con subirse al avión si la experiencia sigue siendo evitada a nivel cognitivo y emocional. Lo esencial es enfrentar el miedo real que subyace a la fobia: el temor a la muerte. Este reconocimiento puede ser impactante para el paciente, y muchas veces es difícil que se atreva a dar este paso sin una preparación previa.
Por ello, un componente esencial del tratamiento es regular los niveles fisiológicos de ansiedad antes de la exposición directa. La activación ansiosa extrema dificulta el aprendizaje y la habituación, por lo que es recomendable reducir la hiperactivación inicial a través de técnicas de relajación, respiración diafragmática y regulación emocional. Una vez que la ansiedad fisiológica ha disminuido, se puede proceder a la exposición progresiva al miedo nuclear.
El papel de los pensamientos en la ansiedad
Cuando el miedo está asociado a una amenaza concreta, como volar en avión o hablar en público, es más fácil diseñar estrategias de exposición progresiva. Sin embargo, en muchos casos, la ansiedad es de tipo cognitivo, lo que significa que está basada en pensamientos y no en estímulos externos específicos.
Las personas con ansiedad cognitiva pueden experimentar una rumiación constante, es decir, pensamientos repetitivos y negativos sobre situaciones hipotéticas. Por ejemplo, alguien con ansiedad laboral puede preocuparse continuamente por cometer errores, ser despedido o no cumplir con las expectativas de su jefe, incluso cuando no hay razones objetivas para pensar en un desenlace negativo.
Para abordar este tipo de ansiedad, es fundamental identificar los pensamientos automáticos negativos y desafiarlos con un enfoque racional. Algunas estrategias incluyen:
- Reestructuración cognitiva: Consiste en analizar los pensamientos ansiosos y cuestionar su veracidad. ¿Qué evidencia tengo de que esto realmente va a suceder? ¿Estoy exagerando la posibilidad de un evento negativo? ¿Cómo interpretaría esta situación si le ocurriera a otra persona?
- Aceptación de la incertidumbre: Muchas personas con ansiedad buscan tener control absoluto sobre el futuro, lo cual es imposible. Aprender a tolerar la incertidumbre y aceptar que no siempre podemos prever todos los resultados es clave para reducir la ansiedad.
- Técnicas de mindfulness y meditación: La práctica de la atención plena ayuda a entrenar la mente para enfocarse en el presente en lugar de preocuparse por el futuro. La meditación guiada, la respiración profunda y la relajación muscular progresiva pueden reducir significativamente los niveles de ansiedad.
Conclusiones
La ansiedad no es un estado con el que se deba aprender a vivir indefinidamente; es posible gestionarla e incluso eliminarla cuando se aplican las estrategias adecuadas. Aunque es una emoción natural y adaptativa, puede volverse problemática cuando se experimenta de manera crónica o intensa.
Comprender que el miedo está en la base de la ansiedad y que evitarlo solo refuerza el problema es un primer paso crucial. Enfrentar los temores, cambiar los patrones de pensamiento negativos y adoptar hábitos de vida saludables son estrategias clave para recuperar el bienestar emocional.
Si bien cada persona experimenta la ansiedad de manera diferente, es importante recordar que existen soluciones y que buscar ayuda profesional siempre es una opción válida. Con las herramientas adecuadas, es posible vivir una vida más tranquila y equilibrada, sin que la ansiedad sea un obstáculo constante.


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