Los adultos suelen tener expectativas altas sobre la capacidad de los niños para aprender una segunda lengua. Pero si bien en algunas ocasiones sucede de manera orgánica, en otras puede causar dificultades capaces de afectar su salud emocional.
“Asimilar una segunda lengua en la infancia no solo no daña el desarrollo, sino que puede ser una gran oportunidad, siempre que se dé en un contexto afectivo y natural”, explica a Psicología y Mente el neurólogo pediatra Daniel Álvarez.
En menores con un desarrollo típico, el bilingüismo está asociado con beneficios importantes a nivel cognitivo. “Por ejemplo, mejora la atención, la memoria de trabajo y la flexibilidad mental. Esto se debe a que el menor aprende a alternar entre dos sistemas lingüísticos, lo cual activa áreas del cerebro relacionadas con el control ejecutivo. Hay estudios de neuroimagen que muestran que esta experiencia incluso puede modificar ciertas conexiones cerebrales para hacerlas más eficientes”, añade el doctor Álvarez, miembro del Hospital Infantil de México.
El bilingüismo se ha convertido en un área llamativa por el incremento de la exposición a lenguas extranjeras. A partir de 2010, de hecho, las investigaciones cambian la idea de que una segunda lengua retrasa el aprendizaje del habla. Al contrario, muestran que el bilingüismo permite un mejor control cognitivo, influyendo en áreas cerebrales involucradas en el lenguaje, por ejemplo.
De acuerdo con la edad del menor, los científicos clasifican tres tipos de bilingüismo: el simultáneo, que es cuando una persona aprende dos idiomas al mismo tiempo; el bilingüismo temprano, cuando se aprende una segunda lengua antes de desarrollar completamente la primera, y el bilingüismo tardío, que sucede después de adquirir por completo el primer idioma.
La ciencia coincide en que aprender otra lengua modifica el cerebro y facilita la comunicación entre regiones cognitivas, motoras, sensoriales y perceptuales. “Una segunda lengua en edades tempranas, por ejemplo, permite que el bebé, desde su nacimiento, tenga cierto dominio cognitivo al familiarizarse con los sonidos de los idiomas. Posteriormente se refleja en su atención, lo que agiliza el control de ambos idiomas", explica la fonoaudióloga Carol Natsuko en una investigación que analiza el desarrollo del habla entre los 0 y los 6 años.
Saber un segundo idioma, además, también retrasa enfermedades relacionadas con el deterioro cognitivo, como el Alzheimer, según confirman varias especialistas, entre las que destaca Ellen Bialystok por aportes como Bilingüismo, camino hacia la reserva cognitiva.
Aprender sin imponer, la clave del éxito
“Ahora bien —matiza el doctor Álvarez—, todo esto es positivo siempre y cuando el aprendizaje de los idiomas no se imponga como una exigencia, sino que forme parte de la vida diaria de forma natural. Y aquí es donde entra lo emocional: si un niño se siente presionado o confundido, o si sus padres intentan hablarle en un idioma que no dominan bien, puede generarse frustración, especialmente en etapas donde el lenguaje todavía está en desarrollo”, argumenta.
El inglés es la lengua más estudiada en el mundo y su aprendizaje comienza desde temprana edad, a veces como una prioridad en las escuelas. Pero las altas exigencias de educadores y padres sobre el manejo de este idioma pueden llegar a perjudicar su salud emocional.
“Por eso, siempre recomiendo algo muy concreto: cada adulto debe hablarle al menor en el idioma que le sale del corazón. Si mamá es hispanohablante y papá habla inglés, lo ideal es que cada uno se comunique en su idioma. No hace falta que nadie enseñe el idioma como en la escuela. El niño aprende por vínculo, por repetición, por amor”, añade el doctor Álvarez.
Es necesario, con todo, tomar en cuenta factores como ciertas características personales de cada menor, el nivel de competencia en cada lengua o el contexto donde se desarrolla, pues en ocasiones algunos de los dos idiomas pueden entrar en conflicto en la mente de los pequeños. Y es que, si bien el bilingüismo enriquece el desarrollo cognitivo infantil, debe suceder como una herramienta de conexión, no como una exigencia. En definitiva, lo que más nutre al niño —insiste el doctor Álvarez— “no es el número de idiomas, sino la claridad, el afecto y la coherencia con la que se le habla”.
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