En 2005, en España entra en vigor la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género para intentar intervenir ante problemas sociales como la violencia de género, la violencia doméstica o el terrorismo doméstico.
El Artículo 1.1 de mencionada Ley señala que que la violencia se produce como una manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y de las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres.
A pesar de que muchos creen que dicha desigualdad o “marginación” hacia el sexo femenino está siendo exagerada o que, directamente, no existe, pone de manifiesto que tal problema es debido a factores claramente psicosociales. Es por ello que desde la Psicología Social se han realizado estudios al respecto. Para resulver una problemática hay que entenderla, saber cómo opera y qué factores la reproducen.
Antecedentes en el estudio del estatus de la mujer
Janet Taylor Spence crea en los años 70 la Escala de Actitudes hacia las Mujeres, la cual resultó ser muy útil y lo continúa siendo en la actualidad. En ella, se miden creencia sobre los derechos y los roles de los hombres y las mujeres que evalúa un trato diferente entre ambos sexos recalcando que las mujeres no desempeñan determinadas labores tan bien como los varones.
Afortunadamente, los resultados de aplicación de dicha escala han ido variando a lo largo de los años y, aunque a día de hoy las mujeres continúan siendo más igualitarias que los hombres la puntuación de estos últimos ha aumentado. En nuestro país se ha creado la Escala Sobre Identidad de Género. Los resultados concluyen que los hombres con menor nivel educativo y de mayor edad puntúan en actitudes más prejuiciosas hacia el sexo femenino.
Teoría del sexismo ambivalente
La ambivalencia a la que se hace referencia en el nombre de esta teoría del sexismo hace referencia a la coexistencia de dos tipos de sexismo que se complementan entre sí: el sexismo hostil y el sexismo benevolente.
Sexismo hostil
Por el cual se considera a las mujeres como un grupo inferior que debe estar subordinado al control de los hombres. ¿Cómo podemos justificar su existencia?
Por el paternalismo dominante, según el cual subyace la creencia de que los hombres deberían tener más poder que las mujeres, por lo cual ellos tienen miedo a que ellas puedan usurparles dicho estatus de dominancia. Por ejemplo, en el ámbito privado dentro de una relación heterosexual es el varón el que debe tomar las decisiones importantes. Para un sexista hostil las características prototípicas de las mujeres (como su mayor sensibilidad) las hacen menos propensas a roles de mayor estatus.
Dentro de las relaciones heterosexuales, la hostilidad incluye la creencia de que las mujeres son manipuladoras con los hombres y que, además, ejercen poder sobre los hombres a través de la satisfacción sexual. Con la paradoja de que a pesar de que las consideren subordinadas, dependen de ellas sexualmente.
Sexismo benevolente
En este segundo se adopta una connotación “positiva” hacia la mujer pero supeditada a determinadas funciones. Esta clase de sexismo se explica por el paternalismo protector, según el cual, las mujeres dependen de los hombres y estos deben protegerlas. Por ejemplo, atender a las mujeres antes que a los hombres en caso de emergencia. La diferenciación de sexo complementaria para el sexista benevolente consiste en que las características femeninas los complementan, sin embargo, sus roles siempre van a ser de menos estatus que los que él puede o debe ejercer.
Por último, en este sexismo la intimidad heterosexual también está basada en la cooperación, sin embargo, la agresión física y psicológica hacia su pareja ha sido un modo de controlarlas para mantener la desigualdad.
¿Cómo reacciona un hombre ante el conflicto ambivalente?
Para resolver el conflicto psicológico desagradable que se presenta ante un hombre ambivalente hacia el sexo opuesto se puede optar por reaccionar de dos maneras.
En primer lugar, se puede dividir a la mujer en subpartes evaluando a cada uno de manera diferente. Así pueden, por ejemplo, amar a algunas mujeres (por ejemplo, sus hijas) y odiar a otras (por ejemplo, las que defienden la igualdad de género). El problema de esta forma de resolver el conflicto es que dicha subdivisón de las mujeres puede llevar a que no todas las mujeres encajen en alguna de esas categorías.
En segundo lugar, los sexistas pueden evaluar negativamente a mujeres poderosas pero respetarlas por ser competentes en su vida profesional. O al revés, sentir afecto hacia las mujeres subordinadas pero percibirlas como incompetentes. Lo que deben de tener en cuenta los sexistas es que, en la vida real, no interactúan con estereotipos sino con mujeres de carne y hueso que pueden englobarse dentro de muchas categorías (ama de casa, madre, trabajadora con puestos de responsabilidad, etc.) por las que tendrán sentimientos ambivalentes sobre todo si mantienen con ella algún tipo de vínculo social o afectivo.
Concluyendo
Las teorías que aborden el tema de los prejuicios sexistas deben entender la problemática como parte de una dinámica psicosocial. Por un lado, se debe estudiar sobre los estilos de pensamiento vinculados al sexismo, y por el otro se debe estudiar el modo en el que los individuos interactúan entre sí y con el entorno. De este modo se puede llegar a comprender un fenómeno tan complejo como este.
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