Era un adolescente apasionado por el baloncesto. Su talento era innegable, su energía en los entrenamientos era contagiosa y su deseo de mejorar, constante. Pero había un momento en el que todo se apagaba: justo antes de lanzar al aro. Ahí, en ese instante donde el cuerpo y la mente deben trabajar juntos, algo se interrumpía. Se bloqueaba.
Lo que parecía un simple fallo técnico escondía algo mucho más profundo. Su miedo no era a fallar el tiro. Su miedo era a lo que vendría después. A las miradas, a los susurros, a los comentarios de sus propios compañeros. “Si fallo, van a pensar que no sirvo para esto”, me dijo una vez. Su diálogo interior estaba secuestrado por las voces externas.
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El poder del diálogo interno
Uno de los primeros pasos que dimos fue observar qué mensajes se estaba repitiendo a sí mismo. Su voz interna era dura, exigente y castigadora. Repetía frases como “no soy bueno”, “voy a decepcionarlos”, “mejor paso el balón”.
Estas frases no solo limitaban su desempeño, sino que alimentaban el miedo al juicio externo. Así que comenzamos a trabajar en su diálogo interior. Cambiamos esas frases por otras más amables y realistas: “Estoy aprendiendo”, “un tiro fallado no me define”, “tengo derecho a equivocarme”.
Trabajamos en reconocer que la única voz con verdadero poder sobre su rendimiento debía ser la suya. Le enseñé a identificar cuándo estaba priorizando las opiniones ajenas y a volver a conectar con lo que él sentía, pensaba y quería.
Comenzó a entrenar esa voz interna como a cualquier otro músculo. Cuanto más la usaba, más fuerte se hacía. Poco a poco, su confianza volvió a crecer. Empezó a hablarse con mayor respeto, a motivarse desde dentro y a validar sus propias emociones y logros, más allá del resultado del tiro.
Resignificar el fallo
El segundo gran paso fue resignificar el fallo. ¿Qué significa realmente fallar un tiro? ¿Perder valor como jugador? ¿Ser menos capaz? ¿Fracasar? Le propuse que analizáramos cada fallo desde una perspectiva nueva: la del aprendizaje.
Cada vez que fallaba un tiro, lo registrábamos. ¿Cómo estaba posicionado? ¿Qué pensó justo antes de lanzar? ¿Dónde sentía la tensión en su cuerpo? Esa observación no era para juzgar, sino para comprender. Comenzó a ver cada error como una fuente de información valiosa.
Le recordé que hasta los mejores jugadores del mundo fallan. Que el fallo no solo es inevitable, sino necesario. Es parte del proceso. Al comprender esto, empezó a soltarse más en la cancha. Lanzar ya no era una amenaza, sino una oportunidad.
Incluso hicimos un ejercicio práctico: analizar partidos profesionales y contar la cantidad de tiros fallados por jugadores élite. Ver eso con sus propios ojos fue impactante. Se dio cuenta de que fallar no lo alejaba de ser un buen jugador. Al contrario, lo acercaba a la experiencia.
Herramientas de Coaching para reforzar la seguridad
Introdujimos una técnica de PNL llamada anclaje. Asociamos una sensación de confianza con un gesto físico, en su caso, tocarse el pecho con la palma de la mano. Cada vez que se sentía bien en los entrenamientos, reforzábamos ese gesto. Luego, cuando sentía nervios antes de lanzar, aplicaba el anclaje para volver a conectar con esa sensación positiva.
También trabajamos con visualizaciones. Cerraba los ojos y se imaginaba lanzando con seguridad, fallando... y luego recuperándose con calma. Visualizar no solo el éxito, sino también el error y la resiliencia posterior, ayudó a reducir la ansiedad anticipatoria. Era una manera de preparar su mente para cualquier escenario, sin perder el control emocional.
Este trabajo interno no solo mejoró su rendimiento, sino que transformó su forma de relacionarse con el baloncesto. Su juego se volvió más libre, más auténtico. Ya no jugaba para complacer a otros, sino para disfrutar, para desafiarse y para crecer.
Hoy, su diálogo interior es su principal aliado. A veces todavía falla, claro. Pero ahora, en lugar de esconderse, levanta la cabeza, respira y vuelve a intentarlo. Porque sabe que el verdadero error no está en fallar un tiro, sino en dejar que el miedo decida por él.
Reflexión final
Si eres deportista y te encuentras bloqueado por el miedo al juicio o al error, pregúntate: ¿De quién es la voz que estás escuchando? ¿La tuya, o la de los demás?
Recuerda que tu valor como jugador no se mide por un acierto o un fallo, sino por la actitud con la que enfrentas cada desafío. Entrenar la mente es tan importante como entrenar el cuerpo. Y tu voz interior, si la fortaleces, puede ser el mejor entrenador que tengas.
Confía en ti. Equivócate. Aprende. Y vuelve a lanzar. Cada tiro es una oportunidad. Y cada error, una lección que te acerca a tu mejor versión.