Cada noche mi hija elige el cuento que vamos a leer para ir a dormir. Hoy ha escogido uno que hemos leído mil veces y a las dos nos encanta.
Esta vez lo he leído con calma. Otros días, más agobiada, leo rápido y a veces ni proceso lo que leo. En modo multitask leo mientras organizo en mi cabeza lo que haré después o al día siguiente. Hoy no era así, hoy era de los días que me gustan, que aprovecho este ratito y lo disfruto. Sentía que las dos estábamos conectadas y compartiendo el libro.
De repente, me sorprendió lo que me ocurrió; no me lo esperaba. Tuve lo que llaman serendipia, ese libro me inspiró y mi mente en menos de un minuto creó, visualizó, una dinámica para utilitzar con las personas que acompaño. La idea es buena, mucho, y siento ganas de probarla.
No obstante, vuelvo a conectar con el libro y con mi hija que me mira con sus ojos redondos abiertos. Al cruzar nuestras miradas sonríe y yo me derrito de amor; entro de nuevo al libro y con ella.
Más tarde, mientras espero que se duerma pienso en lo ocurrido, en lo cotidiano, en lo que mi vida me inspira en mi trabajo y en lo que el trabajo atraviesa mi vida también. Reciprocidad, puentes entre lo personal y lo profesional. De repente recuerdo una compañera que hace poco nos decía: “Tú puedes ofrecer lo que tienes”. Y siento que así es, así es con mis hijas y así es con las personas que acompaño, así es en mi vida personal y en mi vida profesional. En nuestra profesión, entiendo, somos un instrumento, un conector, un soporte, un lugar en el que descansar y donde observar el mundo emocional y relacional de la persona que atendemos y a la vez el nuestro. Ambas informaciones son valiosas para hacer el camino. Siento que la horizontalidad cada día tiene más sentido para mí cuando pienso desde donde quiero acompañar, desde donde quiero ejercer mi profesión.